29 marzo, 2024
Joseph Nye, U2, Orphaned Land y otros actores políticos en relaciones internacionales

Sala Custom, 2 de Octubre de 2015

Fotografías por Antonio Guerrero

Pocas noches he sentido la sensación de estar viendo algo que sé que va a perdurar claramente en mi memoria. Oh, he tenido grandes experiencias, pero a menudo se han revelado como tales a posteriori, cuando el tiempo se ha encargado de poner las cosas en su sitio. Es muy posible que la noche del 2 de octubre de 2015 en la sala Custom pase a engrosar la lista, necesariamente reducida, de conciertos verdaderamente memorables, porque todo, absolutamente todo, fue fantástico en al menos algún sentido. También hay que decir que el formato, algo inusual, ayudaba bastante.

Pero la clave no está en la feliz idea de transmutar canciones de diferentes subgéneros relacionados con el Metal sustituyendo el volumen y la distorsión por guitarras acústicas o violines. No; un mal tema es un mal tema, así lo arregle el mismísimo Quincy Jones. Cuando la composición es lo suficientemente buena soporta arreglos, versiones, mezclas y remezclas de cualquier tipo, dentro de unos límites que implican una cierta coherencia con la intención original. Si se quiere destruir la canción, es muy fácil hacerlo; al contrario, sin embargo, es más difícil.

Afortunadamente las cuatro bandas que pudimos disfrutar los escasos asistentes a la Custom saben hacer buena música, ejecutarla y ofrecerla en ese bonito unplugged sin menoscabo alguno. Hubo intensidad, indispensable al género, pero la fórmula no era una demostración de poder, sino más bien una muestra de (parafraseando a Joseph Nye) Soft Power. Es algo más complicado que el tópico de que las mejores baladas son las baladas heavy. Tiene evidentemente la intención de endulzar el mensaje, pero no los resultados. Por decirlo de otro modo: se puede follar y se puede hacer el amor, y la naturaleza de tal actividad no tiene por qué cambiar ostensiblemente, así como la comunicación entre las personas implicadas. Pasemos a los hechos.

Leaves es un sexteto de Barcelona que practica lo que ellos llaman «metal emocional», y verdaderamente hay un fuerte componente emotivo en lo que hacen, que anda no muy lejos de The Gathering por la preciosa voz de sus cantantes y la melancolía que desprenden sus temas. En ocasiones las guitarras recuerdan los momentos más tranquilos de Opeth. Su fuerte radica en las atmósferas etéreas y los tempos largos, y su corto set fue un preludio acertado (e inesperado) para los principales reclamos de la noche.

A continuación tuvo lugar una pequeña danza macabra: Molllust tomaron el escenario sin ceremonias para situar sus instrumentos. Las cuatro chicas, espléndidas con sus vestidos de noche; el único tipo, enteramente de negro, parecía el malo de todas las películas de vampiros. Ellas tocan chelo, violines, piano, la última además es cantante lírica. Él tiene tesitura de barítono si no me equivoco, o al menos lo intenta, y una guitarra. La primera impresión es que son una payasada muy simpática. Después te das cuenta de que realmente saben tocar sus instrumentos algo más que bien, y que el elemento bizarro de sus canciones (o sus versiones de Bach) son el mero gancho para unas composiciones complejas, llenas de matices y para las que hay que ser un músico dotado. Desde la ominosa obertura hasta el tétrico final Molllust juegan con buena parte del repertorio oscuro de la tradición europea, por lo que la definición de «ópera metal» les queda bastante pequeña.

Extrañamente divertidos en ocasiones, como cuando el guitarrista decidió hacer una excursión entre el público ataviado con una enorme corona durante «König der Welt», o en el juguetón pizzicato inicial de la escalofriante «Number in a Cage», los de Leipzig se ganaron poco a poco el respeto de los presentes a base de arreglos súper efectistas, voces expresivas y un sonido prácticamente impecable. «Sternennacht» o la grotesca «Lampedusa» fueron muy bien acogidas por los presentes. Después se les pudo ver mirando el show principal entre nosotros, ya en vaqueros y más terrenales.

Tras una pequeña sesión de lo parecía ser rap hebreo hizo aparición por sorpresa el Stimmgewalt Choir: tres chicas y tres chicos con aversión por los zapatos y la desafinación. Seis voces muy compactas que se atreven con todo, desde versiones de Rammstein hasta música contemporánea, pasando por pastiches heavylones o simples odas a la cerveza. Fueron de lo más natural y simpático, y ya que su labor principal consistía en adornar la música de los artistas principales, ni siquiera se molestaron en bajar del escenario para que el plato fuerte diera comienzo, sino que subieron a una plataforma reservada para ellos.

