29 marzo, 2024
Te dabas cuenta de la corriente que se apoderaba de tu cuerpo cuando un golpe de electrónica se aferraba a todos tus sentidos sin dejarte escapar

Fotografía por Juan F. Burgos 

Miriam Blanch, Amanda Palma y Jesús Bascón, con el músico Miguel Marín al frente, son los responsables de este proyecto musical que supera la diferencia. Y aún sin disco en el mercado.

Era un viernes de enero el día en que Montgomery pisaba La Sala X, y hoy las letras aquí volcadas nada podrían hacer para describir aquello a la perfección. Ni siquiera para reproducir una mala copia. Si no lo hiciste, tenías que haber ido. Era un deber.

Escalofríos. Ritmos. Más escalofríos

Así era cómo se expresaban los cuerpos bajo el techo que les guardaba del frío. Esa noche había que subir la temperatura, como fuera. Y eso que aún sólo se calentaban en la barra para el concierto que Montgomery ofrecía el pasado viernes, 17 de enero, en La Sala X de Sevilla. Y subía, y tanto que subía. Esa temperatura en el ambiente vivía un estado esclarecedor. Calor, calor del bueno.

 En los preparativos ya podía notarse cómo la identidad de la música que sonaría en poco, se iba pegando al cuerpo. Una personalidad digna de los grupos que no se parecen a nada de lo que hayas escuchado. A nada de lo que hayas vivido desde abajo. Porque la altura del suelo que pisarían sus integrantes, ofrecía la perspectiva adecuada – casi divina – para entrar en un estado de éxtasis – casi divino también -. Lo que todos estábamos buscando aquella noche: que sonara de una vez la música que nos lanzara al otro extremo de la Tierra.

Pocas caras se reconocían  entre sí cuando la sala ya estaba a reventar. Se notaba. Sólo querían bailar. Por eso todos los que estaban allí, estaban allí y no en otro lugar. Y a puerta cerrada, Montgomery apareció entre luces azules, sumidos en una oscuridad de fondo que les hacía proceder de un lugar, si no lejano, desconocido, pérdidamente desconocido. Sorprendente la sutileza con que instalaron las voces. Increíble el silencio ahí arriba durante los segundos previos a la música.

Te dabas cuenta de la corriente que se apoderaba de tu cuerpo cuando un golpe de electrónica se aferraba a todos tus sentidos sin dejarte escapar. Sonaba lo primero. La sensación era como sentir que estás pegado al suelo sin poder moverte y, sin embargo, notar, al unísono, un ritmo de jazz mimando tus oídos, que no hacía otra cosa que tirarte al vacío. Te tiraba al vacío sin consideraciones. Bendito vacío. Esa música lo curaba todo. Curaba seguramente el pasado de algunos y relajaba el futuro de otros. Pero decir que lo que sonaba de Montgomery  no hacía efecto en aquel grupo de personas, es como decir que Montgomery no estaba allí.

A medida que avanzaba lo que nos terminaría separando del comienzo de la noche, escuchabas alrededor y sentías ese cóctel de ritmos y sonidos dinámicos con el que Montgomery ofrece en sus directos toda una vida de canciones… Canciones con las que esa gente no podía parar de bailar. Les mirabas y era como apreciar bailes distintos sobre un mismo eje. Esa música conseguía separarnos del suelo. Te obligaba a hacerlo. Y lo hacías, dejabas de pensar en la realidad que pronto te devolvería al extremo de la Tierra del que habías partido en cuanto la música dejara de sonar.

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