29 abril, 2024
¿Entenderá las letras de Sting esta gente que pronuncia guaylabe y bifite?

Plaza de toros «Los Califas»,  12/07/2015

Fotografías por Antonio Guerrero

Taberna el Cosso de La Carbonería a pleno rendimiento. Cerveza Cruzcampo en Córdoba. ¿Para recibir a Raimundo y que se encuentre como en casa? Bajamos el calor a golpe de picadillo, riñones de cordero a la plancha, pinchito moruno y flamenquín. Puretas con camisas de casual Friday alicatándose de White Label y Beefeter antes de entrar. ¿Entenderá las letras de Sting esta gente que pronuncia guaylabe y bifite?

Yo, en cambio, debía entender un contrato en toda regla con Steerpike Productions redactado en inglés en el que, básicamente, aceptaba ser golpeado por Sting en el caso de que publicase una foto en la que no quedara guapo (cosa harto improbable; este hombre tiene los 63 años más potentes que he visto en mi vida). La burocracia casi nos arruina el principio del show, pero, afortunadamente, todo fue bien tras una carrera frenética para situarnos, más o menos, de aquella manera.

Raimundo Amador empieza a las 21:30 con «Pa Mojar». Aún no está del todo llena la plaza; todavía es de día y el aire quema, así que prosigue con «Candela», y una guitarra que suena «bluesística» (y que no es Gerundina). Pepe y Anye Bao forman parte de la estupenda sección rítmica, al bajo y la batería, respectivamente. En «Hoy no estoy pa nadie» la cosa comienza a virar hacia el flamenco, y más tarde – «con vuestro permiso» – incluso se marca el «Camarón» de Pata Negra, y eso que ni es una noche de invierno ni mucho menos llueve a chaparrones. Pero, a pesar del tiempo, la primera canción que verdaderamente calienta al público es «Ay que gustito pa’ mis orejas».

A continuación Raimundo abandona la eléctrica y agarra una española, la sección rítmica se pira y entra un cuadro de palmeros. Estamos en territorio abiertamente flamenco, casi una juerga, pero es imposible hacerle cantar esto al público de Sting, que sigue entrando al recinto. Los primeros aplausos sinceros se los lleva una bailaora. Es La Farruca.

El solo de «Pata Palo» es, no obstante, el que arranca algunos bailes tímidos en un foso que se va llenando. Y «Bolleré» consigue, ya al final, lo que tanto ha costado: aplausos entusiastas, de los que hacen retirarse a una banda plenamente satisfecha. Bien por Raimundo.

A las 22:30 entra la banda, y enseguida Sting, que ahora es hipster y lleva una barba digna de un judío ortodoxo. Por si acaso hemos perdido la fe en este hombre, se nos adelanta con «If I Ever Lose My Faith in You», y la verdad es que suena a gloria. «Buenas noches todos», dice en medio de la canción, provocando una ovación espontánea. «Uno, dos, tres», y despega «Every Little Thing She Does Is Magic», en lo que va a ser la constante durante toda la noche: nunca más de dos temas seguidos de su carrera en solitario, o de su glorioso pasado en The Police, con algo de ventaja para los últimos. La plaza canta a pleno pulmón, y recibe igual de bien «Englishman in New York».

«Muchas gracias. Mucho gusto. Somos muy feliz de estar en Córdoba por primera vez». Y procede a presentar a su magnífica banda: en la guitarra está su fiel escudero Dominic Miller; a los teclados David Sancious, el ex E Street Band, responsable en gran parte de aportar las dosis de jazz que a Sting tanto le gustan. La vocalista de apoyo es la señorita Jo Lawry, el batería es -nada menos- que el señor Vinnie Colaiuta, todo un histórico de este instrumento, que ahora tiene una pinta sospechosamente parecida a Stewart Copeland. Al violín hay un chico llamado Peter Tickell, que pronto dejará a más de uno con la boca abierta. «So Lonely» acaba con las presentaciones de manera taxativa.

«When the World Is Running Down, You Make the Best of What’s Still Around» ve a Sting y a los suyos ya plenamente cómodos en el enorme escenario cordobés. Contiene algún guiño al bajo del «Hey Joe» de Jimi Hendrix, además de solos bastante buenos de violín y guitarra. La siempre efectiva «Fields of Gold» separa «When the World Is Running…» de su habitual predecesora, la fantástica «Driven to Tears», que comienza con una intro de guitarra estratosférica, pero que queda en nada cuando Tickell se marca el solo más acojonante de la noche.

