19 abril, 2024

Las cosas que sé que son verdad es una obra escrita por Andrew Bovell, estrenada en Australia en 2016. Ahora, la versión española, traducida por Jorge Muriel y dirigida por Julián Fuentes Retallega al Teatro Central de Sevilla.

La historia de Bovell gira en torno a una familia formada por la madre, el padre y cuatro hijos. En ella, se desgranan asuntos muy complejos como la dependencia, los reproches, el egoísmo, los traumas infantiles, el amor, las críticas o la inevitabilidad de los cambios. Se muestra, asimismo, la relación entre hermanos, tan íntima y, a veces, tan descarnada.

Hago una lista con las cosas que sé que son verdad y la lista es muy pequeña.

Por lo universal de los temas, el espectador se siente identificado y afectado. Esto, sin embargo, pierde fuerza por dos motivos principales. Por un lado, la obra muestra casi exclusivamente escenas trágicas y momentos de inflexión en la vida de los personajes. Las situaciones son comunes, pero, al aparecer unas detrás de otras, conllevan cierta falta de verosimilitud, así como una carga emocional agotadora. Por otro lado, y en relación a lo anterior, la obra tiene una longitud tal que alarga un drama irremediable durante dos profundas horas.

Esto se salva por las interpretaciones ejemplarmente gestionadas: una magistral Verónica Forqué como madre, Julio Vélez como el padre, y Pilar Gómez, Candela Salguero, Borja Maestre y el propio Jorge Muriel como los hijos. Las voces de los actores son diferentes entre sí y muy representativas, lo que, unido a la singular personalidad que imprimen en cada personaje, produce unos individuos con mucha presencia y fácilmente reconocibles.

Estamos como putas cabras: como la mayoría de las familias.

La familia está representada en el jardín de la casa parental. El escenario consiste en un parterre cuadrado de tierra y rosas, coronado por un árbol que cuelga bocabajo del techo: observando, cobijando a la familia. Los colores usados, rojos, azules y verdes contrastados, evocan a un lugar precioso e íntimo. Este pequeño paraíso (que será espectador de terribles momentos) es acompañado de sonidos ambientales que evocan a la naturaleza. La disposición del escenario, con público en los cuatro costados del mismo, sigue la línea de la obra original.

Pensó en el amor: en cómo una da demasiado algunas veces y otras no da suficiente.

El texto, constantemente crudo, se mueve a lo largo de recuerdos decisivos. Funciona por elipsis y se basa en monólogos de tres de los hermanos, que nos muestran su visión particular de la familia. Durante estos soliloquios, el resto de personajes actúan, a modo de estatuas, como si, desde el subconsciente, estuvieran escuchando los pensamientos más íntimos de dichos miembros de la familia.

A pesar de la ya comentada multitud de temas dramáticos, que podrían sacar al público de la historia sino fuera por la brillante dirección e interpretación,  la obra brinda la posibilidad de observar peleas familiares. Gracias también a la traducción al español, estas disputas se presentan de una manera tan cotidiana y realista que el espectador puede sentirse incómodo al verse representado en ellas. Esto, junto con la posibilidad de observarlas con distancia y en silencio, es una herramienta útil de catarsis y auto reflexión: da la sensación de que todos los miembros tienen su parte de razón, produciendo una cavilación al respecto.

Creía que serían como nosotros, pero mejores.

Es un retrato familiar que, a pesar de la dureza de las situaciones a las que se exponen sus miembros, se trata de forma tierna y real. La obra habla sobre la verdad de unas personas que no son más que eso: el espectador ve, inevitablemente, su reflejo en ellas. Puede ver cómo unos y otros se conocen y desconocen por y en la familia. Y puede entender, como dice la canción presente en la banda sonora, que la obra ha dicho mucho, pero no ha «dicho suficiente» (R.E.M., Losing my religion).

 

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