28 marzo, 2024
Al gallego le sobró talento para ejecutar un espectáculo lleno de ritmo y corazón

Fotografías por Mr. Hipérbole

Los seguidores éramos legión silenciosa rellenando los huecos de un Quintero que ya presentaba cola en la puerta una hora antes. Había muchas ganas de Xoel López, como las había de escuchar en directo Paramales, el trocito del alma que el gallego ha convertido en su último trabajo. Y la apuesta era de órdago. Pese a que el escenario mostraba instrumentos como para al menos un trío, Xoel se presentó solo, aguerrido y sonriente, haciendo brillar un repertorio escogido con mimo para esta cita, alumbrada por el ciclo de conciertos SON Estrella Galicia.

No imaginamos un oficio diferente para el orfebre de canciones en que el tiempo y la experiencia han convertido al coruñés. Aún sobrecogidos por cómo planteó el acústico de un disco multi instrumental y se desdobló con soltura haciendo que no echáramos nada en falta, si acaso un par de horas más de concierto. Como aquel Náufrago de Tom Hanks que no necesitaba más que un personaje para contar su historia o la Carmen Sotillo de Cinco horas con Mario y su soliloquio hipnótico. Desvaríos aparte, nada más lejos del monólogo en la noche del primero de octubre. La sintonía era tan palpable que aún se nos pone la piel de gallina al recordar ese «Reconstrucción» coreado por todo el teatro, con respeto y a media voz, para no dejar de escuchar a Xoel.

Fue el arpegio de «Patagonia» el que inició el tour que recaló en «El hombre de ninguna parte» y esa inmersión latinoamericana rica en ritmos de caderas que se contonean sin esfuerzo. La rabia contenida, la de él y la nuestra, se derritió con el «Sol de agua» que azotaba este país cuando nuestro protagonista marchó. «Se supone que es una canción perfecta para el otoño pero aquí aún no se os ha acabado el verano», bromeó. Técnicamente impecable, con dos micros, pedal, bombo y guitarra bajo su único dominio, Xoel hacía girar el caleidoscopio de una música que refleja nuevos colores en cada posición.

Alternando los dos últimos trabajos, su voz se hizo gigante cuando subió a «La gran montaña» y prodigiosa la armónica de «Yo vi un hombre desaparecer». Uno de sus regalos, el guiño sureño, fue la primera alusión a Deluxe de la noche, hilada con unos recuerdos musicales de Lole y Manuel. La devoción de la audiencia debía ser patente desde el escenario cuando el ímpetu de «Quemas» hizo sonreír al propio Xoel. El hombre orquesta redobló esfuerzos para la única composición sin guitarras de Paramales, «A serea e o marineiro», que adquirió una dimensión diferente llevada por las cuerdas. Los coros de los embobados asistentes (uno de los pocos conciertos que recuerdo en los que no ha habido que pedir silencio al personal) divagaron con el cantante por «Buenos Aires», persiguiendo el olor de sus kioscos de flores.

El maestro artesano se sentó al piano para los días decadentes «De vino y espejos», que pocas veces tenemos el placer de disfrutar en directo. Y es que, aunque crea que es una de las menos reconocidas, ha sido siempre una de nuestras favoritas. Un profesional sin costuras, sincero, cercano y relajado que charla con los presentes explicando el origen de sus canciones. Dibujó su particular «Postal de Nueva York» con coros de Grease incluidos, antes de sumar el ukelele al elenco. Tan osado es nuestro artífice que hasta trata de definir el amor en «La boca del volcán» y nos muestra «Ningún hombre, ningún lugar», también (y por primera vez) con ukelele. No podía faltar «Por el viejo barrio» y una de las llaves maestras, «Tierra», con la que es realmente complicado mantener la compostura y contener la emoción.

Que tire la primera piedra quien no pueda cantarle a alguien «Todo lo que merezcas», el segundo tema de Paramales con más escuchas en Spotify. Fue el Fin de un viaje infinito lo que llevó a Xoel de nuevo a Deluxe y al piano en una soberbia «El amor valiente». «Como debió sonar la primera vez en el estudio», confesó. Prodigioso, entregado e incluso de pie ante las teclas, era imposible dejar de preguntarse «qué es lo que está pasando (…) está pasando una vez más«.

Ya es costumbre la mención a otros proyectos como Lovely Luna, del que escuchamos la dulce «Parando el tráfico». Se encaminó Xoel al final del viaje con la sonrisa puesta y la promesa de hacernos bailar. Cumplió con el teatro embelesado y su «Yo sólo quería que me llevaras a bailar». Aunque intentemos despojar este texto del desapasionamiento que se le supone a un ejercicio crítico, cuando el objeto del mismo es capaz de transmitir tanto con tan poco, se le paran a uno los pulsos. También podrían haberse apagado todas las infinitas luminarias del Quintero cuando, en todo lo alto, «De piedras y arena mojada» cerró la velada. Toda la luz provenía, por aquel entonces, del señor que estaba a punto de bajar del escenario.

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