«Walking on the Moon» empieza arrasando, como Sting, que está excepcional de voz. Durante la elegante «Heavy Cloud No Rain» Tickell usa lo que parece un laúd, aunque la verdad es que no se oye mucho. La peña está ocupada, de todos modos, contestando «no rain» a un Sting más expansivo. Ahora enloquece, y se besa, porque llega «Message in a Bottle», porque el técnico sabe cuándo debe encender las luces, y porque lisa y llanamente es una gran canción, problemas con el teclado aparte. Después se produce un robo; se trata de un «¡Ooooh!» en toda regla cuando los afectados reconocen «Shape of My Heart». Hay un solo de guitarra acústica y violín, al unísono. Miller vale igual para un roto que para un descosido.

Un redoble de caja in crescendo introduce «The Hounds of Winter», que cuenta con un final absolutamente descomunal de Jo Lawry dejándose la garganta a lo bestia, y con ella lo más cercano al riesgo que vamos a encontrar hoy. En efecto, tras el relativo fracaso de The Last Ship (2013) y su versión teatral, Sting ha decidido jugar sobre seguro. Esta va a ser una noche de grandes éxitos. Eso significa que no va a sonar nada compuesto en el siglo XXI, ni siquiera de su último disco – que, por cierto, es excelente. Lo cual me entristece un poco, porque soy de los que aprecian sus obras de madurez. ¿Pero quién puede estar triste mientras suena «De Do Do Do, De Da Da Da»? La simple alegría que produce se ve interrumpida por algo de más enjundia instrumental: una jam jazz-funk en la que se turnan Sancious, Tickell y, finalmente, Colaiuta dando el do de pecho y demostrando por qué es una leyenda en lo suyo, antes de terminar bien fuerte sobre el riff de «Love Is Stronger Than Justice (The Munificent Seven)».

«Roxanne», más lenta de lo habitual, sirve de interacción con el público. En medio cae algo del «Ain’t No Sunshine» de Bill Withers, antes de volver al estribillo y el delirio generalizado que produce. Los músicos se retiran para los bises, y Martina, la chica de la barra, me pone un refresco y me pregunta por qué escribo cosas en una libreta durante un concierto. Yo le respondo algo sobre 8pistas, pero no tengo mucho tiempo para charlar, porque Sting vuelve en plan tuareg con «Desert Rose», de aquel Brand New Day (1999) que supone lo más actual de este repertorio. Suelta un «yalla» tras otro con convicción, y casi se arranca por Shakira si no fuera porque debe tocar el bajo. Lawry se envalentona y le sigue el rollo. Tras esto viene la canción que no puede faltar, la más radiada de la década de los ochenta: «Every Breath You Take» deja al descubierto a un Sting algo cascado a estas alturas, pero lo cierto es que poco se le puede achacar; todo el mundo parece más que satisfecho.

«Next to You», muy machacona, festiva y llena de momentos colindantes con el rock and roll más primigenio, se encarga de que todo sea una auténtica fiesta, y acaba de un modo ligeramente psicodélico y circular, por todo lo alto. La preciosa «Fragile», y la guitarra acústica en manos del propio Sting, ponen punto y final al concierto en clave intimista. Es hora de marcharse.

A estas horas el calor ya está dando un respiro, aunque tampoco se puede decir que el mercurio esté cayendo. Sting ha dado un concierto ejemplar, si de lo que hablamos es de contentar a un público general. Yo habría agradecido más temas oscuros – y más recientes. Pero no puedo quejarme propiamente. He presenciado una selección pertinente de entre lo más granado del cancionero de uno de los mejores compositores británicos de su generación, amén de uno de mis héroes personales. Es posible que Sting ya no tenga la posibilidad de escribir canciones que hechicen la imaginación en estos tiempos, pero cuenta con un repertorio al alcance de muy pocos, y desde luego sabe cómo dar un espectáculo. Muchos sin duda pensarán que no es interesante acudir a la cita de un hombre ya sexagenario que parece no confiar en su propio material reciente; yo, en cambio, me contento con lo que hay, porque es más que suficiente. Y si es cierto que la veteranía es un grado, prefiero pasar un poco más de calor.

Nota: la redacción de esta crónica no habría sido posible sin la ayuda de Araceli L. S. Gracias.

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