Y finalmente llegó el plato fuerte. Con la misma naturalidad los cinco miembros de Orphaned Land se situaron en sus respectivos rincones. Su cantante, Kobi Farhi, le tiene la misma manía a los zapatos, pero lo suyo se justifica mejor porque va disfrazado de profeta. Con barba, melena, una túnica en cuya espalda se puede apreciar una paloma con una rama de olivo elegantemente esquemática y un colgante que reproduce el bonito motivo de All Is One (2013) sobre las tres religiones, Farhi es un actor político de alcance muy limitado, pero que se revela efectivo. Y es que el discurso, tanto como la música, es responsable del predicamento tan inusual que ha alcanzado esta banda israelí de metal progresivo.

La cuestión es: ¿efectivo para qué? No me malinterpretéis, me parece loable el mensaje pacificador del que hacen gala; pero ¿de verdad piensan que van a cambiar el mundo con un puñado de canciones, por buenas que sean éstas? ¿No se trata más bien de cambiar su situación, como banda periférica de las corrientes del Metal, por la de una alternativa seria, creíble, la de una realidad comercial consolidada en definitiva, adscribiéndose a viejas estrategias que tan buenos resultados le dan, por ejemplo, a U2, mezclándolas con otras basadas en la explotación de tópicos sobre el tercer mundo y su supuesta riqueza espiritual?

Mucha mierda en la cabeza hay que tener si llevamos ese pensamiento mucho más lejos, por mucha razón que tengamos al suponer que cada uno trabaja en su propio beneficio por encima de todo. Se puede trabajar por uno mismo y causar un efecto positivo en los demás, y la música es, de nuevo, un limitado pero efectivo agente en este sentido. Porque en aquellas pequeñas explicaciones, que Farhi daba entre canción y canción, imperaba un sentido común a prueba de bombas, y los mínimos datos que proporcionó quizá espoleen la curiosidad de alguien lo suficiente como para formarse un criterio sólido (y propio) acerca de la tragedia inacabable que ocurre en Israel y Palestina. Quizá esa persona acabe engrosando una iniciativa a favor de, por ejemplo, construir un pozo. Quizá el criterio o la música no sirvan de mucho, pensaréis. Y quizá tengáis razón.

Pero mientras exista un lugar para la duda haréis bien en escuchar con atención a esta banda a varios niveles, porque es sencillamente sensacional. Del primer trecho brillaron los singles extraídos de All Is One: el irresistible tema título, la preciosa «Let the Truce Be Known» y «Brother», con reflexión incluida acerca de a quién llevó Abraham a la montaña; una cuestión fundamental para judíos y musulmanes, y también bastante absurda por la absoluta imposibilidad de saberlo. Tras esto dejaron a los chicos del coro solos nuevamente para un único número de estética antigua, antes de volver con la lenta y poderosa «Mabool (The Flood)», con un competente solo del guitarra, que estaba de cumpleaños y fue obsequiado con la corona de antes.

«New Jerusalem» se benefició de la gran intervención de una de las coristas, y los músicos brillaron igualmente. Orphaned Land tienen melodías tremendas, pero también saben apabullar con arreglos muy medidos. Concretamente el batería es muy bueno. Recuperaron material muy antiguo, de El Norra Alila (1996), con buenos resultados, aunque es el más reciente el que provoca reacciones instantáneas, como la marchosísima «Sapari», perteneciente a The Never Ending Way of ORwarriOR (2010), su disco auspiciado por el genial Steven Wilson. No todo fue trascendencia; hubo alguna coña a costa de Camarón de la Isla, con un bouzouki que en ese contexto era del todo inútil – en el resto del concierto la labor del intérprete fue perfecta, y en ningún momento se echó de menos a Yossi Sassi, ya inmerso en su carrera en solitario. También se improvisó el clásico «esto es Sevilla, y aquí hay que mamar» ante el primer amago de retirada.

Casi para acabar tocaron «su única canción de amor», «The Beloved’s Cry», del primer álbum Sahara (1994). Triste, muy simple y repetitiva, pero que crece hasta permanecer, es un buen ejemplo de las otras capacidades de Orphaned Land, una banda que no debería pasar desapercibida ni un minuto más por cualquier aficionado con un mínimo de gusto. Existe el elemento cliché, sí; es casi demasiado políticamente correcto, también; tan cierto como su talento para pulsar, en el momento justo, esa nota exacta, la que acaba por justificarlo todo.

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