29 marzo, 2024
Al final, cuando todo ha acabado y la única opción es la rendición sumisa e incondicional, la catarsis aparece.

Estamos en la íntima Sala B del Teatro Central. Cada uno intenta encontrar la mejor butaca para ver el espectáculo. Lo hacemos bajo la atenta mirada de los actores, que permanecen sentados en sendas sillas, en la oscuridad del escenario. Empiezo a escuchar mi respiración y pareciera que estuviéramos los tres solos. Los dos actores y yo en la soledad del vacío. El espectáculo no ha comenzado todavía.

Aun con el escenario a oscuras, en los cinco minutos de ajetreo previos a que de comienzo la función, nos enfrentamos a los actores. Entonces me doy cuenta de la primera argucia de la compañía. Al colocar a un actor a cada lado del escenario, nos han obligado a centrarnos en uno solo a la vez. De ahora en adelante, nos perderemos la mitad de la función, al menos hasta el segundo acto.

Lisbeth Gruwez concibió la obra desde la ansiedad que le producía dejar de fumar, es por eso que toda la obra partirá de la respiración como puerto franco. La partitura de movimientos irá ganando en velocidad de ejecución conforme la respiración se vaya acelerando. A pesar de todo, la precisión en la ejecución de movimientos no solo será fluida, sino de una precisión admirable.

Según palabras de la propia bailarina y coreógrafa (Lisbeth Gruwez), la danza hace tiempo que dejó de ser suficiente. Y es cierto, ahora necesitamos que la performance nos haga el trabajo sucio en detrimento del teatro de la palabra. Lo interesante de la dramaturgia gestual es que se deshace de las mismas, y aún así, logra transmitir más. En «We’re pretty fuckin’ far from ok» deciden ahondar en una partitura desde las limitaciones de estar sentado en una silla. Esta limitación postural se convierte en un punto fuerte, ya que desde ella, asistimos a un nuevo mundo de posibilidades. La soledad del individuo es insoslayable, sin embargo, dentro de la misma, podemos explorar y expandirnos infinitamente.

La angustia nace de la ansiedad, y esta del miedo. ¿Miedo a qué? Miedo al miedo. Nos damos cuenta, entonces, que la respuesta no está afuera, sino adentro. El miedo está ahí, y en algún momento vamos a tener que enfrentarlo. Podemos hacerlo revolviéndonos como perros rabiosos en un círculo autodestructivo sin final; o podemos rendirnos a él y aceptarlo para ver qué hay detrás de él. Y todo esto sería impensable si no lo hiciéramos con la respiración como vehículo de nuestra propia consciencia.

Después del individuo viene la pareja, no de forma romántica o sexual sino meramente relacional. El instinto innato del ser humano es relacionarse. En el segundo acto del espectáculo dejarán de apoyarse en las sillas para hacerlo sobre el otro. Si uno cae, el otro también lo hará. La relación con el otro por puro egoísmo, por necesidad para no caer en el abismo. El uso y disfrute del otro como herramienta para poder seguir adelante. El ritmo de la escena decae en esta parte del espectáculo, parece que los parches del otro hacen un buen apaño de nuestros agujeros de oscuridad, así que la ansiedad disminuye. Esto no ha de durar para siempre, cuando usamos a un ser humano como herramienta y no como fin en si mismo, estamos en ese término usado hasta la saciedad: «relaciones tóxicas». Que es lo mismo que decir fecha de caducidad.

En la tercera parte, esta vez de pie y separados, un juego de luces los irá acorralando entre la espada y la pared. Al principio, el terror sobreviene de forma insospechada, como siempre lo hace. Los bailarines están enfrascados en patrones cíclicos y viciosos, que se van sucediendo, a cada cual más rápido, en una especie de éxtasis final. Y como tocar fondo siempre es requisito indispensable para renacer y volver a la superficie, estos patrones adquiridos en forma de partitura, caerán en una reiteración vertiginosa hasta que la luz los atrape. Poco a poco, van retrocediendo ante la luz hasta que ya no queda ningún rincón oscuro donde esconderse. Al final, cuando todo ha acabado y la única opción es la rendición sumisa e incondicional, la catarsis aparece. Entonces, los vemos extáticos, con sus brazos levantados, ofreciéndonos las palmas de sus manos. Después de atravesar el miedo, solo queda la luz; pero vas a tener que atravesar un largo y abyecto túnel oscuro si quieres llegar.

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