27 abril, 2024
Llegábamos a Barqueta sorprendidos. No sabíamos todavía muy bien lo que acababa de pasar en Sala X, pero estábamos seguro de que había sonado con la misma fuerza con la que lo habíamos escuchado.

Sala X, 10/04/2015

Fotografías por Manuel Bermejo 

En el viaje me decía que estoy bien acostumbrada al surrealismo. Y lo surrealista es así porque ni lo esperas a priori  ni lo asimilas cuando te viene hasta pasadas dos paradas (al menos).  Y en la tercera ya  me bajaba. Venía de ver a Romeo Santos la noche anterior y ahora escuchaba la prueba de sonido que salía de la X. La sala acogía esa noche a tres grupos distintos entre sí (por separado), y muy iguales si hubieran planteado subir al escenario (todos juntos). Si así pasara algún día, les llamaría ‘los GYB‘.

Pero todavía cenábamos en el bar de la esquina (ese de toda la vida) Serranitos con mucho carácter.  Como las caras de todos los que nos rodeaban en esa improvisación. Caracteres forjados a base de bien. Músicos que aterrizaban en la que no era su ciudad para reunirse con otros que la mayoría no conocía en persona. Hacíamos tiempo (y lo ganábamos) mientras daba comienzo y no el Byg Rock Fest que la X nos tenía preparado. Glaciar, Betamotion e Ynsyde tenían una cita en la de Sevilla. Muy X, ella.

Con un buen rollo de «aquí te pillo, aquí te mato», los codos en la barra y los bultos en el suelo, pedíamos el refrigerio de las 23h mientras daba comienzo con «La hora de los valientes» el fin de la espera, título que ponía nombre al EP que los chicos de Glaciar venían para defender ante un público que iba abriendo la boca, y no de sueño.

Los niños de Málaga, que cantaron casi todo en castellano, despertaron la noche con la ayuda de unas luces que iban de un extremo a otro, como la voz de Curro Ayllón, de cuyo timbre nos acordaremos toda la vida. Veíamos a un grupo que hacía un Indie Pop de lo más complejo, inquieto, movido, fresco y abierto. Como al cantar abría las cuerdas nuestro Ayllón, cuando se enfrentaba a la primera versión del repertorio: «Por qué te vas». De todas las movidas que impresionan en la vida, ésta era una de ellas. Unos tíos estaban haciendo de la nostalgia algo famoso. Hubo tiempo hasta para decir cuánto de radiofónica tenía la voz de Felipe González, el guitarra y parte de los coros. No te asustes.

Y de todo el espectáculo señalamos «Noviembre». El tirón que tenía te dejaba en bragas sin quitarte los pantalones. Un rojo de las luces parecía avisarte de que el invierno podría volver en cualquier intervalo, te gustaran o no las sorpresas. Desde el micrófono animaban a que el público tocara las palmas. Estaba cantado: se trataba de su mes favorito.

Y si querían desmarcarse, lo conseguían sin baches. Después de presentar al considerado cerebro del grupo: «al bajo, Fran Fernández«, se atrevían con «Arde», canción a las afueras de La hora de los valientes, que aconsejaba que «Será mejor dejar pasar el invierno, y acostumbrarse al frío». Antes del silencio final, se lucían todos entre esa voz que sonaba en Sevilla y que su extensión se ligaba con la de una chica del público, desde muy atrás, que les agradecía con ella ese concierto que habían dado.

Así, la calidad no cesaba cuando Betamotion se acomodaba en las alturas. Gerardo, Gustavo y Javi  parecían tímidos, lo que creaba una expectación en su público de lo más conseguida. Sonaban anglosajón mientras lograban aunar el máximo de oyentes en el interior. Eustakio de Ynsyde tenía razón cuando en la cena nos decía que «La voz de Gerardo viene de otro mundo».

Pasaron por temas que conocíamos todos y que disfrutaba, «sobretodos», el chico de la gorra que bailaba encantado. Con The Doors nos contaban que versionaban de escándalo. Por no utilizar otra palabra. Con ellos la experiencia fue como un subir de escalones en 40 minutos de música. De menos a más. De algo a todo. Con la frase de Javi avisando que «lo que sonaría ahora era la canción preferida de uno que andaba por allí», reconocíamos que Gustavo no podía tratarse de una única persona. Hacía los coros, al menos, de cuatro. Al final, los tímidos madrileños que nacieron en 2010 con este Indie Rock que les define, se hicieron con Sevilla.

Y si ya habíamos pasado por el Pop con Glaciar y por el Rock con Betamotion, ahora era el turno del Pop Rock con Ynsyde. Dani Kussa preparaba con plumas el adorno de lo que serían canciones de fuego en los zapatos: calurosas, emocionantes y eléctricas. Sin esperarla, aparecía su «No Triumph», con la que la voz se marcaba el primer baile desenfrenado de su noche. Parecía que saldría de sí en cualquier momento, como cuando, de un salto, salió del escenario para rematar la faena desde abajo. Sorprendente e innata la coreografía que estilizaba el conjunto de la actuación.No era música sin más lo que se mezclaba con la diferencia de edad que caracterizaba al grupo, donde cada cual sabía muy bien qué hacer para resaltar las virtudes de cada uno y apostar por ellas. De luces en casi todo momento oscuras, el concierto se abría paso con ráfagas intermitentes que dejaban ver cómo el baile es capaz de encajar donde sea.

Llegábamos a Barqueta sorprendidos. No sabíamos todavía muy bien lo que acababa de pasar en  Sala X, pero estábamos seguro de que había sonado con la misma fuerza con la que lo habíamos escuchado.

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