26 abril, 2024
Lin Cortés presentó en concierto el pasado viernes su espectáculo Gitanerías en el Teatro Municipial de Arahal.

Fotografías Antonio Andrés

Hablar de un teatro que se viste de gala o un aforo lleno hasta la bandera resulta excesivo y fantasiosamente edulcorado en estos días complicados para el mundo de la cultura en que la mitad de los asientos tienen que quedar forzosamente vacíos para mantener la distancia normativa. Pero constatar cómo la música va recuperando los espacios que le son propios no deja de ser motivo de celebración porque hasta hace meses esto era impensable en la mayoría de las salas y teatros. Así pues, en la medida de lo posible, el Teatro Municipal de Arahal presentó un ambiente notable en el concierto del pasado viernes. El cordobés Lin Cortés presentaba su última colección de canciones, Gitanerías.

En Gitanerías, Lin estrecha el caudal estilístico en un repertorio más puramente flamenco (si es que tiene sentido hablar de la pureza en el flamenco), más minimalista y algo menos vanguardista que sus predecesores, esa colosal perla negra que es Gipsy Evolution y su sucesor Indomable. Lin Cortés es una de las últimas más valiosas hojas de esa interesante rama del flamenco expandido en que el género se fue fusionando con otros sonidos. Desde la vertiente urbana que afloró en el sonido caño roto hasta las nuevas puertas que abrieron más adelante Kiko Veneno, Pata Negra, el tótem Ray Heredia, Ketama o incluso Alejandro Sanz en los noventa. No en vano, además, las notas de Lin Cortés confluyen a lo largo de los años con las de su tío el Pele, Manuel Molina y su hija Alba, Raimundo Amador, Vicente Amigo o Jorge Pardo.

Fueron estas Gitanerías la estructura vertebral de la noche. A éstas se sumaron aquellas otras canciones más afines, como Minotauros, la Primavera, Amor de Frida o la Soledad. Además de Y será verdad, del también cordobés Vicente Amigo, y un pequeño adelanto de un próximo estreno con los versos de Federico García Lorca en Bodas de sangre: ¡Ay que sinrazón! No quiero / contigo cama ni cena, /y no hay minuto del día /que estar contigo no quiera, /porque me arrastras y voy, /y me dices que me vuelva / y te sigo por el aire/ como una brizna de hierba.

Por bulerías se lució el trío de coristas Anahis Martín, Coral Rodríguez y Amara Rodríguez; el Güito puso el compás y Agustín Carrillo el charme con la flauta travesera y un sintetizador de viento. No estuvo esta noche Josué Ronkío en bajo, un bajista total (de los que valen por dos músicos) pero el trío sonó compacto y pleno. Los cantaores suelen cantar también con las manos (o con las manos del alma) pero Lin es capaz de hacerlo también con una guitarra en ellas. En el inicio salió solo con ella a escena al encuentro de la primera canción, como en esa fase de introducción al cante en la que el cantaor suelta unos quejíos para calentar la garganta, templar la voz, ubicar el tono y coger el cante.

En un buen concierto que se hizo corto, los bises fueron su broche de oro: las desgarradoras El Reloj (al piano) y la Duda, y una Novia Moderna que puso la fiesta, la rumba y las palmas, y aún más calor en el público.

 

Lin Cortés, que es flamenco bohemio y es vanguardia, no es cantaor ni un guitarrista al uso, es un artista especial dentro la música popular que no cierra telediarios. Autor de sus propias canciones y de las palabras sencillas y profundas que subliman sus melodías; bebiendo de Lorca, de Rimbaud, de Oscar Wilde y de la fuente inagotable de los artistas genuinos. Canta con inspiración y eficacia, pone todo el desgarro al servicio de esa voz ronca y misteriosa de poeta maldito que desangra en cada verso veneno del bueno. Uno de los cantores genuinos de la cárcel del canto. Cantando con la voz, con el pecho, con los dolores del cuerpo y del alma. Y los bienes mayores desparramados por el aire.

 

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