28 marzo, 2024
Ecléctica propuesta, a priori, la ofrecida por la organización del festival en su octava edición de Músicos en la Naturaleza. Unos auténticos dinosaurios del Rock junto a la niña mala del Pop nacional. En medio, el Loco, con un poco (lo mejor) de cada mundo. Genial.

TABACO, ALCOHOL, DEPORTE

Ecléctica propuesta, a priori, la ofrecida por la organización del festival en su octava edición de Músicos en la Naturaleza. Unos auténticos dinosaurios del Rock junto a la niña mala del Pop nacional. En medio, el Loco, con un poco (lo mejor) de cada mundo. Genial.

Ah, que está en Ávila.

Pues nada, carretera y manta. Curvas, todas las del mundo para llegar a Hoyos del Espino, pero qué vistas, oiga. La manta esperaba en Candelario, sitio bonito como pocos. Y qué despliegue. Ya en la entrada del pueblo (de Hoyos, no de Candelario) la Guardia Civil nos miró hasta en las muelas por si llevábamos “algo”.

Tras requisarme la barra telescópica de una aspiradora que casualmente tenía en la parte de atrás y comprobar que no tenía antecedentes el agente se dio por satisfecho y nos permitió continuar hasta el recinto, custodiado por más guardias de la benemérita. Dentro, decenas de miembros del equipo de ordenación de aparcamiento haciendo bien su trabajo. Como si al G7 le hubiera dado por comer venado en plena sierra.

Con mi pulserita, más contento que unas pascuas, bajé la cuesta hacia el lugar donde se celebrarían los conciertos. Mucha cerveza, mucho pelo cano, mucha camiseta. En una de las tiendas de merchandising me entero de que existe un documental en DVD  en el que Ian Gillan narra la vida y obra de Chopin. Me lo pienso, pero impera el sentido común y lo dejo estar, porque

BEBE FUMA

El concierto de Bebe está empezando. Es hora de trabajar un poco.

No conozco demasiado a Bebe. Es una artista de la que he oído un puñado de temas en la radio y he visto algún videoclip. También la vi en una película de José Luis Cuerda, “La educación de las hadas”, en una actuación muy digna. Me gustaron, sin entusiasmarme, su voz y su descaro entonces, y creo que aportó una cierta frescura dentro del panorama nacional, pero nada más allá de eso.

Ahora la tenía delante, muy guapa con una sencilla falda y arropada por un puñado de excelentes músicos: Pablo Novoa (guitarra), Javier Santana (bajo) y Carlos Sánchez (batería). La propia Bebe toca teclados y guitarra acústica (nada de demasiada enjundia) con la soltura suficiente como para no necesitar  un quinto miembro. Y el sonido es bastante bueno.

Con su música pseudo-orgánica y un invariable aroma a porro Bebe defendió una propuesta variada, a ratos flamencoide, a ratos inclasificable. Para cuando llegó “La bicha” se había hecho por completo al considerable escenario; lo llenaba. Bebe exudó sexo. La banda, vestida de oficina, oficio.

Hubo “un pokito de rocanrol”, con su ritmo new wave, algún momento de dub mestizo, se nos pregonaron las virtudes del amor y las drogas, casi llegamos a lo cabaretero, y, en definitiva, fue todo bastante mutante, relajado, perrofláutico  y divertido, por más que la mayoría del público no quisiera o no viniera a ver a esta niñata de talento raro, pero auténtico. Su actuación acabó con una rumba de los Gipsy Kings para saludar al público. Novoa se marcó unos pasos, se sacó la camisa, Bebe le dio una palmadita en el culo. Sí, lo pasamos bien.

 

Empezaba a oscurecer en el precioso valle salpicado de bosques, y entre temas de Springsteen y de Blondie a alguien se le ocurrió encender un globo aerostático que publicitaba el evento, pero que calentaba poco. Miro hacia los lados, añorando una cerveza que no voy a tomar, dado que

LOQUILLO BEBE

la barra está en el quinto chopo y yo en una situación demasiado buena como para abandonarla. Lástima, pero una intro de aire marcial y épico parece indicar que el concierto de Loquillo está a punto de empezar. Yo de aquí no me muevo.

El Loco está hecho un señor. Ya lo pude constatar cuando abrió para Sus Satánicas Majestades en El Ejido y dejó a la altura del betún a unos Jet todavía en la edad del pavo sin despeinarse siquiera (¿quién podría con ese tupé, por otra parte?) hace siete años. Lleva una banda muy buena, con nada menos que tres guitarras, además de teclado, bajo y batería, todos debidamente imbuidos de la necesaria “Rock and roll actitud” para no parecer peleles a su lado, todos hombres de negro, robando a veces el protagonismo (esos molinillos a lo Townshend del guitarrilla más follable, esas boas de plumas  tan glamurosas), pero siendo en todo momento unos profesionales como la copa de un pino.

