19 abril, 2024
Creo que era algo de un tal Shakespeare, que al parecer escribió una novela sobre la banda española de metal Hamlet. Porque sería fan, digo yo.

Por Anthony Fucking Warrior

Fotografías de Antonio Guerrero

Royal Hunt en Sevilla. El chivatazo me lo dio mi colega German «Wings» Villain, más adepto a esta banda que yo mismo. Sin embargo, asuntos de naturaleza no muy distinta le impedían venir, así que aquí estaba yo, a solas con la papeleta de recibir apropiadamente a la banda de Metal Progresivo Melódico danesa por excelencia. ¡Bendita papeleta!

Fue en la cola de la Fanatic cuando empecé a cabrearme. Resulta que Mägo de Oz tocaban la misma noche -vaya por Dios-, la peña se fue a ver a los gaiteros (porque su música es más simple e invita a beber) y nos quedamos cuatro gatos; de gusto exquisito, eso sí. Al final, y a pesar de lo que se había anunciado en los carteles, no habría grupo telonero, pero mejor. Así no habría que esperar tanto.

Una vez dentro de la sala inmediatamente tuve la sensación de déjà vu que suele embargarme en este tipo de conciertos: creo que no exagero si digo que conocía aunque solo fuera de vista a por lo menos la mitad de los presentes, algo menos de 200. Estaba el canijo calvo con gafas y cara de psicópata, el bajito calvo que no se pierde una y viene de Algeciras, el peluso grande de barbas vikingas que no para de rajar y su señora, el tipo de aspecto de mendigo que bebe como un cosaco, y muchos otros amigos desconocidos con los que me he cruzado y con los que a buen seguro seguiré haciéndolo en futuros bolos. Supongo que todos estuvieron aquí seis días antes, cuando Barón Rojo aterrizó en la misma sala.

La Fanatic lo está haciendo muy bien. A la chita callando llevan ya unos cuantos conciertos de lo más recomendable. Así, a botepronto, recuerdo los de Devin Townsend, G.B.H., los polacos Riverside (descanse en paz Piotr Grudzinski), Barón Rojo el año pasado, Fear Factory… Pronto traerán a otro bastión del Metal patrio -por mucho que Fortu salte en trampolín o meta las greñas en la olla de Robinson Crusoe-, Obús. Sólo falta arreglar esas columnas. Las de la izquierda del público crujían como condenadas, y en general la guitarra pasó bastante desapercibida, en favor de los efectos de la voz principal, que podían oírse reverberar hasta en Cuenca.

La cosa estaba pasando de castaño oscuro cuando las luces se apagaron. D. C. Cooper había estado observando el panorama desde la puerta del camerino, mientras se ajustaba la casaca tipo Beatle gótico con la que se presentaría en breve. La escena de sombras chinescas de rigor al cruzar la pasarela que todo parroquiano de la Fanatic conoce bien tuvo lugar durante una introducción de teclados en plan amenazante, todo lo cual propició un recibimiento más bien tibio por los asistentes. Fue Andrè Andersen, líder indiscutible de la banda, quien los azuzó para calentar el ambiente hasta el comienzo con la poderosa intro «Martial Arts». Desde ahí y «River of Pain» hacia adelante todo fue más o menos como la seda, como pude comprobar por el júbilo generalizado ante «One Minute Left to Live». «Army of Slaves» fue igual de efectiva a pesar de esos «uó uó o ó» tan a lo Bon Jovi, y el principio de ese temazo que es «Lies», un poco al estilo del «Burn» de Deep Purple, realmente me tocó la fibra (heavy, claro). Qué estribillo más guapo, cojones.

Los músicos se comportaron como campeones en todo momento. Andreas Passmark no es un prodigio al bajo, pero tampoco falla, a pesar de que tiró el micro en el que fingía hacer coros (todos estaban pregrabadísimos) haciendo un ruido espantoso; tampoco creo que la culpa fuera exclusivamente suya. El guitarrista es otro rubiales llamado Jonas Larsen y, como dije antes, se le escuchó poco, pero cuando el sonido lo permitía estaba claro que el chico sabe tocar algo más que bien. Y el batera es un tipo llamado Andreas «Habo» Johansson. Este sí que es una auténtica máquina. Se marcó un solo usando el ritmo del «We Will Rock You» de Queen como base que es de lo más convincente que he escuchado en bastante tiempo, y su labor en todos los temas fue impecable, aportando todos los matices que una banda de la distinción de Royal Hunt necesita en directo. Es la última adquisición de la banda y cumple con creces la difícil tarea de suplir a otro ilustre rompeparches, el regordete Allan Sørensen.

