26 abril, 2024
“Defender con duende y elegancia un repertorio de tal envergadura es una virtud y un privilegio al alcance de pocos. La inspiración en su estado más natural: el del terremoto espontáneo de virtuosismo. Piano y voz. Una obra universal. La nueva epifanía musical de Andrés Calamaro”

Con el carácter de grabación casual y de “archivo”, pues se trata de un primer tanteo del repertorio en los estudios Romaphonic (Buenos Aires)  para la presentación en Donosti junto a Bob Dylan el julio pasado. Grabada como guía para ensayos posteriores, se enmarca esta obra como Grabaciones Encontradas 3, siguiendo la estela de los dos primeros tomos de grabaciones accidentales que el rockero argentino Andrés Calamaro publicó en los noventa.

La pureza y el feeling tiñen esta obra de canto, se visten en el tango, en la milonga, en la zamba argentina y en el repertorio propio del cantor bonaerense. Hay estilo, hay  inspiración, hay genio, hay duende. Espontaneidad interpretativa y el saber hacer que otorga la experiencia. Sensibilidad y elegancia. La música desnuda. La voz en llamas.

No es únicamente la solemne portada, tan Blue Note, la que queda influenciada por el jazz. Algo tiene el sonido del disco que recuerda a las grabaciones del género en los años 50, a los discos registrados a la antigua, donde la espontaneidad, el buen oficio y la inspiración de los músicos, eran, incluyendo las posibles imperfecciones, la mayor verdad transmisible, en un honorable ejercicio de honestidad brutal, con discos grabados totalmente en directo y con pocas tomas.

Imprescindible escuchar el silencio. El aire del disco. Lo que no se toca ni se canta. Porque el litúrgico silencio entre los músicos es capaz de hacer vibrar las emociones igual que tres amplificadores al once de volumen. El mágico arte del silencio.

Germán Wiedemer despliega todo su catálogo musical pianístico. Como una enciclopedia de mil estilos, lleva las canciones a otro terreno y pone la alfombra roja para que la garganta con arena de Calamaro luzca sobre un importante acompañamiento armónico. Como se abre un acordeón, Wiedemer abre la caja de truenos del piano y es capaz de hacerlo bramar desgarrador en el tango, de presentarlo sutil y refinado en la bossa nova, y de sustituir el rugido de distorsión introductorio original de Paloma por una fina melodía con tintes clásicos.

El repertorio. Un elenco de canciones de distancia y raíces, de amor y desamor, nostalgia y valentía.  El homenaje melancólico y declaración fiel de amor en la lejanía a la tierra de Lito Nebbia es el primer corte del disco,” Nueva Zamba Para Mi Tierra”. El desgarrador tango de barrio, lluvia y gabardina, “Garúa”, de Enrique Cadícamo y Anibal Troilo. El giro de timón para “Mi Enfermedad”, del repertorio de Los Rodríguez, de la original, más rítmica y rockera, hacia un rumbo más reflexivo en estas Romaphonic Sessions, donde cada verso destella tremenda emoción. Como el texto al que al despojarlo de ornamentos estilísticos muestra su poesía, al desnudar Mi Enfermedad surge algo inexplicable: la música por encima de la música. “Biromes y Servilletas”, la exaltación de la bohemia de Leo Masliah. De Honestidad Brutal, una de las canciones emblemáticas de Calamaro, en clave de bossa nova, “Los Aviones”.

“Milonga del Trovador”, parisina de nacimiento, del genio Piazzolla y Horacio Ferrer, como muestra de tango más moderno. Se recupera también del repertorio de Los Rodríguez la extraordinaria “Siete Segundos”, que, como ocurrió en varias giras, se presenta en mancuerna con “El día que me quieras”, de Carlos Gardel y Alfredo Lepera. El vals de los hermanos Expósito,Absurdo”, y “Soledad”, de nuevo del tándem Gardel y Lepera. Y, como final, al igual que en muchos de los conciertos del argentino, la épica “Paloma”. Despojada de la distorsión original, más íntima e introspectiva, adquiere un tono más tierno y emotivo, un cierre de puerta grande para Romaphonic Sessions.

Grabar un disco en dos tardes. ¿La simpleza de un álbum de versiones a piano y voz? No. Lo complejo de lo simple. La cuadratura del círculo. El 10, el mediapunta, vuelve a hacer la maravilla, el pase mágico que a la vista del espectador resulta sencillo. Hacer que lo difícil parezca fácil se llama genialidad. Y de tales jugadas maestras, Andrés Calamaro es, valga la redundancia, el verdadero maestro.

Defender con duende y elegancia un repertorio de tal envergadura es una virtud y un privilegio al alcance de muy pocos. La inspiración en su estado más natural: el del terremoto espontáneo de virtuosismo.  Piano y voz. Una obra de belleza universal. Cantar mirando a los ojos a la eternidad. La nueva epifanía musical de Andrés Calamaro.

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