25 abril, 2024
Tras la intro de Virginia Maestro, el gallego nos dejó una vez más prendados de su talento

Fotografías por Le Petit Patte

Solo sobre el escenario. Bajo un opresivo calor nocturno, rodeado de pedaleras, micrófonos y artilugios posados sobre una alfombra que acabó dando asilo a sus suelas de esparto. Xoel López rompió el silencio espontáneo provocado por su presencia con la armónica ya calada, cerca de la medianoche, ejerciendo todo su poder sobre una audiencia generosa agolpada en las primeras filas del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Cuando el gallego comenzó con el show la sugestión fue irremediable, inmediata y permanente. En cualquier caso, dado el talento de nuestro protagonista, no es de extrañar. Como reza el dicho, quien tiene magia no necesita trucos.

El inicio de la velada, la primera del apartado de agosto de Pop CAAC, corrió a cargo de Virginia Maestro. Con algún que otro problema técnico, incluyendo un fragmento a capella y a oscuras en el primer tema que dio como resultado un momento muy especial, defendió brava la jiennense su actuación. El acertado acompañamiento de Nacho Mur con la guitarra aportó el toque justo de electricidad a un repertorio íntimo, de alma blusera y con marcado espíritu folk. Precisa su propuesta una escucha atenta, centrada en los detalles y en esa voz grande y pequeña al mismo tiempo. Siempre a punto de quebrarse pero saliendo indemne y fortalecida de cada uno de sus envites.

Pese a que ya tuvimos la oportunidad de testar su último trabajo, Blue Bird, el pasado invierno en la Sala X, su adaptación al formato abierto del aire libre mejoró nuestras impresiones. Virginia parece haber encontrado una senda por la que camina cómoda y en la que por fin se reconoce. Sonaron «Please», «The best»«I wonder» y una mágica «Places» junto a «Let me talk»«Make it alright» o «The time is now». Pese a que siempre ha defendido su presencia en solitario, nos queda en el tintero de la curiosidad la posibilidad de escucharla rodeada de una banda que dé cobijo y asiento a tan privilegiada voz. Quizás algún día.

Nadie se movió del sitio mientras se ultimaban los detalles del montaje de Xoel. Con «Antídoto», de su disco más reciente, arrancó un concierto en el que quedarse a vivir. Presidido por una suerte de ventrílocuo virtuoso que iba cambiando de instrumento, de voz, de registro y de ritmo como de camisa. Supliendo el instrumental y los arreglos con la pericia de un prestidigitador. Ayudado también por una asistencia entregada con la que enganchó sin necesidad de artificios. De cerca y a solas es como realmente se mide la talla de este músico sincero que trabaja como un peón pese a ser el director de la obra.

Además, asistir a la evolución de un trabajo tan insurrecto como Atlántico está resultando toda una experiencia. Si al principio algunos nostálgicos deluxianos arrugaban la nariz con el nuevo rumbo de su antiguo líder tras una prolongada ausencia, ahora le hacen fiesta a temas como «Por el viejo barrio», «La boca del volcán» -a golpe de ukelele- o ese maravilloso himno que es «Buenos Aires», una auténtica traslación en espacio y tiempo a la capital argentina.

Él mismo reconoció no haber esperado nunca esa reacción del público cuando compuso cortes como «Patagonia» -ésta perteneciente al último, Paramales-, que también fue acogido con alborozo cuando lo presentó. El relato, por cierto, de la historia de amor más bella que nunca os hayan contado. A fin de cuentas, un chute de orgullo advertir desde el principio que la andadura en solitario de Xoel nos proporcionaría momentos tan buenos como este.

«Sol de agua» se la dedicó a «todos aquellos que han pedido un préstamo» y casi sin resuello, «Quemas» volvió a erizarnos el espinazo. Dejó un espacio, como viene siendo costumbre, para «Parando el tráfico», de Lovely Luna, ese proyecto de los 90 «un poco más flok» que el cantante sigue llevando a gala. Se sentó en el piano cuando le llegó el turno a «De vino y espejos» y allí continuó para otra de las pocas concesiones que hizo a Deluxe, «Tendremos que esperar», donde los coros se volvieron gritos, igual que pasó con «El hombre de ninguna parte». La mala follá de «Todo lo que merezcas» sirvió para exorcizar cualquier demonio antes de que llegara esa obra maestra que es «Tierra», uno de las porciones más magnéticas del show.

Sonriendo para sí, suelto y aguerrido, tiró de eléctrica para contar la historia de ese «Joven Poeta» y desde el piano nos recordó cómo Jorge pintaba canciones en «Postal de Nueva York», que terminó con un fragmento de «Bridge over trouble water», de Simon & Garfunkel. La samba de «A serea e o mariñeiro» dejó a un lado su carácter tropical para sonar a reverberación eléctrica tratando de escapar del ampli Fender que tenía a sus espaldas. El amago de retirada duró poco. Cualquiera no salía de nuevo cuando el CAAC reclamaba «otra, otra» sin descanso. Tras agradecer a todo el equipo su trabajo hasta en tres ocasiones, decidió que «Caracoles» y «De piedras y arena mojada» clausurarían el repertorio.

El final de los conciertos de Xoel López siempre provoca una sensación agridulce, mezcla de complacencia y el toque de angustia inherente a cualquier adiós. En este caso, además, algo más prolongado de lo normal ya que, tras esta gira, se retirará un tiempo de los escenarios para gestar nuevo disco. Ése será nuestro hombre al agua. El cabo al que aferrarse para salvarnos de la zozobra a la que induce su marcha. El gallego, ese hombre de ninguna parte, volverá para someter de nuevo nuestros sentidos a su talento. Nosotros, como siempre, nos dejaremos llevar por el espíritu, las manos, la cabeza, el corazón y la voz de uno de los mejores compositores e intérpretes de este convulso mercado nacional.

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