29 marzo, 2024
Inclinaciones musicales y esnobismos aparte, es indiscutible que hablamos de una figura destacada dentro de la escena cultural de los 80 y 90, en la que se gestaron gran parte de las tendencias a las que hoy nos entregamos.

Fotografías por Mr. Hipérbole.

Era necesario liquidar el encuentro con un artista cuya trayectoria profesional se ha desarrollado casi de forma paralela a mi inventario de vida. Cuando yo alucinaba con los precarios ordenadores de la Expo 92 de Sevilla, Miguel Bosé compartía escenario con Phil Manzanera o Joe Cocker dentro del ciclo Leyendas de la guitarra 92 que comisariaba y que, casualmente, se celebró en el mismo Auditorio Rocío Jurado donde el sábado pasado recaló su AMO TOUR.

Ha llovido, nevado y tronado desde entonces. Inclinaciones musicales y esnobismos aparte, es indiscutible que hablamos de una figura destacada dentro de la escena cultural de los 80 y 90, en la que se gestaron gran parte de las tendencias a las que hoy nos entregamos. En plena ola de calor y con las celebraciones del Orgullo pisándole los talones, Bosé ponía de largo en la ciudad Amo, su trabajo número 21, compartiendo protagonismo con un montaje escénico de esos que quitan el hipo y justifican el precio de la entrada.

El apartado más destacable se centra en la impresionante movilidad e iluminación de un escenario conformado por cuatro gigantes torres rectangulares en continuo movimiento y cuya piel variaba alternando colores y proyecciones visibles desde cualquier ángulo. Todo ello en contraste con el atuendo blanco inmaculado de un artista trabajado por la vida en todos sus sentidos. Casi cayendo la noche lo vimos aparecer. Monstruo poderoso e irreprochable en su actitud escénica, Bosé daba comienzo con «Amo» a más de dos horas de cascada continua de éxitos con poco espacio para la improvisación. Aunque eso no pareció importarle a una audiencia obediente y servida en bandeja de plata que no veía el momento de cantar Sevilla a pleno pulmón.

Y el momento llegó. Aunque, genio y figura, mientras el respetable se desgañitaba con «el corazón que a Triana va», una de las torres representaba una imagen mariana con la cara de Miguel y un niño Jesús en brazos. Tema que, para más inri, acabó de rodillas y presignándose. Pero nada de eso pareció tampoco molestar en la urbe de las sensibilidades por excelencia, que acogió con fervor «Libre ya de amores», «Morena mía», «Partisano», «Como un lobo» o «Bambú». «Sí se puede» sonó como un auténtico himno de color morado, pese a no tener nada que ver con él.

El cantante suplió las evidentes limitaciones de su voz con un derroche de medios, ritmo dinámico, bases y, sobre todo, con un trío vocal que le dio brillo, esplendor y pasos de baile. También con elementos como una levita con la que apareció vestido tras el primer bis en «Que no hay» pese a que la temperatura no daba tregua. La prenda resultó estar forrada de espejos que el cantante hizo centellear jugando mientras le apuntaban los focos.

«Una carta de amor que, con 19 años le escribí a nadie. Y como no era para nadie, miles y miles de personas me la robaron». Así presentó el artista emocionado la penúltima, «Yo te amaré». «Ay Sevilla» exclamó justo antes de cerrar la velada con «Por ti» y marcharse entre el rumor de los aplausos. Justo a mi lado en la grada, una señora con más de 80 primaveras sonreía al escenario y agitaba una mano a modo de despedida. Esperaba a su hija y a su nieta, me dijo, perdidas en medio de la pista. Tres generaciones reunidas por la música. «!Qué bonito todo y qué calor!»-apuntó- pero como decía mi abuela, sarna con gusto no pica», se respondió hablando sola. Aunque me lo podía haber dicho a mí misma también. Cuenta saldada.

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