19 abril, 2024
No nos equivoquemos, no hay aquí nada radicalmente nuevo. Esta no es la propuesta de Pink Floyd para el siglo XXI, sino las ideas musicales que merecían recuperarse de su última encarnación en el siglo XX.

Richard Wright: Sin duda nos comprendemos sin hablar demasiado. Pero se nos quedan muchas cosas que decir también”.

David Gilmour: Gritamos, discutimos y nos peleamos, y hacemos que funcione”.

Nick Mason: «El resultado es mayor que la suma de sus partes»

de “Things Left Unsaid

Hace dos días, y por fin, salió a la luz un álbum denostado de antemano pero no era una sorpresa; los seguidores de estos ingleses en un principio nunca tragaron el cambio de sonido que conllevó la ausencia de su segundo líder, el bajista Roger Waters en 1983. Pero esta historia no era nueva, ya empezó con la despedida obligada de Syd Barrett en 1968. De todos modos, el grupo siempre fue redefiniendo, refinando y modulando su sonido a pasos largos o cortos. Al final, el tiempo ha dado la razón al grupo, aun sin Roger Waters; David Gilmour pasó a ser líder, y además puso un broche de oro con The Division Bell (1994) y su epitafio perfecto para los integrantes de la banda, presentes y asuentes, “High Hopes”. Con este álbum, que iba a ser doble, recorrieron el mundo de nuevo. Otra vuelta de tuerca, y otro disgusto inútil por anticipado ha sido este The Endless River. Se sabía por entrevistas que iba a estar hecho de restos de The Division Bell. En realidad, sí y no, porque parte de este río interminable es el planeado segundo disco de The Division Bell. El planteamiento de revisar interminables horas y horas de sesiones de grabación para, a manera de puzle, construir un nuevo álbum prácticamente instrumental, más allá del planificado segundo volumen de música ambient, también espantó a los seguidores a ultranza del grupo, más aún teniendo en cuenta que el teclista Richard Wright falleció en 2008. Con las sesiones de los años noventa (y una improvisación de Wright de 1968) bajo el brazo, la guitarra de David Gilmour y la batería de Nick Mason tenían algo más que añadir al legado del teclista que marcó los años setenta.

El éxito de ventas hasta el momento ha sido enorme, superando en preventas a un grupo de moda que no nos sorprenderá olvidar pronto. El de la crítica, va siendo unánime, con la excepción de dinosaurios mentales, puristas y snobs. Hasta los seguidores más exigentes están sorprendidos. El álbum, heredero natural de The Division Bell, sigue su curso sonoro con dieciocho temas, que van desde el minuto y medio a los seis minutos largos, y no obstante, parecen uno solo; fluyen naturalmente variando, haciendo amagos de entrar en The Division Bell, recordando a tiempos más pasados y osados, hasta llegar a la coda que es “Louder tan Words”, primer single y única canción con letra del disco, que resume la carrera, la creación y las relaciones entre los miembros de la banda, y de cómo el tiempo ha dejado una mella en ellos a modo de medalla al honor. La otra pieza con letra es “Talkin’ Hawkin’”, en la que el científico Stephen Hawking (por segunda vez en un disco de Pink Floyd) diserta acerca de la comunicación humana, cuya presencia y ausencia es el tema central de The Division Bell, y también, en parte de The Endless River. Las piezas del puzle encajan, y eso lo demuestran los temas adicionales (“bonus tracks”, para los anglófilos), que no llevan a nada que no sea un ejercicio musical, como la previsible “Nervana”, que por muy previsible que sea, lleva a David Gilmour a la guitarra.

No nos equivoquemos, no hay aquí nada radicalmente nuevo. Esta no es la propuesta de Pink Floyd para el siglo XXI, sino las ideas musicales que merecían recuperarse de su última encarnación en el siglo XX. Tampoco es un álbum conceptual, ni es esto un garante de calidad. Se trata de un elegante collage bien construido, cautivador, fácil de escuchar e impecablemente grabado; no adolece de la producción que tanto daño hizo a A Momentary Lapse of Reason (1987), y se queda con las virtudes de The Division Bell. El álbum es, a fin de cuentas, lo mejor que saben hacer tres veteranos músicos de renombre internacional durante décadas. ¿Un refrito? ¿Afán recaudatorio? Sea cierto o no en el grado que sea, no le resta mérito a esta colección de ecos de una orilla lejana. Con The Endless River apuntalan una carrera que les lleva en la corriente de un río interminable, un río que, a diferencia de otros, jamás alcanzará el mar. Y si no, que le pregunten a Jorge Manrique.

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