
Fotografías por Mr. Hipérbole
Lo dijo Daniel llegando al final del concierto y antes de «Ibitza», con evidente tono sarcástico. También nos incitó a ir a votar de empalmada y bien podría parecer que muchos le hicieron caso a la vista de los resultados del pasado domingo. Pony Bravo eligió la jornada de reflexión como fecha simbólica para la fiesta pagana que, por segundo año consecutivo, montaron en la Sala X de Sevilla coincidiendo con el inicio de la Navidad. Fue en esa noche, también preelectoral y derbiana, en la que los hijos pródigos de esta nuestra villa consiguieron rellenar todos y cada uno de los huecos del local, convertido en una partida de tres en raya.
Teniendo en cuenta el contenido altamente crítico de De palmas y cacería, la elección del momento no pudo ser más providencial. Encajaban como un guante en el repertorio «El político neoliberal» y «Eurovegas», acogidas con alborozo cuando les llegó el turno, en torno al ecuador del show. Fue, sin embargo, «La voz del hacha», de ese magnífico Un gramo de fe, la que plantó por fin a los Pony sobre el escenario. Se decían nerviosos por tocar en casa pero lucían como siempre: sinceros, incisivos y a su rollo.
Porque si algo caracteriza al cuarteto es su libre albedrío, sin censura ni patrocinadores. Y es precisamente esa coherencia la que convierte sus directos y todo lo relacionado con el universo Pony (aprovechamos para recordar la excelente exposición de obra gráfica de Daniel Alonso en el CAS) en fuente inagotable de talento de factura sureña alejado del tópico. O mejor dicho, alimentado de la vertiente más subversiva del mismo. Redibujando una ciudad que pasa de mirarse el ombligo a reírse de él. Sírvase como ejemplo ese «Turista ven a Sevilla» (lo hemos convertido en el lugar ideal) que sonó como la banda sonora que ya es.
Fieles a su espíritu, anárquicos, instrumentales, ruidosos y ensimismados, no dejaron fuera prácticamente ninguno de sus éxitos: «Noche de setas» (la más escuchada en Spotify), «China da miedo», «Ninja de fuego» o «El Rayo». Auténticas joyas amén de perfectos exponentes del flow contagioso de esta banda. Flamencos de plástico iluminados adornaban el teclado en el que Daniel, el único componente que no rota en este grupo de amigos, derramaba sus letras. Algunas tan deliciosas como ese «me gusta por la mañana/después del café bebío/pasearme por la playa/con mi cigarro encendío» de la «Guajira de Hawaii».
«El Salmo 52-8» formó parte del contínuum que, durante el concierto, permitió charla, interacción y baile relajado hasta que llegó «La rave de Dios», cayendo como una profecía y convirtiendo a todos en creyentes. También tenían reservada alguna que otra sorpresa, con guiño a Kenny Rogers y a Righeira incluido («No tengo dinero», una de «rabiosa actualidad«, explicaron). Teniendo en cuenta las incontables influencias de Pony Bravo, habríamos esperado cualquier cosa. Menos el final, muy navideño, que nos pilló cantando al unísono aquello de «yo yo camello/camello yo». Y es que «Mi DNI» volvió a retratar el mundillo musical como una pintura hiperrealista mientras que Pablo, maracas en mano, terminó de revolucionar al personal mediante el empleo indiscriminado de la «Zambra de Guantánamo».
Apenas se movió nadie del sitio y la estampida habitual al guardarropa se sustituyó por el deambular del público en el interior de la sala. En una noche de previas, aún quedaban por salir el resto de invitados que amenizarían la madrugada con sus platos, casi hasta la apertura de los colegios electorales. Era complicado no recordar al político neoliberal y sus fiestas del Banco Central cuando uno metía la papeleta en la urna unas horas más tarde. Reflexionar, no sé si reflexionamos pero una cosa sí quedó clara: ¡joder, qué bien lo pasamos!
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