Loquillo, el jefe de todo esto, inaccesible en su altura (entendedla como queráis), el perfecto animal de rock and roll de maneras aristocrápulas y pensamiento ilustrado, nos sumergió en una fantasía (de rock and roll) con unas oníricas cortinas rojas al más puro estilo David Lynch como fondo, dejándonos “memorias de (no tan) jóvenes airados” para perdurar (¡gran solo de Jaime!).

Reivindicó a Johnny Hallyday, al luto como filosofía vital, la necesidad de los hombres objeto; nos llevó de paseo por “El rompeolas”, y a pesar de ser “Feo, fuerte y formal”  y de tener tendencias políticamente incorrectas hacia alguna que otra fémina se llevó de calle a una más que entregada y juguetona Bebe para “El ritmo del garaje”.

No la invitó a su “Cadillac solitario” (creo que le van más las rubias), pero los demás sí pudimos comprobar las tablas y el buen hacer de este amigo, infalible cuando se trata de ROCK AND ROLL (sí, ya van cuatro veces, y no son suficientes). Con sus gestos repetidos, su pose tan fácilmente confundible con la caricatura y su eterna “Línea clara”, Loquillo no tiene que rendir cuentas a nadie, salvo a sí mismo. Y creo que tiene la conciencia la mar de tranquila…

El técnico puso “Heroes”, de Bowie, nada más terminar el bolo del Loco. Me pareció apropiado. Las viejas generaciones se iban acercando, calentándose ante la perspectiva de ver a los artífices de “Made In Japan”. Se escuchaban anécdotas:

-Yo venía de hacer la mili. Nos metimos en la casa de un amigo y escuchamos el disco tres veces seguidas. Borrachos como cubas, ¡no veas! Flipando estábamos…

Es bastante obvio que

IAN GILLAN HACE DEPORTE

Deep Purple no ha renovado a su público como sí lo ha hecho, pongamos por caso, Iron Maiden. Este aire inevitable de nostalgia puede resultar algo decadente, aunque personalmente lo encuentre encantador.

Desde luego era más interesante escuchar a estos abueletes que observar a los pipas arreglando una interminable avería de no-sé-qué-coño durante la cual tuvimos que contentarnos con temas de Soul Asylum, Aerosmith, Bo Didley, Judas Priest, Oasis, AC/DC u Ozzy Osbourne para distraernos del frío que empezaba a hacer.

Pero todo esto dejó de importar cuando las luces se apagaron y otra intro, ésta con un evidente aire a lo “Marte” de Gustav Holst, empezó a tomar forma en el escenario. Uno a uno, los cinco miembros de una venerable institución británica tomaron sus posiciones: Don Airey, sonriente a los teclados, Ian Paice, sentado tras su enorme kit para zurdos, Roger Glover, listo en el bajo, Ian Gillan, vestido con un… ¿ponchándal?, y Steve Morse, luciendo bíceps y guitarra. Señoras y señores, Deep Purple.

Paice ataca el doble bombo de “Fireball” y aquello despega como un cohete. Morse suena atronador, pero no demasiado, porque el hilo de voz nasal que le queda a Gillan debe ser arropado.

Tras veinte años de experiencia, ambos saben cómo sacar el mejor partido de su relación en beneficio del show, y lo único que queda al azar es cómo va a estar la garganta esa noche. En esta ocasión no tenemos suerte: Gillan está muy, muy corto, y su voz no va a ser audible hasta el siguiente tema, ya más caliente. El tema es “Into The Fire”, y Gillan hace una valiente aproximación, en versión ronca, de las acrobacias que le dieron su fama en los setenta y hoy le suponen un trabajo arduo… pero lo consigue.

Por no mencionar que la canción es un triunfo en sí misma. La enlazan con “Hard Lovin’ Man”, también de “In Rock”, con un glorioso sonido, casi a lo Brian May, de guitarra, una gran interpretación de Airey y la anecdótica aparición de un minigong tañido por Gillan.

Tras semejante inicio deciden relajar las cosas un poco y enseñar algo del nuevo trabajo, ese “Now What?!” que ha recibido buenas críticas. “Vincent Price”, el single de adelanto, parece por momentos, con sus teclados tétricos a lo “Home By The Sea”, un tema de los Génesis más ochenteros, pero es una buena canción y funciona como un bálsamo para las cuerdas vocales de un Gillan que ya no puede reproducir sus viejas hazañas; éste es un patrón que repetirán a lo largo del concierto, pero no hay ninguna crítica aquí, puesto que la interpretación vocal es impecable (mucho más acorde a sus actuales posibilidades, claro).

