19 marzo, 2024
La compañía sevillana, que ya estrenó con gran éxito “Los Miserables” hace unos años, vuelve a subir el listón al traernos la historia de la huérfana más famosa.

Auditorio Colegio Santa Ana

Fotos: Paco Pérez

Los chicos de Tomateatro no son unos recién llegados. Llevan más de una década sobre las tablas, y también han conseguido varios premios en certámenes de teatro aficionado. En esta ocasión, se han atrevido a producir el musical “Annie” (1977), con las inolvidables canciones de Charles Strouse, y letras de Martin Charmin. En nuestro país se estrenó en 1981, y existen dos adaptaciones cinematográficas, una de 1982 dirigida por John Houston, y un innecesario remake de 2014 a ritmo de hip-hop

Para los pocos que no conozcan este clásico, “Annie” es la historia de una pequeña huérfana que vive en un orfanato junto a otras ocho niñas en el Nueva York de los años 30. Nunca pierde la esperanza de reencontrarse con sus padres, que la abandonaron siendo un bebé. Un millonario se encariñará de ella, y pasarán unas navidades inolvidables; aunque un par de delincuentes intentarán engañarla para cobrar la recompensa que se ofrece por encontrar a sus padres.

Las huérfanas, a las que dan vida unas alumnas del mismo Colegio Santa Ana, parece que llevaran toda su corta vida actuando. Con un desparpajo y una extraordinaria confianza en si mismas, hicieron suyo el escenario desde el minuto uno, demostrando incluso dotes de improvisación cuando algo no salía exactamente como estaba preparado. La pequeña Ana Ruíz borda una “Annie” realmente entrañable, y fue capaz de emocionar y hacer reír a partes iguales. Hay que puntualizar que hasta tres niñas distintas se turnan este papel protagonista, siendo Clara de la Herrán y Marta González las otras encarnaciones de Annie, dependiendo del día de la función.

El director de la obra, (y también actor y cantante) Gustavo A. García tenía el reto de conseguir encajar todas las piezas a la perfección. Los continuos cambios de decorados, vestuario, y la sincronización de audio e iluminación son vitales en este tipo de producciones para que todo funcione como el mecanismo de un reloj. Su papel como el millonario Sr. Warbucks, es más que convincente; muy seco y carente de emociones al principio, pero que va desenvolviendo sutilmente poco a poco a medida que la pequeña Annie se va ganando su corazón.

Mención aparte merece la joven Mimi Berbel, como la cándida secretaria Grace, que con su cristalina voz en los agudos, nos regalaba en cada una de sus apariciones una gran interpretación, dándole vida a este personaje que se hace querer desde el principio.

El ensamble, formado por una veintena de actores y actrices de la compañía, cumplen con solvencia la difícil tarea de acompañar en las partes corales, poniendo en juego complejas coreografías y puestas en escena con pasmosa precisión. La interacción con el público, con intermitentes entradas y salidas a través de los pasillos, también hacían más amena la función. La obra está plagada de personajes memorables, como la miserable Señorita Hannigan, (María José Díaz / María Gandiaga) encargada del orfanato, o el mismísimo presidente Roosvelt (Juan Carlos Mancebo), con un destacable y solemne registro grave.

Toda la parte musical, y la calidad de la ejecución de las voces conseguida en cada número, es mérito de la joven Patricia Berbel, también profesora de música del centro, y ya veterana en esto de pisar escenarios, ganar premios y emocionar con su potente voz cada vez que se pone delante de un micro. En esta ocasión, en el papel de la atolondrada Lily, y haciendo tándem con Gallito (Ángel Lázaro), demuestra que también es capaz de desenvolverse en la comedia como pez en el agua. Por si fuera poco, se turna con su hermana Mimi para hacer de Grace; y es que esta talentosa chica ya nos ha dejado bien claro que es una polifacética todo-terreno de lo más versátil.

No es fácil poner en pie una producción de teatro musical hoy en día con todo lo que conlleva tanto artística como técnicamente. A esto hay que sumarle que el público es cada vez más exigente, y está acostumbrado a producciones de alto nivel que suelen aterrizar en nuestra ciudad, o que gracias al cine, la TV e internet, podemos disfrutar sin tener que visitar Broadway o el West End londinense. Por esto, siempre he pensado que producciones independientes como estas tienen el doble de mérito, ya que tampoco cuentan con el presupuesto o el apoyo de instituciones, patrocinadores, o un gran teatro que los respalde.

¿Cuál es el secreto para colgar el cartel de “no hay entradas” en cada función? Sin duda no es otro que el esfuerzo y la dedicación contagiosa que ponen en cada detalle cada uno de ellos. Salta a la vista que son prácticamente como una familia, y que llevan el amor por el teatro a otro nivel.

Cuando se cierra el telón, y el auditorio retumba con una merecida ovación, nos queda la satisfacción de que estos locos del teatro seguirán transportándonos y emocionándonos en futuras producciones durante muchos años más. Porque afortunadamente no es fácil curarse de la enfermedad del teatro una vez que te contagias de ella, y los de Tomateatro están enfermos hasta la médula.

 

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