20 abril, 2024
Israel Fernández y Diego del Morao clausuraron la vigésima edición del festival flamenco Al Gurugú de Arahal.

 

Fotografías Antonio Andrés

Cuando Israel Fernández canta, uno no sabe qué hacer. La vida mundana se vuelve aún más superficial, todo es poco profundo. Hay que dejarse llevar por los delirios de la imaginación enfermiza. Sentir la humildad y dejarse tomar por el cante. Esa voz termina con la coartada de cualquier garganta, despeja todas las ambigüedades.  Libera toda la intensidad sin rozar siquiera la estridencia. De qué barro sagrado se escapó esa voz, joven y antigua como el tiempo. Cuando escuchamos cantar a Israel Fernández, no somos nadie.

No se puede cantar mejor que Israel, el arte se le derrama por la garganta a borbotones. Detiene el tiempo, remitiendo a lo irracional, a lo sobrehumano, los verdaderos bienes mayores, la patria grande. Comienza últimamente sus conciertos con los tarantos que cantaba Antonio Mairena, Que agua se ve en la Bahía. Así lo hizo también en Arahal. Arroja por soleá las contradicciones del corazón con las rimas becquerianas de Soleá del cariño y los románticos tientos de La Amada. Arropados por un sepulcral silencio de admiración, guitarrista y cantaor se funden enlazando uno y otro cante. Suenan con devoción los tangos de la Niña de los Peines que bautizan a este veintenario festival.

Israel emprende la subida con hambre de terremoto. Aprieta el puño derecho cerrado, brazo abajo, levemente arrastrado hacia atrás. Parece que rebusca en las entrañas hasta agarrar las palabras con la mano. El dedo índice de la mano izquierda apuntando alto, como un ángel caído. Un cable a tierra y la voz en el cielo. Gestos en los que el tiempo se para durante la madrugada desgarrada de la Seguiriya del desvelo. Cierrepor bulerías, con El anhelo y con La maja aristocrática que también cantara Pastora Pavón. El teatro se desarma en aplausos y los oles bien colocados. Israel Fernández no mira el reloj ni lleva un repertorio programado cerrado; canta hasta que siente que se ha vaciado.  Los flamencos vuelven para rematar por fandangos, dedicando a la juventud Como yo te quiero, los cantes que clausuran este Al Gurugú 2022.

Todo ello con la guitarra de Diego del Morao. El mejor de las últimas generaciones flamencas. Complicado tocar con gusto más exquisito. Guitarrista fino, preciosista, con solera jerezana, muchas tablas y el arte por derecho que corre por la sangre morá. Un mago de las seis cuerdas que domina el ritmo con una creatividad sorprendente. Tan adentro del cante como el propio cantaor, fundidos guitarra y voz. Juntos han formado una delantera mítica, una dupla insuperable. Tejen un halo hipnótico, una atmósfera que atrapa más allá de aficionados y sensibilidades flamencas. Una de esas sincronicidades musicales  tan atípicas como destinadas a convertirse en leyenda. Y si no lo hacen es porque este siglo deambula despojado de la hondura y los romanticismos del siglo pasado.

Estos dos le ponen el cuerpo al flamenco de nuestro tiempo. Son los herederos del género. Artistas de otro tiempo. La savia nueva tiene un viejo dentro. La hondura de lo antiguo corre por sus venas. La luz que alumbra el corazón del artista es una lámpara milagrosa que el pueblo usa para encontrar la belleza en el camino, la soledad, el miedo, el amor y la muerte. El destino del cante en buenas manos.

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