La siguiente parada no es fácil: “Strange Kind Of Woman”. Requiere de agudos, pero no pasa nada, porque el fiel Morse está ahí para dar la nota por si la voz no llega… pero llega. Y ésta es la dinámica actual de la banda en directo: un continuo equilibrio entre las virtudes instrumentales y las exigencias vocales, aspectos insustituibles cada uno a su manera, una lucha perpetua por conciliar ambos del modo más efectivo dadas las circunstancias, cada vez más adversas dada la edad de sus actores principales.

Hoy, los valedores más obvios de Deep Purple son los “chicos nuevos”: Airey y Morse. Son dos auténticos monstruos. El segundo sorprendió con “Contact Lost”, del estupendo “Bananas” (¡Qué cosas hace este hombre con un dedo meñique!), y más tarde con “The Well Dressed Guitar”, su habitual momento para lucirse, aunque le he visto mejores noches.

En medio, otro tema nuevo, “All The Time In The World”, con un Gillan estupendo por lo grave (ése, ése es el problema, aceptar esto, nada más), y otro más, “Hell To Pay”, que a pesar del solo de Airey es una bobada un poco indigna de sus autores, por más coros pregrabados que nos quieran colar. A continuación Airey se marcó una introducción muy convincente para otro momento fuerte: “Lazy”. Suena genial, Airey en especial. No tiene nada que envidiar al añorado Jon Lord (bueno, sí, quizá la personalidad, pero al fin y al cabo ya la estamos escuchando), de hecho es seguramente más técnico, y el resultado es sensacional. Gillan se marca un solo a la harmónica de muy buen gusto que le redime durante un buen rato.

La sorpresa llegó para mí con la última muestra de su último disco, una maravilla en clave de vals llamada “Above and Beyond”, una de esas canciones que dignifican la carrera de esta gran banda de vez en cuando, con una construcción ascendente que es una delicia y unos arreglos tan engañosamente simples que parece imposible que no sea un clásico de los discos que no grabaron entre 1976 y 1984. Tras esto recuperaron “No One Came”, tema un tanto relegado al olvido a favor de los consabidos clásicos y que suena espectacular, con baile de “Gorillan” incluido.

Airey no había tenido suficiente con la intro de “Lazy” y se marcó un solo donde cupo de todo: aires clásicos, a lo Bartok, tanto al moog como al piano, tonterías de conservatorio muy bien ejecutadas, guiños más que evidentes a la música española, caos al mejor estilo de Rick Wakeman y, por fin, el HAMMOND, el sonido más reconocible de Deep Purple en mi opinión, mil veces imitado, nunca superado, obra y gracia de Jon Lord. Hammond que nos llevó a otra pieza infaltable, mejor que muchos de sus mejores temas de los 70: “Perfect Strangers”. Aquí sí que la voz de Gillan no pudo hacer justicia al original.

No es que les queden muchos años a Purple sobre las tablas de un escenario (ojalá me equivoque) pero como esto siga así veo a más de un clásico relegado al baúl de las reediciones, como ya ocurre desde hace mucho con “Child In Time”. La cosa se arregló con “Space Truckin’”, con un Morse sonriente y la sección rítmica dándolo todo, tras lo cual atacaron el-tema-que-no-puede-faltar para que la peña cantase a gusto. Sonó bien, claro, pero a estas alturas es lo mínimo que se le puede pedir.

“Smoke On The Water” cerró el concierto en apariencia, y no dejaron pasar mucho tiempo antes de volver con un blues clásico que supuso una introducción estupenda para “Hush”, el primer éxito de la banda, cuando de los actuales miembros de la banda sólo estaba el bueno de Ian Paice (el cual, por cierto, sigue tocando muy bien, aunque su pegada ha menguado y perdió una baqueta durante la canción). Hubo solos bastante buenos, no obstante. El broche fue un “Black Night” más que correcto, precedido por un pequeño guiño a Led Zeppelin.

Y fue apropiado. Salir de Hoyos del Espino no fue tan traumático como parecía, pero el camino de vuelta a Candelario estaba oscuro como ala de cuervo, y frío como para tener que poner la calefacción. En vez del DVD de Chopin me llevé un recopilatorio raro de proyectos de Gillan y Tony Iommi, y la sensación de que he visto de nuevo a Deep Purple, sin duda muy lejos de sus días dorados, sin “Highway Star” ni carretera para creérmelo, pero dignos como el que más y con dos alicientes extra para darme con un canto en los dientes.

Esa noche dormiría con el zumbido particular de los buenos conciertos de rock en los oídos, ése que te acuna hasta que te quedas dormido con una sonrisa quizá estúpida, o infantil, pero genuina.

Fotos cedidas, muy gentilmente, por Gredos Daniel (@gredosdaniel)

http://miobjetivosontusojos.blogspot.com.es

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3 comentarios en «Músicos en la Naturaleza 2013 – Deep ?urp!e + LOQUILLO + Bebe»

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