18 abril, 2024
El caso es que Patricia Lázaro se sube un sábado de febrero al escenario de la Sala y lo transforma, empuñando sólo una guitarra (como Uma Thurman empuñaba la katana de Kill Bill)

Fotografías Antonio Andrés 

Dice Joaquín Sabina que un cantante debe tener eso que nadie sabe lo que es pero que es lo único que importa. La misma idea que Bunbury declama en el estribillo de La Actitud Correcta en su último disco. Ese algo etéreo e imposible de definir que no se aprende de los libros ni en academia alguna. Un algo inalienable que no sabemos nominar concretamente pero que sí somos capaces de identificar. Un algo que uno encuentra en Patricia Lázaro desde la primera vez que la escucha. No sé si será la arrolladora personalidad de su voz, de garganta con arena, que suena a antiguo, a clásico. O todo el ideario y la poesía de su discurso lleno de identidad e intensidad, existencialista, costumbrista y visceral, almodovariano, con un lenguaje muy personal y certero, con mucha raíz.

El caso es que Patricia Lázaro se sube un sábado de febrero al escenario de la Sala y lo transforma, empuñando sólo una guitarra (como Uma Thurman empuñaba la katana de Kill Bill), sin más compañía escénica que la madera y las seis cuerdas. Pero muy alejada musicalmente de esa figura caricaturizada del cantautor lánguido y afligido tocando la guitarra de colegio de monjas, que diría Pájaro. La artista de Granada tiene mucho rock. En algunas canciones se puede ver la carretera fronteriza y se puede oír cada paso de unas botas polvorientas bien raídas que guardan la experiencia que da el camino. Como en Mamá, la canción que abre el concierto y que cierra su primer y único disco hasta la fecha: Todo irá bien, mamá (2015). Algo encuentro en sus canciones que me llevan a dos puertos: al Dylan que transitaba del folk al rock; y al rock argentino más genuino, a deidades profanas como Spinetta o Charly García (su gato no se iba a llamar igual por casualidad).

Buen ejemplo para avistar todo ello es Margaritas Secas, una de sus mejores canciones, que en directo nos presenta encadenada a Simulacro de Rafael Berrio. Esas margaritas secas del mantel que juntaba Patricia aquella vez… no sabemos si son las mismas margaritas que juntaba Cecilia Roth, pero evidentemente saludan al argentino Fito Páez y su hermosísima Un Vestido y un Amor. Además de contar con un estribillo nostálgico y demoledor, muy calamariano armónicamente. Una canción que no finge salir incólume de la pérdida, los finales y sus consecuencias, pero que también guarda lugar para una huida hacia adelante para escapar de la desesperación y el vacío que deja la derrota. Con versos arrolladores que reflejan esa sofisticación que domina Patricia Lázaro de la simplicidad para expresar lo complejo, versos tan sangrientos que saben a bolero (“He necesitado soledad para reconocer mis manos y así abstraerlas de tu propio ser”) y con ese realismo costumbrista de las vecinas que comentan por lo bajo al verla pasar.

Suenan flechazos del repertorio de la granadina (una de las máximas exponentes de una importante generación actual de autoras que debemos reivindicar: Carmen Boza, Rozalén, Road Ramos…) como Nochevieja, Como la gente normal (con guiño a Nordwegian Wood de los Beatles), El último trago, Hasta Luego, las inéditas Gloria, Gigantes y molinos, Negro

Otro de los platos fuertes de su repertorio viene introducido con una versión del clásico Encadenados, que da paso a Átame, una canción que sabe a antaño, un bolero sublime (que en su versión del disco cuenta con la exquisita colaboración del Twanguero, probablemente el mejor guitarrista español) que defendida en directo se torna en una oscura rumba de amor, martirio y placer, de necesidad y asfixia.

La noche no es una ciencia exacta pero Patricia Lázaro, una de los mejores autores contemporáneos de canciones en español, con pocos pero poderosos elementos (actitud, un escenario pequeñito, una guitarra, un buen número de personas con ganas de escuchar y un buen puñado de canciones que mostrar), lo tenía todo para hacer que la noche no fuera una noche más, para desencadenar la tempestad y la calma en Sevilla, y convertir las últimas horas del día una noche especial. Así lo hizo.

Patricia Lázaro en La Sala

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