27 abril, 2024
La comedia ácida, la revisión colectiva y el humor autonómico en su máxima expresión

La de ayer fue una noche histórica en Jerez de la Frontera. No, no nos referimos a que los jerezanos, como el resto del país, se acostaron tras vivir la primera moción de censura exitosa de nuestra democracia. No, nos referimos a que Manu Sánchez trajo al escenario del Teatro Villamarta su último espectáculo, ‘El buen dictador’. Tras los éxitos de taquilla de sus anteriores entregas teatrales como ‘El rey solo. Mi reino por un puchero’ y ‘El Último Santo’, dónde atrajo a las butacas a 150.000 espectadores, Manu Sánchez vuelve con este nuevo show a cargo de la productora que él mismo fundó, 16 escalones, y bajo la dirección de Fernando Fabiani, para traer de nuevo su particular visión de la actualidad social de su además particular manera.

En estos tiempos es evidente que el talento de los jóvenes andaluces, casi sin excepción, está teniendo que emigrar fuera de su tierra, bien sea más allá de Sierra Morena o de los Pirineos. Por suerte, Manu Sánchez está aquí. El joven de Dos Hermanas, vestido cuál emperador prusiano de impecable blanco, con barba y cabellera a juego, se pasea durante más de dos horas sobre las tablas de forma magistral, sin parar de sorprender al público por su gran capacidad interpretativa, su dialéctica, su inventiva, su forma de estar a la altura del momento y lugar en el que lleva a cabo su función. Anoche, por ejemplo, hizo menciones a glorietas de dudoso gusto estético de la ciudad del caballo o a su polémico exalcalde de la ciudad Pedro Pacheco, o a la rivalidad con Cádiz, para disfrute de los jerezanos presentes. Esta habilidad camaleónica, unida a una visión muy andaluza de ver la realidad y que le sirve para empatizar con su público, es ya herramienta suficiente para alcanzar el éxito en la comedia andaluza.

Pero Manu Sánchez no se conforma, y con un manto reivindicativo, no duda en mezclar humor, autocrítica social y burla política de la más rabiosa actualidad. En este nuevo espectáculo, Manu interpreta nada más y nada menos que al altísimo, a Dios, al dios cristiano, que sentado en su despacho, atiende teléfonos como si de rezos se tratara al tiempo que comenta con el público presente elementos naturalizados de nuestra vida diaria dignos de burla por su absurdez. Nada ni nadie se queda sin su dosis. Especial mención merece la llamada de Rajoy, a la que supo dotar de rabiosa actualidad, o la crítica satírica al independentismo catalán que tanto ha cargado contra los andaluces. Pero tampoco olvida cuestiones que componen el día a día de la población andaluza con su particular modelo de madre, su temperatura anual y característica ‘’la calor’’, o la idea de sexualidad imperante y sus mitos asociados, que se toma de la forma más cómica y desternillante posible.

Y, cómo no, le toca el turno a la Iglesia y a su propia y divina figura. Normalizando la figura de Dios, Jesús, María y demás personajes bíblicos a estereotipos actuales y tipos de familias, mofándose del papel que ciertos Papas tuvieron en su día, o cargando contra la monarquía con finura y humor inteligente, Manu Sánchez no deja títere con cabeza ni en las más altísimas esferas. Como un Dios enfadado, echa las culpas de todos los males del mundo al hombre, que ‘creó en el sexto día’, al tiempo que avisa de su ‘mal pronto’ aunque después sea ‘mu bueno’.

Además de la temática inusual, valiente y coherentemente llevada de la obra, Manu Sánchez vuelve a sacar su yo no sé qué que le hace tan único y se atreve con todo. Canta, baila, emplea luces y otros efectos para que el público, lejos de cansarse lo que ve, cada vez quiera más. Es un artista por derecho, capaz de lanzarse a cualquier tipo de loca aventura por crear su espectáculo y no solo no decepciona, sino que continuamente sorprende con su novedosa forma de tratar el humor, respetando y comenzando por sus raíces, hasta su desternillante conclusión que lejos del humor rápido y mordaz andaluz, quizás requiera de un traductor para paisanos de otras zonas de la piel de toro.

La sensación con la que uno sale del Villamarta tras ver a Manu Sánchez es de plena euforia y a la vez de vacío de energía por la risa y los aplausos ininterrumpidos en el graderío. No extraña que las tablas del Gran Teatro de Huelva, el Gran Teatro de Córdoba, el Palacio de Congresos de Granada, el Teatro Infanta Leonor de Jaén, el Nuevo Auditorio Fibes de Sevilla o el Teatro Cervantes de Málaga se hayan rendido a sus divinos pies con llenos absolutos de butacas. Puede que Andalucía siga siendo menospreciada como fuente de talento joven frente a otras provincias con más oportunidades o mejor uso de la propanga y el autobombo, pero que nadie se equivoque, porque Manu Sánchez es el reflejo de una generación que desde su espíritu y orgullo andaluz, viene dispuesta a comerse el mundo. ¡Alabemos todos al buen dictador!

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