26 abril, 2024
Ante nuestros ojos atónitos los sonidos de antaño se hacen contemporáneos. El tocadiscos deja de girar para dar paso a voces reales, cuerdas y percusión.

Fotografías de Esperanza Mar

La voz en off de Mansilla presenta al grupo aun con las cortinas echadas. Nos cuenta la historia de sus inicios, y bajo la música de “Begin the Beguine” en versión big band de Artie Shaw, la narración se transforma en un cuento. Una fábula donde cocodrilos de New Orleans, hambrientos de música y sonidos son transportados a través del atlántico hasta el Guadalquivir. Los cocodrilos del Swing salen a escena entremezclándose con la música existente y poniendo voz al tema que resuena por toda la sala.

La gramola se convierte de repente en real, crudamente real podríamos decir. Palpable, tangible, saboreable. Ante nuestros ojos atónitos los sonidos de antaño se hacen contemporáneos. El tocadiscos deja de girar para dar paso a voces reales, cuerdas y percusión. Sonidos traídos de otras épocas para que podamos degustarlos tal y como hacían entonces.

El concierto comienza sin muchos aspavientos. Tras un corto agradecimiento dan paso al primer invitado de la noche, Miguel Romero al violín, para interpretar junto a la guitarra acústica “Shine on, harvest moon”. El sonido del violín asemeja más el directo a lo escuchado en sus discos, o al menos a su último trabajo, Stompin’ In Joy, en el cual también ha colaborado.

Pero apenas nos da tiempo a encajar la nueva entrada cuando ya está sobre el escenario su siguiente invitado, Ángel Andrés Muñoz al piano. Colaborador en todos los discos de estudio de la banda. Con él interpretan uno de sus temas más conocidos y divertidos “Puttin´ on the Ritz”.

He tenido la suerte de a lo largo de estos 10 años ver a la banda en varias ocasiones. Los vi en 2009 cuando los nervios hacían estragos en el directo. Los vi en 2012 muy divertidos y con mucho desparpajo. Los volví a ver en, 2013, 2014 y 2015 donde escuché por primera vez “Crazy people”. En fin, reconozco que desde el primer momento me apasionaron. Y he visto una evolución musical propia de quien se toma lo que hace muy en serio. Hoy lo vuelven a demostrar interpretando versiones como si fueran propios. Los temas están interiorizados, asimilados en la piel, y si bien, la frescura se ha quedado algo relegada, la musicalidad que emiten y la fluidez en la ejecución hacen que la experiencia sea aún más enriquecedora si cabe. No hay más que escuchar “Dinah” a piano y violín, o “Everybody loves my baby” con el audio de Bessie Smith y esa bola brillante que baja del techo que nos deja hipnotizados.

La complicidad entre ellos también se ha mejorado. Ya no se buscan con la mirada, ya se intuyen. Saben perfectamente que van a hacer los distintos integrantes e incluso los invitados en cada momento. ¿Qué consiguen con esto? Pues sencillo, meternos de lleno en una época que no es la nuestra, ya que en ningún momento se ve artificioso o forzado. Todo surge claro, deslumbrante y fluido.

Tras “Shout, Sister” llega el tercer invitado de la noche, David Pérez a la trompeta, para interpretar ese tema que para ellos significó un antes y un después en su carrera “YOU-DEI-EE-OO-DEE-OO”. Tema inacabado de las hermanas Boswell que ellos terminaron y que les abrió las puertas de New Orleans, invitados por la propia familia de las hermanas Boswell.

El tema no tiene desperdicio, pero la entradilla a cargo de Helena y Paula y aun mejor. Es de sobra conocido por los que han visto alguna vez a O Sister! que el humor es parte importante del espectáculo. Hoy no iba a ser menos y una divertidísima Helena se propuso hacernos reír de lo lindo en todo momento, a la mínima oportunidad. No os desvelaré la historia que contaron sobre el tema, sólo os dejaré caer un par de palabras, “Flojas” y “Chipiona”, ahí lo dejo.

