26 abril, 2024
Enmarcado dentro del recién inaugurado XXXIII Festival de Música Antigua de Sevilla, los chicos de Claroscuro nos invitaron a redescubrir mediante música, marionetas y máscaras, este clásico de la literatura española.

Fotografías por Lorena Lucenilla

Compañía de Teatro Claroscuro

Teatro Alameda 27/02/2016

Enmarcado dentro del recién inaugurado XXXIII Festival de Música Antigua de Sevilla, los chicos de Claroscuro nos invitaron a redescubrir mediante música, marionetas y máscaras, este clásico de la literatura española.

Una concurrida audiencia llenó a mediodía el teatro, donde predominaba el público infantil. Y es que la genial idea de ofrecer un precio reducido para ellos, aprovechando lo conveniente de la hora, es un empujón alentador para que los mas pequeños descubran y disfruten también de este tipo de ofertas culturales tan accesibles.

La obra, a caballo entre las antiguas representaciones en los corrales de comedia, el recital, y el teatro de marionetas, expande y amplía la obra anónima por todos conocida.

Una cuidadísima dirección y puesta en escena, obra de Francisco de Paula Sánchez, nos introduce desde el primer minuto en la historia, que tiene como maestro de ceremonias a un divertido cerdo en bandeja listo para servir y con un acento muy de por aquí, manejado por Eva López.

Nuestro protagonista, el pequeño y desgraciado Lazarillo, en forma de títere a tamaño real, cobra vida propia ante nuestros ojos gracias a los habilidosos marionetistas de la compañía, capitaneados por la actriz canadiense Julie Vachon, principal responsable de otorgar de vida, voz y movimiento al personaje. Un difícil cometido que cumple con creces, ganándose la empatía del público haciéndonos reír, entristecernos o enternecernos a partes iguales con sus numerosas y desdichadas aventuras.

Destacable es también el camaleónico trabajo interpretativo de Concha Medina y Chema Caballero, que iban turnándose para convertirse en los distintos personajes enmascarados que acompañan al protagonista en su camino.

Uno de los pilares de la obra, y la invisible culpable de hacer avanzar la historia, es sin duda la música. La virtuosa interpretación en directo que nos regalan Sara Águeda, con el arpa española, y María Alejandra Saturno a la vihuela de arco, es un elemento clave que termina de unir todas las piezas de este puzzle mediante un amplio y variado repertorio de los siglos XVI y XVII, en su mayoría instrumental, y que consigue hacernos retroceder en el tiempo gracias a esta banda sonora medieval.

Este manto mágico musical cubre el cuento de principio a fin de forma subliminal, pero en momentos clave (y de gran belleza), cobra protagonismo absoluto. Es el caso por ejemplo de “Al villano qué le dan”, de una jovialidad contagiosa. El “Dies Irae”, con una solemnidad sacra, o la dulce nana de “¡Ay luna que reluzes!”.

Además, de forma muy inteligente, la música también es usada en algunas ocasiones como elipsis temporal, llevándonos de la mano para cambiar de una escena a otra.

Este renovado “Lazarillo”, que dejó absortos a grandes y pequeños, tiende un puente desde la edad media hasta nuestros días, ofreciéndonos un final optimista y no exento de moraleja (como todo buen cuento que se precie). Con numerosas lecturas subjetivas y presentando cuestiones aun vigentes hoy en día como la diferencia de clases, la lucha por la supervivencia, o la permanente búsqueda de nuestro lugar en el mundo. Todo esto sin perder nunca la sonrisa. Algo que es, y debe seguir siendo, realmente intemporal.

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