16 abril, 2024
Una exquisita colección de canciones que abren una nueva senda de sonidos en el estilo de Coque Malla, y que se posiciona entre uno de sus mejores discos en su etapa en solitario.

A veces es complicado. Necesitas escuchar un disco un par de veces, o incluso más, para saber si se trata o no de un buen trabajo. Sería quizás algo exagerado decir que, únicamente,  con los treinta primeros segundos de El último hombre en la tierra  es ya posible hacerse la idea de que uno tiene algo bonito entre manos pero sí se puede decir que, al menos, son premonitorios. Premonitorios de algo grande. Son treinta segundos en los que los violines, con arreglos de Miguel Malla (hermano de Coque) lloran la introducción de “La Señal”, y a continuación, el trote de la guitarra acústica de Coque Malla abre la brecha de su nueva colección de canciones.

Habían pasado dos discos desde que Coque Malla no presentaba nuevas canciones, allá en Termonuclear. Por el camino de este nuevo álbum pasaron Mujeres, el trabajo de dúos con voces femeninas, el disco homenaje al repertorio de Rubén Blades, giras y descansos compositivos.

“La Señal” resulta ser tal. Es la primera canción y toda una declaración de intenciones. En ella aparecen los violines y los vientos, los arreglos orquestales, los desarrollos armónicos, los nuevos menajes de los que se ha armado el ex de Los Ronaldos en su constante aventura de investigación musical. “Santo, santo” es la plegaria aconfesional con aires de Bowie por un mundo más sencillo, más cómodo, menos problemático; “Lo hago por ti”, el corte que salió como aperitivo de adelanto, un tema que sirve de unión con el repertorio habitual de Coque y las nuevas canciones, con esa melodía y métrica tan Dylan, tan Calamaro, y el espectacular órgano a cargo de David Lads.

Llegamos así a uno de los puntos álgidos, la canción que da nombre al disco, “El último hombre en la tierra”, parisina, exquisita, bucólica y melancólica, a ritmo de vals, con arreglos circenses y toques de verbena de siglo XX.  “Me encantaba esperarte al final del andén (…)  Me encantaba ser como humo en el aire, perdidos.”

La narrativa de Coque Malla sigue siendo de una genialidad intacta. Lo demuestra sencillo pero desbordante en “Cachorro de León”, un híbrido suave de rock y soul. “Ella por fin maduró, dejó las drogas y el alcohol y ahora es artista. Pero nada de novelas de autor, ni de canciones de folk o de rock… qué va, tiene un cachorro de león y es una perfecta equilibrista.

Este mismo híbrido soul se desata en la asertiva “Escúchame”, violento y firme, con la fuerza de los vientos y los fantásticos coros casi “negros” de Javier Polo, María Ovelar, Billy Fesser, Nina y Araceli Lavado.

La aromática “Me dejó marchar”, un elixir construido sobre la atmósfera de matices que crean los arreglos de cuerdas de Miguel Malla y el baile de los clarinetes.

Luego está “Todo el mundo arde”, el corte más “ronaldo”, un blues crudo con órgano y guitarras especialmente dylanianas (“Time Out Of Mind”), un blues inflamable, árido y de temática más oscura, que se abre con un riff que recuerda al “I Shot the Sheriff” del maestro Marley.

De nuevo en “Pétalos, sonrisas y desastres”, una tranquila balada nostálgica desemboca en la música negra, con el juego de preguntas y respuestas entre las cuerdas, los vientos y los teclados, con el estribillo final en el que son las voces de Coque y los magníficos coros los que dialogan.

Se acerca el final con la crítica y lúcida, “El cambio interior”, irónica, narrada como un pequeño cuento, que roza la sátira política y que se sumerge en la crítica social y personal. Sobre todo personal, la crítica que nace desde la conciencia, desde el interior del propio individuo para poder proyectarse hacia el exterior. “Todos gritaban clamándole al cielo, ya no podían con la situación”, sí, pero al final siempre acababan tirados delante del televisor. La revolución que nunca empezaba, la revolución de la que todos hablaban… la revolución del humo, diluida constantemente en el aire, en la que nadie abogó por empezar el mundo cambiando desde uno mismo.

El último hombre en la tierra se cierra como el cielo, como el día. Las luces desaparecen, muere el sol y en el silencio oscuro nace la noche con la nana “Duerme”, dulce y reposada, con unos coros de lujo y el genial serrucho de Diego Galaz.

Una exquisita colección de canciones que abren una nueva senda de sonidos en el estilo de Coque Malla, y que se posiciona entre uno de sus mejores discos en su etapa en solitario. Un trabajo lleno de movimientos, de riqueza armónica, repleto de influencias y lleno de sofisticados detalles perfilados cuidadosamente, marcado por la orquestación y la incombustible literatura narrativa del rockero, experto artesano en el dominio de la melodía. Amén del espectacular trabajo de productor, el experto y habitual José Nortes, y la banda, formada por el guitarrista Toni Brunet (que dicho sea de paso, va de discazo en discazo), los teclados de David Lads, Gabrial Marijuan y Ricardo Moreno en percusiones, y el bajo de Mac Hernández.

El sombrero de Coque Malla ha funcionado como una chistera. Y la magia de sus nuevas canciones ya está en las calles. Se llama El último hombre en la tierra.

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