26 abril, 2024
Fred Wesley visitaría la X después de crear sensación entre el público de unas redes sociales ansiosas por recibirle. No sólo se le había dado buena difusión al evento, sino que el resultado de la misma era cuanto menos positivo.

Recibía la noticia tres semanas antes de la verdad. Una buena amiga, compañera y directora del programa de radio del que presumo, me contaba que venía el de James Brown. Su extrombonista. Fred Wesley. Ídolo de muchos en plena Sevilla.

El recinto elegido para el 12 de marzo resultaba ser la Sala X. Dato que alegraba a todo el que aspirase al encuentro con Fred.  Ciertamente, bendita sala. Su nombre  conseguía que la ilusión apareciese con sólo imaginar al de Columbus en ese escenario de luces tenues, donde lo delicado terminaría iluminando a la delicadeza que esperábamos recibir cuando Wesley se comiera la escena.

Recordaba entonces los antecedentes y  me prometía que hoy diría la verdad; contaría la verdad; y escribiría nada más que la verdad. Fred Wesley visitaría la X después de crear sensación entre el público de unas redes sociales ansiosas por recibirle. No sólo se le había dado buena difusión al evento, sino que el resultado de la misma era cuanto menos positivo. La cara de nuestro protagonista aparecía cada vez que actualizabas la pantalla.

Y como todo en la vida se va, allí estábamos para quedarnos con lo esencial. Juraría que muy seguros y desconcertados al mismo nivel. Sala X nos iluminaba las ideas. Pero si algo gustaba esa noche entre todo lo de allí, era – una vez más – la calidad que el letrero luminoso de la X aportaba a las letras que lo rellenaban. El continente siempre tiene que dejar en buen lugar al contenido. El físico también convencía esa noche. Ya tendríamos tiempo para evaluar aspectos claves y determinantes cuando las luces se apagaran y el cambio de ritmo nos despertara.

El interior llenaba expectativas. El tiempo de espera se agotaba. Los silbidos mandaban sobre todas las cosas. La gente que llenaba Sala X (mucha) quería saber cómo terminaría la esperada noche. Y quería hacerlo ya. Fred no salía al escenario, en su lugar abrían un chico que no sumaba más de 24, Leonardo Corradi,  junto a un hombre con cara de buena gente, Tony Match. Menudo espectáculo, señores. El primero de ellos al órgano. El segundo se encargaba de la batería. La guinda del pastel parecía haber aparecido antes de tiempo. Un pastel que tenía pinta de sonar muy bien a medida que avanzara la noche.

Y se hizo Fred. El que fuera mano derecha de James Brown,  acontecía a paso tranquilo ante un público que le esperaba. Desde el 67, sumaba ese día un escenario más. Con estrépito, después de que en cuestión de segundos tuvieran  a una reconocida figura del Funk tocando en vivo, el baile en la sala comenzaba a coger color. Fred mientras, sentado, con calma, risueño y bromista en todo momento entre melodía y melodía, mostraba su música en lo que terminaría siendo casi por completo un tributo a Jimmy Smith, organista de jazz bien conocido por los comentarios que pululaban alrededor. Y salvando algún que otro fallo de sonido que hacía que la presencia del grande no se escuchara como debiera, el público recibía la formación del artista con creces.

Pero el protagonismo no fue sólo suyo. Todos los de allí abajo reparábamos en la dedicación que prestaba a sus músicos de forma constante y continua. Eran muchas las situaciones en que Fred se retiraba de la escena para que la luz iluminase el magnífico desempeño de la profesión que Corradi y Match dominaban con Arte. A veces la música se transparenta en la cara del que la defiende. Era el caso. Ambos disfrutaban milímetro a milímetro del contacto que tenían con el público. Ambos recibían las voces del aforo, un aforo que presumía de estar allí en el justo momento en que Match hacía lo que hacía con su batería. Cosa perfecta.

En el transcurso, temas que circulaban de Generation a House Party pasando por Mojo, entre otros, sonaban con descaro. Y mientras tanto, resultaba admirable la complicidad que existía entre aquellos músicos, inagotables las ganas de seguir encima del suelo sevillano e inalcanzable un final. Mucho menos, el final. Había momentos en que su voz parecía ser capaz de arrancarse a bailar. Aunque sin duda lo hacía al marcar de esa manera tan brillante los tiempos, el público lo hacía por él. Y de qué manera.

El cierre se iba intuyendo cuando la seleccionada era la de los Jb’s, la banda que comenzaría siendo de acompañamiento de Brown y con el tiempo se haría independiente. Pass the peas dejaba muy alto el nivel de un  concierto que llegaba a su fin. Fuera, bajo la luz del cartel que brillaba encima de tu mirada, te preguntabas cuándo volverías a ver lo que acababas de vivir.

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