28 marzo, 2024
Por el frío que hacía y los sonidos que salían de la prueba de sonido, llegué a pensar que estaba en Canterbury a principios de los setenta. Nada de eso: finales de marzo de 2014, Sala Custom de Sevilla. Tabletom ha decidido rega(la)rnos los oídos por más tiempo del que muchos quizá estimen oportuno.

Coño, que tuve que ir a refugiarme al bar más cercano e improvisar una cena en toda regla para calentar cuerpo y alma. Y allí, tomando un batido de una cosa americana cuyo nombre no recuerdo, reflexioné sobre lo que había oído: ¿una banda de jazz funk rock progresivo? El cantante de los teloneros Malabriega apareció por allí también para tomar algo, aunque yo aún no lo sabía. Del batido pasé a un cubata, porque la cosa se retrasaba, pero tampoco me ayudó a procesar la poca información que tenía. ¿Es que Theo Travis tiene tiempo para simultanear todos sus proyectos con otro de carácter más sureño? ¿Acaso los vientos de Chicago se han mudado a la Costa del Sol? ¿Ha abandonado John Anthony Helliwell Supertramp para hartarse de coquinas en el Rincón de la Victoria?

Sí, los vientos de Tabletom son muy grandes. Pero, ¿y la guitarra? O esa sección rítmica que poco tiene que envidiar a unos Tower of Power… Y lo peor es que todo eso ya lo sabía, pero es el impacto de la música en vivo lo que hace sentirla de un modo especial, y, en mi caso, nuevo. Así que nada importaba lo que hubiera escuchado antes de ellos; llegaba a mi primer concierto de Tabletom virgen, o al menos así me sentía.

Fue entrar por la puerta de la Custom y encontrarme en mitad del concierto tributo a Freddie Mercury. Ian Hunter bordaba “All The Young Dudes”, y mientras despachaba mi cerveza con limón se fueron turnando Bowie, George Michael, Lisa Stansfield, Elton John, Axl Rose, Liza Minelli y, por supuesto, los tres miembros restantes de Queen. Casi, casi me sienta mal el comienzo de la actuación de Malabriega… Casi, si no fuera porque Malabriega es una excelente banda de Rock Andaluz.

Con una puesta en escena sobria y una actitud muy profesional Malabriega demostraron por qué ellos eran la elección idónea para abrir el show. Tienen dos guitarristas magníficos (aunque Carlos, responsable de la flamenca, tenía una lesión en la mano), un poderoso “bass guitar hero” en toda regla, un cantante completamente apegado a la ortodoxia flamenca que encaja como un guante en las complicadas composiciones de la banda y un fino batería, a la altura de las circunstancias. Juntos ofrecieron un recital impecable, en el que los timbales más potentes alternaron con sabias palmas, las guitarras juguetearon con sólidas partes de bajo y se produjo toda suerte de contrastes enriquecedores. Del jazz pasamos al reggae para llegar a algún lu
gar de Cuba, consiguiendo momentos dignos de Elbicho o unos Jethro Tull sin flautas, aun siendo la referencia más obvia Triana. Y con ellos nos dejaron los técnicos de sonido tras una “Leyenda del Tiempo” de aúpa, con un bajo portentoso y muy buenos solos de guitarras. Si tocan cerca no os perdáis su actuación, porque no os van a defraudar.

…y entonces llegaron Tabletom. Nos enteramos porque nos lo dijeron (“semos Tabletom”) y porque desde el principio nos dejaron pasmados con su ritmo funk y sus vientos de órdago. Qué barbaridad. Lo de los hermanos Ramírez y compañía no tiene nombre. Los saxos y flautas de Pepillo o los solos de guitarra de Perico son a menudo inconmensurables, pero el resto de la banda no les va a la zaga. Carlos, el bajista, se marcó en cierto momento un solo jazzístico para quitarse el sombrero. El otro vientos es tan bueno como su compinche, a pesar de que “está dejando el Almax. Ah, no, el Omeoprazol”, según Tony Moreno, su nuevo cantante.

Tony es un showman nato; adorna los tiempos entre canciones con comentarios delirantes del tipo: “qué héroe, Putin” mientras canta a la KGB; alude a Sigmund Freud para atacar “La parte chunga” de nosotros mismos; le da hambre y se acuerda de las buenas frituras; demanda cosas que se fuman, toca las palmas y se arrastra por el suelo durante las intervenciones instrumentales de sus compañeros… y eso que es “granaíno”, y, por lo tanto, tiene “mala follá”. Y la voz… pues es cuestión de gustos. Si amabas a Rockberto no te estropeará la noche, ciertamente. Dispone de una garganta más limpia, sin duda, aunque eso es lo de menos en Tabletom. Las letras, el ritmo y el sentimiento flamenco a la hora de cantarlas, eso es lo importante. Y Tony cumple a la perfección su cometido.

El batera es grande, conciso, preciso, y no exactamente zurdo. Salvo un fallito de nada durante “Guadalmedina” se portó como el reloj de James Brown. El teclas, escondido tras su instrumento, es una fiera que lleva poco tiempo con la banda, pero os aseguro que eso no se nota en absoluto. En cierta ocasión me recordó a Chick Corea.

Canciones sobre el cambio climático se sucedieron tras otras sobre vampiros, simpáticas teutonas, amores locos, todo sobre un fondo de auténtico lujo con partes instrumentales de locura y arreglos realmente señeros. Funk, jazz, blues, fusión, reggae, rock duro, pop, samba, flamenco, cubanismo… esta gente come de todo, no hay más que prestar la atención justa mientras se le van a uno los pies. Temas que ya son himnos, como la archiconocida “Me estoy quitando” (con una guitarra alucinante, mucho mejor que posteriores versiones, ¡créanme!), la muy bonita “Málaga”, o la rockera “No tengo ná”, o “del próximo futuro” como “Reggae las macetas” encandilaron a un público ganado de antemano, que bailó y cantó y aplaudió como cualquier grupo sueña que haga su audiencia.

Mientras sacaba unas fotos de Malabriega durante su actuación, Perico salió del escenario por el escenario. Me puso una mano en el hombro y me dijo: “Yo sé que a ti no te importa, pero es que no sé por dónde se sale”. Yo le dejé pasar, naturalmente, porque naturalidad es lo que había. Mierda de Tabletom… encima parecen buena gente…

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