29 marzo, 2024
Los Hermanos Cubero y Morgan mostraron las dos distintas caras de la belleza, la que dibuja la tristeza y la que colorea alegremente el aire.

 

Fotografías Antonio Andrés

Sevilla se mueve dentro de unos parámetros diferentes en lo que a cuestiones térmicas y estacionales se refiere. El otoño apenas se puede identificar como una leve transición al invierno y la primavera, en muchas ocasiones, es no mucho más que un aviso de la llegada del verano, que puede presentarse en cualquier momento casi desde finales de abril a principios de junio y despedirse a mediados de octubre, si quiere. El calendario sevillano de las cuatro estaciones es algo así. Luego está el calendario de conciertos de los musiqueros sevillanos, que viene a constituir otra de las guías más importantes para ubicar uno en qué parte del año estamos, cuándo llegan las fiestas, hay que ir pensando echar una manguita de más o acaban las vacaciones. Esto es así.

Desde hace quince años, del pistoletazo de salida al verano se encarga Nocturama, el ciclo de conciertos que albergan los jardines del Casino de la Exposición cada mes de junio. Pero este año, la provisionalidad y el incierto calendario político hicieron que la fiesta de la música se hiciera un poco más de rogar. Y en 2019, Nocturama marcó el final del verano.

En su decimoquinto aniversario, Nocturama redobló la apuesta. Tres días de cartel, con cuatro propuestas cada noche y especial protagonismo femenino. Tras las dos primeras fechas con Rocío Márquez y Maika Makovski como principales figuras, el broche final correspondió a los Hermanos Cubero y Morgan, introducidos por la música pinchada por Pio Paradox & Betty Miserias y con el epílogo de la Noche.

Los Hermanos Cubero fueron los primeros en pisar el escenario. Quique y Roberto subieron a las tablas, guitarra y mandolina, respectivamente, en mano, para presentar los temas de su último disco, Quique dibuja la tristeza, una hermosa elegía que el primero ha dedicado a su mujer, Olga, fallecida en el año anterior a la grabación. Tras las primeras canciones, el resto de la formación de los Cubero se subía al escenario, cuarteto con contrabajo y violín. Así, sus piezas crudas y devastadoras, sencillas a la vez que delicadas, se iban sucediendo. Conmovedores compases de música popular española, folklore castellano con destellos americanos, jota y bluegrass. Bromeaban los Cubero con la línea lacrimógena y espinosa del concierto para aligerar la carga emocional: “Pues hoy por lo menos tenéis ahora a Morgan, que va a subir los ánimos. Imaginad cuando tocamos nosotros solos”.

Efectivamente, tras algo más de una hora de los Hermanos Cubero, llegaba Morgan, contrastando el tono más íntimo e introspectivo de los primeros con el repertorio de los segundos, que escogieron sus canciones más festivas, a excepción de las celebradas baladas Sargento de hierro y el bis de Volver, únicas concesiones en castellano en la discografía del grupo. Con introducción al más puro estilo Pink Floyd, el conjunto brilló ante el hermoso fondo de los enormes árboles del jardín coloreados por los originales juegos de lucesque aprovechaban la extensión de sus copas. Air, su segundo y más reciente disco, producido por José Nortes, fue el gran protagonista. Especialmente inspirado estuvo el guitarrista Paco López, amén de una Carolina de Juan siempre emotiva, que, sentada descalza frente a su teclado, fue coralmente acompañada por el público en Praying; el virtuoso David Schulthess en teclados y una dupla que emana puro groove, Alejandro Ovejero y Ekain Elorza, en bajo y batería. Con reflejos de Woodstock, el grupo encandiló a un público de todos los colores y edades, virando de manera natural del soul al rock, sin renegar de destellos disco a lo Daft Punk.

Los Hermanos Cubero y Morgan mostraron las dos distintas caras de la belleza, la que dibuja la tristeza y la que colorea alegremente el aire. Fueron un broche de alto nivel para las noches de Nocturama, que este año despidió el verano y, mientras comenzaba a sonar la Noche y el gentío se congregaba junto a la barra, sopló las velas de su tarta de cumpleaños. Por un verano más, por otros quince años más de Nocturama.

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