26 abril, 2024
Tres lluviosas noches ofreció Jorge Drexler el asilo de sus canciones a Sevilla.

Fotografías Antonio Andrés

Tres lluviosas noches ofreció Jorge Drexler el asilo de sus canciones a Sevilla. Tres noches acogió Sevilla a Jorge Drexler en su asilo. Un asilo con forma de caja de resonancia de guitarra, la Sala BOX, que congregó a quinientas personas en cada una de las veladas. Una guarida de canciones protectora de la realidad y las preocupaciones del mundo exterior, de la entropía del día a día. Lleno absoluto. Todas las entradas agotadas desde hace meses.

Hay artistas que son ingeniosos y detallistas hasta para preparar la previa de su concierto, hasta para seleccionar la sintonía que precede a la salida de los músicos. Y es que poco debe tener de casualidad que antes de que el uruguayo y su banda salgan a escena suene Doña Soledad, de su compatriota Alfredo Zitarrosa. No sólo por advertir el inicio del show mostrando su folklore y su raíz, sino porque esta canción presenta a la guitarra de forma percutida, como aparece constantemente (además de tocada, rasgada, tañida) en Salvavidas de Hielo, su último disco, y encajando de forma perfecta rítmicamente con el inicio de Movimiento, la canción que abre la noche, provocadora y universal. Sin fronteras.

Una de las particularidades de ese hermoso título que es Salvavidas de Hielo es la presencia de un único elemento, agua flotando sobre agua. Como en Río Abajo, la siguiente canción de la noche, que suena antes de presentar otro estreno, Abracadabras, una oda a la poesía y a aquellos que la buscan, con Martin Leiton (una línea brillante de bajo en la canción anterior, por cierto) imprimiendo el característico sonido de la leona, un instrumento típico del son jarocho mexicano.

Advierte Drexler que el repertorio no sigue una línea evolutiva ni coherente en cuanto a dinamismo ni a emociones, por eso pasamos de Transoceánica a 12 Segundos de oscuridad, donde el auditorio, en un bello ejercicio de locación traslativa, queda convertido en la playa de Cabo Polonio (Uruguay), sumido en la oscuridad, salvo cuando cada esos doce segundos, el haz luz del faro, con su movimiento pendular, nos recuerda que sin ese intervalo de oscuridad no se puede guiar uno.

Subidos en esta montaña rusa de emociones viajamos desde estas profundidades a la inocencia y la levedad de Estalactitas, una sutil bachata, naif y romántica; y la bailable Universos Paralelos, revisitada con un toque más disco. Homenaje a Leonard Cohen en Despedir a los glaciares, inspirada en los glaciares venezolanos: el ciclo constante del tiempo conduce inevitablemente a las despedidas, todo lo que llega se va, se derrite.

Con Asilo se alcanza uno de los momentos más hermosos y delicados del concierto. Sin la voz de Mon Laferte que elevó la canción a un lugar inalcanzable en el disco, pero compensada con una puesta en escena preciosa, con una guitarra más que suma Javier Calequi y con la entrada de tenues percusiones que se llevan a esta ranchera más cerca del bolero.

El escenario comienza a vaciarse de músicos hasta quedar sobre él sólo Drexler y su guitarra. Nos explica que para aprovechar su último gran descubrimiento en Sevilla: la extraordinaria acústica del auditorio BOX, un antiguo cine de la Expo 92 en el que con apenas un poquito de amplificación el uruguayo interpreta Salvavidas de Hielo, la Milonga del Moro Judío y, a petición del público, Sanar.

En formato trío acústico se plantea un interludio muy folklórico con Pongamos que hablo de Martínez, el homenaje y el agradecimiento a Joaquín Sabina que, hace más de veinte años invitó a Jorge a venir a Madrid y a dejarlo todo (la medicina incluida) por las canciones; y la zamba Alto el fuego. Jorge Drexler está a gusto, la complicidad puede palparse, la simbiosis con el público, que ondea sus móviles mostrando en las pantallas iluminadas las banderas de sus países de origen (Uruguay, Venezuela, México…), es total.

La banda al completo vuelve al escenario con la eléctrica cumbia de cadencia selvática Bolivia y el guitarrero recuerdo a la memoria del rockero americano Tom Petty, con el guiño de Free Fallin que se funde con Antes.

La trama y el desenlace anticipan que se acerca el final, pero mientras éste no llega…amemos la trama. Como nos invita su canción a amar el Silencio. El tema de su último disco, una oda a la desconexión propuesta casi como un juego, es inesperadamente especialmente celebrado y acompañado por el público sevillano. Los silencios recurrentes de la canción estallan estridentes a su final, cuando se desata la hermosa pequeña tensión creada por sus momentáneos paroncitos.

Tras una simulación de despedida, llega el auténtico final festivo de la noche. De la última de las tres noches, los últimos bises en Sevilla. Telefonía, Bailar en la Cueva y La Luna de Rasquí son alegremente bailadas en el auditorio, que se convierte en una pista de baile improvisada en los compases finales de la velada. Y que, esta vez sí, se despide hasta la próxima escuchando y bailando (en una ola de sincronización perfecta con los músicos) Quimera. Jorge Drexler y su banda siguen bailando mientras se despiden. El auditorio BOX se vacía mientras en los altavoces suena Mandato

Ha sido una noche increíble. A un nivel que muy pocos logran alcanzar y muchos menos mantener. Un show marcado por el protagonismo de las palabras, las guitarras, la polirritmia y la elocuencia del uruguayo con sus intervenciones hilarantes. Con un creador de tal calibre que dispone de un repertorio tan perfecto, en la que cada canción es igual de buena o mejor que la anterior, que uno no echa de menos sus joyas más conocidas, como Al otro lado del río o Todo se transforma.  El espectáculo de un artista en constante renovación, que en cada disco nace de nuevo, que comenzó en Montevideo sólo con guitarra y voz, que exploró la grabación de una gira en la que iba incorporando elementos sonoros accidentales del medio, que incorporó a sus canciones la tecnología y la electrónica, que se atrevió con disco de estudio con público grabado en directo por toda la banda; que se propuso crear desde el ritmo, desde los pies, desde la relación con el movimiento y con la tierra, canciones que se pudieran bailar; y que, ahora, pone (o vuelve a poner) la guitarra como centro de todo en su disco y en su gira más guitarrera. Un concierto que suena a madera.

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