20 abril, 2024
Con una escenografía íntima, bajo una luz tenue, las manos de Leonor bailan en torno al micrófono, lo envuelven, lo acarician, al igual que su voz.

Largo tiempo ha pasado desde la primera vez que Marlango irrumpió con su refinado e inesperadamente maduro disco homónimo. He de reconocer que, con escepticismo, en un principio le dimos el poco crédito que cabría esperar de una cantante que traspasaba las fronteras del séptimo arte en pos de una carrera musical. Y es que no pocas veces, el mundo de la música se convierte en mero negocio donde aterrizan muchos artistas en el que un rostro bonito, un poco de fama previa, y algo de dinero a veces pesa más que la calidad musical. Sin embargo, el tiempo y el éxito cosechado han demostrado que no se trataba del simple capricho de una actriz famosa que quería cantar, sino la evolución natural provocada por una afición musical (al igual que María de Medeiros, Najwa, o Hugh Laurie) que se comenzó a formar y cultivar de forma ya más seria a finales de los noventa.

Con una ya dilatada trayectoria musical a sus espaldas, y quizá debido a que su momento actual es algo titubeante en cuanto a la respuesta del público, su nuevo trabajo se aleja de aquel registro intimo y envolvente que me había cautivado con sofisticados temas como “Gran sol” o “Enjoy the ride”, dando un giro radical hacia composiciones más vitalistas. Fue precisamente una muestra de esa evolución hacia un pop funcional  la que el grupo ofreció en la injustificable medio vacía sala Al Alandalus del ciclo FIBES SUENA.

Diez minutos sobre la hora prevista y Javier Peña, Manuel Bagüés y Gonzalo Maestre, acompañantes de lujo del ahora dueto se suben al escenario. Tras ellos aparece la figura de Alejandro, lo cual provoca un incremento en la intensidad de los aplausos, que alcanzan su tope cuándo Leonor hace su aparición y comienzan los acordes de «Porvenir«. Ritmos country, jazz, cabaret  y pop son la seña de identidad de su nuevo trabajo, dejando patente que se han convertido en una banda de amplio espectro que se mueve con idéntica soltura en ámbitos musicales tan distantes entre sí. Así lo dejan claro en estos primeros compases, encadenando temas de alta intensidad como “Exquisita” y «Puede» con su faceta melancólica y bohemia en “Dame la razón” y “La luna”.

La voz de Leonor es un instrumento más, que suena y se adapta con delicadeza y precisión a los cambios de compás y ritmo. Su voz no ha perdido esa calidez que seduce y conquista, arropando  tu consciencia de forma sutil. Sin embargo, ese toque macarra, descarado y mas energético, que de vez en cuando deja vislumbrar, nos mostró la evolución que su rango vocal ha sufrido a lo largo de su recorrido en el ámbito musical.

Con una escenografía íntima, bajo una luz tenue, las manos de Leonor bailan en torno al micrófono, lo envuelven, lo acarician, al igual que su voz. Las tablas sobre el escenario es lo que tiene.

– ¡Guapa!, exclama un espontáneo

– ¿A cuál de todas se lo dices? ¡Aquí sobre el escenario hay mucha competencia!, le responde con mirada picara.

Llega el momento de disminuir la intensidad inicial, escogiendo para ello «Hold me tight» (en opinión de Alejandro uno de sus mejores temas) que actúa como delicioso bálsamo.

“Como sigamos a este ritmo acabamos el concierto en veinte minutos….» comenta Alejandro, compartiendo  una anécdota acerca de la calidad y los efectos taquicárdicos del café que les han traido del Mc Donalds situado enfrente del Fibes. Durante el tema, Leonor sonríe, baila, disfruta, se sumerge en la interpretación mostrando su buen hacer sobre las tablas, se acerca a su compañero de viaje, observa como sus dedos se deslizan por el teclado y le ayuda con los efectos.

Tras «Al borde del abismo» y ante un casi imperceptible gesto de Alejandro, los músicos que acompañan al dúo abandonan el escenario, permitiéndoles repasar alguno de los grandes temas que les han servido de influencia a la hora de realizar sus composiciones.

Piano y voz. No se necesita más para deleitar al asistente con unas unas sensuales y sofisticadas interpretaciones de «Vete» de los Amaya, «Via con me» de Paolo Conte  y «When I’m sixty-four» de Paul Mc Cartney.

Tras la ya habitual asignación de roles del western por parte de Alejandro, regresan a composiciones propias con «Todo es importante«. Como no todo van a ser flores, y sin que ello disminuya ni un ápice la calidad del concierto, durante «Si yo fuera otra» la voz de Leonor sufre un leve fallo, lo que le provoca una breve risa. Y en «Te vas» unos acordes con exceso de volumen por parte de la guitarra tapan unos breves segundos la voz de Leonor.

Tras una magnífica interpretación de «Semilla negra» Leonor solicita la colaboración del público, «he visto muchos programas de Isabel Gemio, hay una escalera y tengo un micrófono, …. no quiero presionar» ofreciendo una arrebatadora mirada de niña mala antes de deleitarnos con “Lo que sueñas vuela”.

Se acerca el final, y tan solo pronunciar la palabra «Dinero» sirve para que el público, bastante  taimado durante toda la noche, se venga arriba ante la impecable ejecución de este su tema estrella, mientras la imponente voz de Leonor se apodera de todo el espacio. Queda patente que el público se la sabe. La baila (bueno, sentados en sus butacas) la canta, la disfruta, y  ya con un evidente cambio de aptitud, se vuelca para solicitar los bises en cuanto hacen amago de retirarse.

No se hacen mucho de rogar, y sentada en la escalera, una hechizante Leonor nos deleita con su voz aterciopelada, ensoñadora y sensual, en una interpretación de «Pena, penita, pena» que irradia sentimiento.

Y como broche final otra joya, con «The Long Fall» bajan el telón en un concierto teñido de clase y saber hacer, en el que pese a que su nueva propuesta pueda tener detractores, nos siguen encandilando.

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