30 abril, 2024
¿Estaría feo entrar en Nocturama antes de que fuera, efectivamente, de noche?

Nocturama, 3/07/2015

Fotografías por Antonio Guerrero

Por si así fuera, decidí zamparme un bocata de pollo con roquefort en el Burguer Mario, sito a las puertas del Monasterio de la Cartuja, antes de darme el festín auditivo (por cierto, buscan empleado). Una vez dentro, lo consabido: apariencias, barbas, gafas enormes, pantalones increíblemente cortos, alguna camiseta de Toundra, mucha cerveza. FeiticeirA DJs pinchan un tema oscuro tras otro, la debida pleitesía a un público muy consciente de sí mismo. ¿Hemos llegado, como mencionó mi compañera Elena Gato hace no mucho, a un estado de Posturama? ¿Heredarán los nerds la Tierra? Y, ¿hay algún sitio para mí?

Son cuestiones que no espero responder en vida. Mientras tanto, el escenario de Nocturama está este año de luto, y tampoco lo entiendo, porque lo que nos espera no es ninguna tragedia, aunque supure drama. Kaufer, cuarteto de Pino Montano de «post-rock psicobético», hace su aparición por turnos: el teclista comienza a crear extraños sonidos, el batería toquetea por aquí y por allá, el bajista decide ser inconexo y el guitarrista manipula su pedalera durante tanto tiempo que comienza a ser preocupante.

El riff de bajo de «Andalusian UFO», con su leve sabor a «La leyenda del tiempo», inaugura la plena actividad del grupo. Hay un órgano de iglesia, la guitarra es memorable – como todo el tema. A lo largo del concierto los músicos intercambian sus instrumentos, se deleitan produciendo largos e insoportables acoples. Las partes tranquilas se intercalan con otras fuertes, casi despiadadas. Hay algo de sonido Canterbury en ciertos pasajes, cosa lógica si pensamos en la mezcla de rock, jazz y psicodelia que se comparte. A veces el sonido desemboca en algún páramo pantanoso…

De pronto nadie toca el bajo. Un tipo enorme vestido de negro (¿será «El gigante del Tamarguillo»?) sube con parsimonia y se encarga de los graves con oficio sobre un ritmo lento, ominoso, cortado por tambores monolíticos. Una guitarra se enseñorea de todo y el bajista entiende que su momento ha pasado. Sigue algo delicado que se va a tomar por el culo cuando la batería ENTRA. Todo se derrite cerca del final, y es apropiado, porque la realidad misma parece desdibujarse un poco cuando el Sr. Carabraga se asoma por un lado del escenario. El Sr. Carabraga es un canijo con gafas y corneta que se oculta tras una… bueno, braga. Roja y de punto gordo, para la fresquita. Su visión conjura algún espectro digno de la imaginería de The Mars Volta. La corneta no suena mucho, pero mola. El tema se llama «Vileza», tiene un nombre apropiado para lo que suena, y es el último para Kaufer.

FeiticeirA pinchan The Ramones mientras Kaufer se chupan las pollas y Carabraga se quita la cara. Resulta ser un tío normal con pinta de simpático, así que vamos a respetar su identidad. Tras algo de Nirvana los tipos de Toundra proceden a solventar sus problemas con el equipo, que no suena exactamente como debería. El patio del CAAC está bastante petado para una noche enteramente instrumental, pero está claro que Toundra está cambiando un poco el panorama, con un seguimiento inusual para una banda de sus características. Las críticas les alaban allá por donde pasan, y su concierto en la Sala Custom dejó una huella que aún perdura en la memoria de muchos de los presentes.

Desde los pajaritos al comienzo de «Strelka» la sensación era de que algo fuerte se avecinaba. «Marte» resultó salvaje, en efecto, y el sosiego al principio de «Magreb» no engañó a nadie. «Zanzíbar», «Qarqom» y «Cielo negro» se sucedieron en intensidad creciente, a medida que los chicos entraban en calor. También ayudaba el hecho de que, cuando abordaban los arreglos más jugosos, estos tíos brincaban como cabras. En concreto, el guitarrista buenorro se dejó la piel en alguna que otra acrobacia que a primera vista no parecía viable (por cierto: gracias por dejarme fotografiar tu set list). Los cables de sus instrumentos se anudaban peligrosamente… El batería, confinado a su asiento, es una bestia precisa, y mantiene el orden y la disciplina en medio del caos mejor que el de la pinta de profeta.

«Kitsune» hizo gala de una tensa, tensísima calma relativa. Las guitarras llegaban a hacer daño, pero a estas alturas Toundra se lo llevaban de calle. «Oro rojo» iba a cerrar el concierto entre cuernos metálicos, aunque el honor recayó finalmente en «Bizancio»; algo innecesario, porque ya lo habían dado todo, pero muy de agradecer. Enseguida empezó a sonar el «Girls & Boys» de Blur, y un tipo calvo y con una camiseta de Camela bailaba con una convicción envidiable.

Yo me quedé aún un rato, disfrutando del aire fresco y pensando en lo que un profesor mío me comentó una vez: que el postrock era la solución al cisma producido en los setenta alrededor del rock progresivo. Con el advenimiento del punk, lo prog se afianzó en la ortodoxia, mientras que la verdadera investigación aceptó el nuevo estado de cosas (y quizá demasiadas). En algún punto desde entonces, algún lumbreras moderno decidió que tocar instrumentos con autoridad sin obedecer a la tiranía de los tres minutos era cool. Un círculo se cerró, supongo.

Pensando en lo que había visto y oído, y en lo que me había motivado a acercarme hasta Nocturama, sentí que eso era posible, y hasta probable. Y también que, en realidad, nada de eso tiene mucha importancia. Toundra y Kaufer lo habían bordado, sin ayuda de la Historia o de teoría alguna.

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1 comentario en «Toundra + Kaufer + Feiticeira Djs en Nocturama «Antiguas contradicciones»»

  1. Expresiones como «…mientras Kaufer se chupan las pollas y Carabraga se quita la cara.» o «…el guitarrista buenorro se dejó…» hacen bastante pobre la crónica.

    Un saludo.

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