20 abril, 2024
El veterano artista presenta en la Custom su Código Rocker, un manual sobre la actitud y el rock and roll de alto nivel.

Fotografías por Javier Sierra (Le Petit Patte)

 Ha llegado el momento de hacer lo que llevo posponiendo varias semanas: escribir la crónica de Loquillo. No me excuso, pero teniendo en cuenta la talla del artista que nos ocupa, era una tarea que planteaba ciertos riesgos que, tras evitarlos una y otra vez, he conseguido afrontar. Así que a por ellos, que son pocos y cobardes.

Tengo que admitir que no llevaba demasiadas expectativas cuando por fin supe que iba a asistir a este concierto. Confieso que no llegué a escuchar el disco completo antes de plantarme en la Custom, ya que Código Rocker me parecía aquel día, y perdónenme el atrevimiento, un tanto pretencioso; una dignísima excusa para revivir (como si alguna vez hubieran muerto) algunos de los clásicos de la época dorada de José María Sanz, pero revistiéndolos con la pátina de la elegancia de los cincuenta más rockabillies. Por otra parte, suelo tener vértigo cuando voy a remover la memoria, aun cuando sé que voy a pasar un buen rato. La música tiene el poder de fijar recuerdos y cuando escuchas algo que solías hacer cuando todavía tenías que pegar algún estirón, la morriña suele pegarte fuerte. O sea, que con ese estado de ánimo, a medio camino entre el escepticismo y la nostalgia, me encontraba en la puerta aprovechando el último rayo de sol, rodeado de chicas con falda plisada, tíos con tupé y muchas canas. Era abril y todavía no hacía mucho calor.

Pero dentro era otra cosa. La temperatura de una Custom hasta los topes era inusualmente alta y cuando intentaba pasar a los medios cerveza en mano, me pilló de sopetón el comienzo del concierto con “Hawaii 5-0”. Y la gran sorpresa fue la versión que se marcaron los Nu Niles de este clásico de los Ventures, cuyo sonidazo a golpe de eco, Telecaster y mucha, muchísima energía, hizo que se esfumaran de un plumazo todos los prejuicios. Y empecé a entender.

Entendí porqué Loquillo es, ante todo, un tipo tan inteligente. Siempre ha sabido rodearse de artistas con muchísimo talento: Sabino Méndez, guitarrista-compositor en sus inicios y con quien ha tenido más de un encontronazo en el pasado, Sergio Fecé, pianista en la etapa de Los Trogloditas o Gabriel Sopeña, con quien grabó un disco menos notable que tengo la suerte de guardar firmado, son algunos de una larga lista. No iba a ser diferente, entonces, esta vez con los Nu Niles que, liderados por las guitarras de Mario Cobo, nos brindaron una sesión genial de rock n´roll honesto y sin artificios, con pegada suficiente como para dejarnos sin aliento hasta el final de “Chanel, Cocaína y Dom Perignon”, momento en que Loquillo, sacando pecho y lleno de orgullo, presentó a la banda que lo acompañaba. Una banda que, en definitiva, fue un traje a medida.

Y si bien es cierto que esta banda le sentaba mejor que su extraño traje, su presencia y su eterna actitud no pasaron desapercibidas. Es más, incluso cuando en algún acto de “infinita magnanimidad” cedió su sitio para que uno de los suyos de luciera, su magnetismo me obligó a mantener mis ojos pendientes de él. Pero si el centro de gravedad del escenario era este tipo con tupé que bien podría haber sido jugador de basket, la banda que lo acompañaba giraba en torno a él manteniendo el equilibrio y sonando a gloria bendita mientras se hacía el repaso a su último trabajo.

Tras el “El hombre de Negro” el Loco se sentó a fumar contándonos historias en forma de canciones, como “El crujir de tus rodillas” o “La rubia del Hitch”, avisando que esta bajada de intensidad sólo serviría para abrir los pulmones y coger aire para lo que vendría después: una escalada ascendente en varias etapas como “Piratas” (que se convirtió en un himno) o la versión de “I fought the law” (The Clash), que culminaría en la cima con “Quiero un camión” desatando la locura generalizada previa al descanso.

Y si se empezó con surf la primera parte, los bises no iban a ser menos. Una banda bien engrasada, crecida y sin el Loco se marcó varios minutos de una apertura que bien podría haber firmado Dick Dale o el mismísimo Link Wray. Y tras esa declaración de intenciones que es “Feo Fuerte y Formal”,  y el respaso a un largo setlist, llegó  el momento de despedirse con la que empezó todo. Loquillo y los Nu Niles me llevaron a 1980, a Barcelona, y pude imaginar cómo la escena musical de entonces tuvo que asumir, sin remedio, que el rock n´roll y el punk  tendrían que instalarse en España para siempre. Porque aquél chaval largo con tupé y al que una  vez le di la mano, supo ver antes que nadie que “Esto no es hawaii”.

Y así, con una sonrisa de medio lado, certificando que las cosas no han cambiado demasiado, me fui para casa dejando atrás todo mi escepticismo y mi nostalgia. Loquillo ha vuelto a instalarse con personalidad propia (y renovada) en las salas de conciertos. Y aunque no me guste el juego, apostaría a que será por mucho tiempo.

About Author

DEJANOS TU COMENTARIO

Loading Facebook Comments ...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.