2 mayo, 2024
Al principio dudamos, pero tras un par de indagaciones comprobamos que era cierto: la gira europea de Os Mutantes, la mítica banda brasileña, recalaría -¡oh, maravilla!- en la Sala X.

Fotografías por Antonio Guerrero

Lo ojiplático de nuestra expresión estaba completamente justificado: ¿Os Mutantes en Sevilla? Para empezar, desconocíamos que siguieran en activo. Vale, parece que editaron un disco hace tres años, llamado Fool Metal Jack. Así que uno de los baluartes del movimiento Tropicália, relativamente poco conocido fuera de Brasil (salvo por el detalle de que uno de sus temas, ni mejor ni peor que otros, apareció en un anuncio de TV ad nauseam) estaría dentro de poco en la Sala X. La perspectiva se antojaba inmejorable; la personalísima mezcla de ritmos del folklore sudamericano con guitarras ácidas y absurdos coros de naturaleza naive, junto con los trucos de producción típicos de la sicodelia de los sesenta, resultó en una propuesta única, sin parangón entonces ni ahora. Tanto, que jamás hubiera esperado encontrarla tan cerca…

La cosa empezó con la “Fuga Nº II” de su histórico segundo álbum, sencillamente llamado Mutantes (1969), seguida de los dos únicos ejemplos que disfrutaríamos de su último esfuerzo discográfico, el homónimo “Fool Metal Jack” y “Time and Space”, que demuestran que poco o nada ha cambiado en el imaginario de los de Sao Paulo. Las pintas, por cierto, tampoco: Sérgio Dias, último mutante original, continúa disfrazándose para tocar, y en esta gira lleva una túnica más propia de un chamán que de un señor mayor que se dedica a esto del rock. Sus cualidades a la guitarra siguen siendo las de siempre; esto es, las de un guitar hero hecho a sí mismo, con una digitación muy tosca pero capaz de convencer a base de riffs efectivos y solos de carácter cósmico. Dirige la banda con la autoridad de años de historia a sus espaldas mientras sigue manteniendo esa sonrisa de niño travieso que nunca terminó de crecer del todo.

“Tecnicolor” fue la última canción antes de desatar la locura –previsible- de “A Minha Menina”. Tras esto, el público de la X no estaba caliente; hervía. Era pues terreno idóneo para un “Jardim Elétrico”, vibrante, vital. Esmeria Bulgari es una digna sucesora de las cantantes que han pasado por la formación. Aún más estrafalaria que Dias, aprovecha a los más entregados de las primeras filas para retorcerse y cantar con ellos, cuando no pasarles directamente el micro. También se hace cargo de diversas percusiones, bailes, poses y caretos con profesionalidad.

“Bat Macumba” es una composición de una simpatía descomunal, y era notable la complicidad entre los miembros del grupo –y el público- durante su enloquecida interpretación. Henrique Peters se encarga de los teclados y algunas voces, Vinicius Junqueiras del bajo y Claudio Tchernev de la batería, todos con oficio admirable, aunque ninguno pudo evitar los problemas técnicos que hicieron que la genial “Cantor de Mambo” tuviera que interrumpirse en un par de ocasiones. Nada que enfriara el ambiente, y menos cuando el siguiente tema era todo un “Top Top” con Esmeria perdiendo los papeles para regocijo público.

Se podría decir que “Balada do Louco” es una de las canciones más convencionales que ofrecieron, pero, entre tanto sinsentido, su estructura clásica y su punto a los últimos Beatles hicieron que supiera a gloria. “Ando Meio Desligado” fue la única concesión a su disco conceptual, dedicado a la Divina Comedia, de 1970, pero el riff duro de “A Hora E A Vez Do Cabelo Nascer” (o “Cabeludo Patriota”) funcionó mucho mejor, provocando incluso un amago de pogo entre varios de los presentes.

Hubo tres despedidas: la primera fue con su aportación al manifiesto Tropicália de 1968, “Panis Et Circenses”, declaración de intenciones nada lógicas. Pero nadie iba a dejar que se fueran tan pronto. Tras insistir un rato salieron para tocar esa impagable coña pseudo western que es “El Justiciero”, tras la cual volvieron a jugar al escondite hasta acabar, ya sí, con la madre de todas las canciones moñas que hay en el mundo, una “Baby” tan pasada de rosca en sus coros (“Baby, baaby, I love youuu”, aullaba Esmeria completamente en serio) que es un hallazgo en sí misma.

Terminaba así una noche más rara que un perro verde, como hubiera dicho mi abuelo, pero divertida a más no poder. Saliendo de la Sala X nos enfrentamos al calor inmisericorde del verano de Sevilla, pero algo en nuestro interior había cambiado durante el bolo. ¿Será cierto que la música sicodélica altera la percepción? Yo no caminaba por el sur de la península, sino por el del globo, y la gente que me encontraba no hablaba en andalú, sino en una especie de castellano deshuesado. ¡Qué cosas tan raras provoca la música! Menos mal que, dentro de nada, nos traen las olimpiadas, aquí al lado…

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