26 abril, 2024
“La selección brillante de este material llega hasta rincones insospechados y poco tratados de manera efectiva”

Asistimos al último día de proyección de Supersonic, el documental acerca de Oasis. Sólo una semana en las salas. ¿Qué esperabais? Y eso que el resultado deja a la cinta de Mat Whitecross como un producto no sólo para fans, pero especialmente para ellos. Quizá no llegue al mensaje universal que llevaba Dig! (Ondi Timoner, 2004) por su metraje, al que le sobra unos minutos, y porque si en aquel se trataba de manera indirecta el rift que separa arte y negocio, libertad creativa y servilismo económico, Supersonic pone la lupa sobre todo en el espectacular ascenso de Oasis como un producto cien por cien británico, muy británico. Y lo hace contemplando de manera (casi) cronológica desde la infancia de Noel y Liam Gallagher hasta uno de los cúlmenes de su carrera, tocando dos noches seguidas en el Festival de Knebworth de 1996.

Intensa, divertida, rockera, popera, emocionante, Supersonic dosifica, enlaza y mezcla los documentos visuales con actuaciones en directo, ensayos y demos de manera ágil.

Las fuentes de imagen y sonido debieron ser numerosísimas, y están efectivamente aderezadas por ordenador dándole un toque analógico, cogiendo protagonismo en más de una ocasión. La selección brillante de este material llega hasta rincones insospechados y poco tratados de manera efectiva, llegando a ser, no un retrato de los hermanos Gallagher, sino una ventana desde donde saber quiénes son estos músicos que de manera tan sencilla y poderosa, llegaron a resucitar el pop y el rock de cuadrilátero, librándonos de la vacuidad a la que estaba llegando la electrónica, el payasismo de las boybands, y eclipsar los restos mortales del grunge. Difícilmente podemos creer, una vez visto Supersonic, que aquello de las peleas, las discusiones y las declaraciones de Liam y Noel eran pose y maniobras publicitarias. El documental muestra por primera vez a los Gallagher no sólo como músicos, sino que también les podemos ver como ciudadanos de clase modesta y tristes comienzos que lograron con arrogancia y talento ser estrellas del rock. Bajo esta perspectiva, y paradójicamente, no se puede creer que a día de hoy no se comuniquen.

Una muchacha, al salir de la sala de cine, se quejaba de que no hubiera ni media mención a Blur, lo cual, pensémoslo seriamente, fue un alivio. Aquella oscura rivalidad con los músicos de Colchester está ya tan vista y oída, que se agradece que se pase por alto. Si tan interesados estamos en este aspecto, nos podemos remitir a otro gran documental, de engañoso título, Live Forever: The Rise and Fall of Brit Pop. También ausente está esta etiqueta de denominación de origen, Britpop (nunca lo fue musical) por la misma razón, intuímos, para evitar que llueva sobre mojado. Estas dos ausencias, en perspectiva, son de agradecer. Lo que sí es de extrañar es la poca visibilidad o mención de otras bandas.

Efectivamente, Supersonic nos mueve revisar sus últimos discos, con una nueva disposición, dejando atrás rótulos musicales y el hecho de que nos los pusieron hasta en la sopa, y que también se les comparara con lo más dispar que pudiéramos imaginar con ningún fin. Muy al pesar de los obtusos de oído, agallas y corazón, Oasis no sólo crearon grandes éxitos (y muchas veces, canciones superiores a estos como caras B) sino himnos generacionales y universales, y este collage/recortable biográfico del legendario grupo nos hizo echar de menos (sin nostalgia, sólo con una sonrisa burlona) tiempos de flequillos largos, zapatillas de deporte molonas, y el sabor del gin-tonic cuando era supersonic, y no como ahora, una ensalada exótica.

Aprovechando estas líneas, querríamos agradecer la vuelta de la banda tributo a Oasis, que también lleva por nombre Supersonic, y que nos dio un sensacionalísimo concierto una noche de noviembre de hace cinco años en Fun Club. Si nos rodea la mediocridad, es porque los buenos os marcháis.

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