20 abril, 2024
Las coordenadas de la Sala X indicaron el punto clave de un encuentro oscuro

Fotografías por Le Petit Patte

Perdidos o encontrados (a lo gallego) depende de cómo se mire. Porque el concierto de Triángulo de Amor Bizarro era una de esas convocatorias que teníamos señalada en el calendario desde que anunciaron visita a la Sala X. Y allí nos encontramos, junto con una generosa cantidad de público diverso. Y allí mismo, también, nos perdimos durante noventa minutos. Porque apenas mediaban las diez cuando los gallegos nos ensartaron con el primer coletazo. Y ya no hubo forma de salir. El resto del tiempo permanecimos enhebrados en su anzuelo, tentados por las profundidades de un repertorio abisal.

Triángulo plantea estructuras melódicas tan inesperadas como reconfortantes, en la medida en que devuelven la fe al oyente descreído. Aún hay esperanza. Giros rítmicos, pozos de distorsión y oleadas de rock espacial infinito. Del tímido shoegaze al ruido atronador; vuelta a la dulce voz de Isabel Cea y caída de nuevo a los infiernos en la guitarra de un inspirado Rodrigo Caamaño. No hay mejor forma de desmontar esquemas que tener personalidad. Las etiquetas, para la ropa.

De su último trabajo sonaron apisonadoras en forma de «Euromaquia» «Luz del Alba», a las que acompañaron cortes más sosegados como la inquietante calma de «Seguidores», esa joya con un maravilloso/desquiciado final. No podía faltar «Baila Sumeria», ni follar las fuerzas de «Barca Quemada». Salpicaron la noche con temas de anteriores discos como «Super Castlevania IV», «El Crimen: Cómo Ocurre Cómo Remediarlo» o «Cómo Encontró a la Diosa».

La banda transmite la sensación de saber al milímetro lo que hace, sin perder frescura. Y eso que no son precisamente recién llegados. Entregados a la adrenalina de su corriente continua, no perdemos de vista la valiosa labor de Zippo con teclados y segunda guitarra. Mención especial también para la feroz batería de Rafa Mallo y su firmeza durante el temporal. Aunque era complicado despegar los ojos del carisma de Isabel, que confirma la teoría peregrina de un amigo emigrado según la cual, el talento de una formación se mide en gran parte por las cualidades de su bajista.

No obstante, al frente del barco, Rodrigo reinó con la guitarra. Rasgada, psicodélica, ensordecedora o tumbada sobre el escenario, añadió el caudal necesario al desbordado ese río de composiciones como criaturas, que iban mudando de piel. Cuando Triángulo desapareció del escenario, sin bises, la primera nota mental fue que es una de esas bandas que uno ve demasiado poco. La segunda fue que deberíamos irnos a casa. Pero a esa no le hicimos caso. Y ahí sí que nos perdimos.

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