Con “I hate myself” a piano y trompeta y “Raskayú” llega el ambiente tenebroso “Spooky” y el juego de luces y sombras. Al menos momentáneamente, porque el baile que se marcan las tres voces alrededor del violinista en el último tema es divertidísimo, y sirve de preámbulo perfecto para que nos vayamos al interludio con una sonrisa en los labios.

El intermedio consiste en un gag del violinista que juega con las luces, su arco y el público. Y que sirve de distracción para el cambio de vestuario de la banda, que nos sorprende a la vuelta con un vestuario lleno de color en contraposición al blanco y negro previo. Todo con una puesta de escena muy cuidada con todos juntos en la esquina del escenario interpretando a cappella “Rainy days”. Donde, como ya hemos visto en otras ocasiones, el paraguas hace las veces de percusión y lluvia a la vez.

Evidentemente, los temas grabados con multitud de invitados difícilmente se pueden recrear en directo. Pero se pueden hacer adaptaciones, y la del corte “Alexander´s ragtime band” les ha salido redonda, con el banjo, ukelele y washboard.

A partir de aquí se entrelazan temas compuestos por la propia banda, en su búsqueda constante de experimentación y profundidad en el sonido de aquella época. “Morning Coffee”, “Baby Rag” y “The dances I owe you” son temas sencillos en letras pero con un gran respeto en la forma. Temas de quien coquetea por primera vez con algo que lleva versionando mucho tiempo. Creo que, como a mí, a todo el público de la sala nos dejaron una magnífica sensación, y me gustaría que los próximos discos contuvieran más temas compuestos por ello, aunque el tremendo trabajo de rescate de piezas olvidadas no se puede menospreciar en ningún momento, y es digno de alabar.

Bei mir bist du schein” de The Andrew Sisters nos devuelve al O Sister! del primer disco. Acto seguido el mix de “Ol´ man Mose” y “It don´t mean a thing” consiguen por primera vez que todo el público coree el estribillo al unísono.

En la recta final Paula se nos pone reivindicativa con “Keep your head up, Sister. The change is in your hands” acompañada de nuevo por el trío banjo, ukelele y washboard. Y, como colofón, un divertido “I feel in love with New Orleans” nos contagia el ambiente NOLA a todos. Las palmas al ritmo de la melodía ensordecen las voces. Los ritmos caribeños de la trompeta crea una amalgama de sonidos propia de una fiesta que se descontrola. El confeti cae como una lluvia de estrellas sobre el escenario. Todo se convierte en risas, en alegría, en jolgorio.

Pero, poco a poco, todo se va apagando. Las voces se suavizan, los instrumentos enmudecen, las palmas cesan, y de repente, el mundo estalla. Los ritmos exóticos vuelven a tomar posesión de nuestros corazones, los bailes sensuales de Paula dejan flotar nuestra imaginación, las luces se disparan y el ruido se hace estruendo. Felicidad en las caras del público y en las de la banda. Agradecimientos que siempre son pocos, palmas que siempre se quedan cortas para expresar lo que sentimos. Una despedida que no sabe a adiós, ni mucho menos.

Aun nos quedaba por disfrutar los bises, dos para ser exactos, “Stardust” y “Crazy people”, que como no podía ser de otra manera, nos hizo bailar a todos el baile de la gallina.

Toda la banda sobre el escenario. Familiares, amigos, conocidos y gente de toda clase en pie intentando transmitir con sus gestos, sus manos y sus caras lo mucho que hemos disfrutado esta noche. La mayoría ya los conocían, los que no, esos han tenido mucha suerte de descubrirlos hoy. Que me encantaría volver a verlos cada vez como la primera vez. Descubrir ese sonido embriagador y enamorarme de dentro a afuera.

O Sister! no es sólo una banda. Han tomado un testigo muy complicado, mantener viva una parte de nuestra música, de lo que nos define como personas, de lo que nos define como seres sintientes. Y no sólo lo hacen con todo el cariño, sino que además lo hacen muy bien. Verlos es algo que cualquier amante de la música debería hacer al menos una vez en la vida, y no me cansaré nunca de decirlo.

O Sister! en el Teatro Central

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