9 mayo, 2024
Hay discos que intentan romper con lo establecido y proponen rutas, nuevos modos de expresión; otros no aspiran a tanto y se contentan con seguir un rumbo ya trazado. "La vida menloquece" pertenece, claramente, a los últimos.

Rock Estatal Records

Y esto no tiene por qué ser malo. Niño Mandarina no parecen tener complejos al respecto, por lo menos. La banda de Vallecas ha facturado un disco desprejuiciado y muy efectivo para lo que aquí importa: divertirse de forma fácil y moverse al compás de lo que contiene de manera virtualmente inmediata.

Reconozco que la primera impresión me echó para atrás; «Calles quebradas», el primer corte, está a un paso de ser una nadería al más puro estilo de El Canto del Loco. Sin embargo es representativo y consecuente con el resto del trabajo, y la siguiente canción, «Caramelo de anís», remonta y atrae la atención de puro absurdo a nivel lírico. Las voces no son nada del otro mundo, pero funcionan perfectamente y transmiten buena parte del descaro inherente a esta particular concepción del Rock.

En «Fa sostenido» se dejan llevar por la idolatría y rinden un bonito homenaje a Fito & Fitipaldis. El tema-título despliega bastante de la locura conjurada, en forma de country acelerado y técnicamente espectacular. «Ojos de membrillo» es reposada, algo esencial para evitar el posible hastío ante la exhibición de energía anterior. Las melodías son de tipo genérico, pero están compensadas con unos arreglos muy cuidados, sobre todo por parte de las guitarras, magníficas en varias ocasiones.

«Demonios sin piel» (y su versión cantada por Carlos Tarque, de M-Clan, «La piel del demonio») poseen sentimiento -buenos coros- y vigor suficientes para justificar su doble presencia. La sección rítmica recuerda a AC/DC en «Como siendo yo mismo», un ejercicio de clasicismo hard-rockero que hace de «Qué final más tonto» una suerte de power ballad impecable por simple contraste.

https://www.youtube.com/watch?v=vnUvH_esbU8

«Last Call to Revolution», con su comienzo en plan crossover noventero, deja claro que el inglés no es el fuerte de estos, por otra parte, valientes exploradores de las muchas sendas del rock ‘n’ roll. Y «Lady Bim Bom Bam» retrocede una década temáticamente -y hasta tres en lo musical- para hablarnos de un personaje de una movida madrileña entendida como pasado mítico y aglutinador de las auténticas esencias de las que bebe esta buena banda, integrada por Rodri a la batería, Isman y Peter a la voz, guitarra y bajo y Fernando Benito a la guitarra y coros.

Niño Mandarina no han inventado nada, ni lo han pretendido. Creo que simplemente se dejan llevar por aquello que les divierte, pero el grado de sofisticación conseguido remite a un buen número de horas de ensayo y esfuerzo. No debemos subestimarles, porque tienen el saber hacer y la frescura suficientes para llevárselo todo de calle, y la calle es su elemento. Tampoco debemos cometer el error de buscarles una etiqueta rebuscada, ni un género nuevo: es solo Rock ‘n’ Roll. Si te basta con eso, este es tu disco.

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