Hay que destacar el trabajo del técnico de iluminación, que con tan pocos recursos vistió el concierto de forma excelente, pero si hay algo que caracteriza a Royal Hunt es la solidez de sus composiciones. Temas perfectamente asentados de su repertorio como «Wasted Time» o el fantástico «Flight», con su redoble de caja creciente, no tienen nada que envidiarle a otro como el reciente «Heart on a Platter», de su último disco de estudio, Devil’s Dozen (2015). ¿Y qué decir de «Silent Scream», con esa introducción de teclados por la que Camela mandaría al carajo su discografía entera?

Hablábamos antes de los segundones; ahora es menester comentar el papel de las primeras espadas. Andrè Andersen, teclista y compositor de la banda, padre de la criatura, supuesto descendiente de familias reales danesas y georgianas, ejerce su labor principalmente en la sombra, pero no hay que olvidar que todo, absolutamente todo lo que oímos, está compuesto por él. Físicamente es un malo de James Bond que no ha madurado y aún lleva el pelo largo, pero lleva todo el peso melódico del asunto entre sus tres stands de teclado. Apoya los coros de mentira con mucha convicción, poniendo caras chungas y meneando la cabeza al ritmo de la música que lleva creando desde finales de la década de los ochenta. En cuanto a D. C. Cooper, no sé ni por dónde empezar. ¿Por su voz inabarcable, que siempre es capaz de conseguir emocionar, o convencer al menos, llegando a esa nota que no esperabas? ¿Por su indiscutible presencia escénica, interpretando los temas casi como si de un ballet se tratara? ¿Por su conexión, nunca abandonada, siempre trabajada, con el público? ¿Por esas tetas que se ha currado y que le dan aspecto -por no mencionar su cara- de ser otra versión (menos puteada) del personaje de Mickey Rourke en The Wrestler (2008)? El señor Cooper estuvo espléndido en todo momento y sentido, a pesar de -¿o precisamente por?- nadar entre un mar de coros y efectos de plástico.

Fue cerca del final cuando llegó, en mi opinión, lo mejor del concierto. «Until the Day» es un baladón como la copa de un pino, y es bastante increíble que un tema de esa categoría esté en el disco número trece de una banda con más de un cuarto de siglo de historia. La interpretación del grupo fue perfecta; la de Cooper grandiosa y sentida, explotando todo el potencial sin caer en lo ñoño. Un momentazo de emoción pura capaz de reblandecer los cuernos del más cabrón de los heavies. Después llegó ese «Half Past Loneliness» que está usándose para promocionar su último disco en directo, curiosamente puesto a la venta esta misma noche, Cargo. Es un tema impecable, con mucha clase, que precedió al cierre momentáneo con la melodramática «Message to God».

Después, lo consabido. La pantomima del «me voy y a lo mejor no vuelvo», la peña aplaudiendo obediente hasta que D. C. se ha cambiado la camiseta por otra rosita sin mangas con la que parece un gitano entreverao del Charco de la Pava en una playa gay del San Francisco de los 80. La banda parece realmente animada, no obstante, y se mete en un pseudo-blues que no hay por donde cogerlo, en el que Cooper chapotea jugando al rollo pregunta-respuesta soltando «fuck yeah» sin ton ni son, pero este tipo de tonterías dan una medida del buen ambiente que respira la formación en directo. Tras este sano absurdo llegó «Stranded», canción tan buena como cualquier otra para un bis, y la más enjundiosa «A Life to Die For», otro pequeño milagro del disco homónimo de 2013, con una interpretación vocal mayúscula que a estas alturas de concierto es ya un desparrame de pathos que me lo quitan de las manos.

Y se acabó, me fui a casa. Con la sensación de haber sido testigo de lo que en otro tiempo se habría considerado todo un acontecimiento, pero que hoy en día -y en concreto esa misma noche- no pasa de ser una mera anécdota en medio de la aparentemente inagotable programación musical sevillana. Pasar por alto a una banda de la categoría de Royal Hunt es, en todo caso, un error, como pudo atestiguar el público de la Fanatic, pues su propuesta atemporal se mantiene en un excepcional estado de forma, y a bastante distancia por delante de la mayoría de competidores en esta particular manera, elegante y melódica, de entender el Metal y lo Progresivo. Comparar a Royal Hunt con otros grupos similares carece de sentido, pero no puedo evitar pensar en la mayoría de ellos como si de un quiero y no puedo se tratase. Los daneses, en cambio, pueden, y de momento quieren seguir ofreciendo su arte en salas de conciertos de América, Europa o Asia por un precio más que razonable. Parafraseando al tipo de antes, se podría decir que escuchar a Royal Hunt es descubrir música a menudo sobresaliente en un panorama habitualmente mediocre. El resto es ruido.

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