18 abril, 2024
Del Toro muestra una atención al detalle y un cariño hacia su trabajo que se manifiesta en un escenario plasmado de forma palpable y unos personajes construidos sin la más mínima fisura

El arte siempre ha tenido maestros en cada uno de sus múltiples campos. Shakespeare lo fue en el drama, Cervantes en la literatura. Van Gogh en la pintura y Miguel Ángel, bueno en prácticamente todo. Podemos decir sin temor a equivocarnos que Guillermo del Toro es un maestro actual en el cine de fantasía, pero no en la fantasía mágico-medieval o infantil híper colorida, sino en la fantasía adulta, seria en su forma y en su continente. Una fantasía que nos demuestra que entre toda la gris realidad en la que un ser humano puede peregrinar de día en día sintiendo cómo se marchita y se le escapa la vida, hay elementos de magia que consideramos imposibles y que pueden saltarnos a nuestros pies si somos lo suficientemente valientes para soñarlos. Nadie como del Toro plasma con tal maestría este concepto novedoso de la fantasía-real, de la imaginación llevada a lo palpable. Ya lo vimos en anteriores trabajos como El laberinto del Fauno, en la que la fantasía desbordada de una niña competía con la crudeza de la postguerra civil española; o en las dos entregas de la adaptación cinematográfica del antihéroe de cómic Hellboy, en la que del Toro jugaba mezclando mitos fantásticos con apariencias alienígenas y ciencia ficción en una cinta que iba más allá del mero entretenimiento.

En este 2018 Guillermo del Toro nos ofrece La forma del agua, una cinta peculiar incluso para su dilatada carrera de cuentacuentos cinematográfico, pues vemos elementos que se alejan del gusto encorsetado de un público adulto incapaz de entender lo que va a ver, y otros que a la vez se alejan mucho de lo habitual en un cine fantástico para un público infantil. Desde el primer minuto percibimos como del Toro plantea al espectador la pregunta ‘¿por qué las historias fantásticas tienen que ser para niños?’ y él mismo se da la respuesta o, mejor dicho, la rompe en mil pedazos. Escenas de contenido sexual se entremezclan con la fantasía inherente a una criatura anfibia y humanoide, salpicadas de momentos moralizantes sobre la aceptación de la condición propia y la del prójimo, así como de preguntas sobre la aparente incongruencia entre la voluntad, la lealtad y la bondad y todo esto encasillado en una época tan tensa y característica como la Guerra Fría. Nada queda al azar, ninguna pregunta sin respuesta ni ningún cabo sin atar.

Del Toro muestra una atención al detalle y un cariño hacia su trabajo que se manifiesta en un escenario plasmado de forma palpable y unos personajes construidos sin la más mínima fisura, en la que sus motivaciones, su razón de ser, no solo quedan fijas y bien expuestas desde el principio de la cinta, sino que evolucionan con esta a medida que la acción se va desarrollando. El espectador que se deja arrastrar a este universo fantástico del director mexicano se sorprende al descubrir cierto sentimiento de empatía con el villano, amor hacia los personajes incomprendidos por la sociedad de la época e intriga por los interrogantes que plantea la existencia de una criatura tan singular. Un guion bien compacto y cerrado que se permite el lujo de microgestos (a veces no tan micros) para dar aún más énfasis a las emociones de los personajes y unos efectos especiales visuales sin ser sobre cargantes ponen la guinda a esta gran obra que seguro será recompensada con alguna de las 13 nominaciones a los Óscar a los que se encuentra nominada, entre los que se encuentra los de Mejor Director, Mejor Película y Mejor Actriz. No olvidemos que la cinta ya ha cosechado los éxitos del León de Oro a Mejor película en el Festival de Venecia el pasado 2017, y el Globo de Oro a Mejor Director y Mejor banda sonora así como otras cinco nominaciones.

En particular la crítica coincide en alabar la gran labor de dirección de Guillermo del Toro, por su gran atención al detalle y a la visualidad de la cinta. También merece un muy especial reconocimiento la labor interpretativa de su protagonista Sally Hawkins, quién se introduce en su papel con una elegancia, delicadeza y pasión cautivadora, capaz de transmitir más con una mirada y unos gestos de sus manos parlantes de los que muchas actrices cuyo papel les permite hablar logran en toda una cinta. Hawkins carga con casi toda la carga emotiva de la cinta y corresponde al espectador con momentos llenos de pasión y energía, de sensualidad y emoción pura. Le acompaña también un sublime Richard Jenkins en el papel de un vecino y amigo viejo y de condición homosexual con la que el espectador empatiza por su sentimiento de triste soledad, de incomprensión social, de búsqueda de amor y de aceptación propia y ajena de su ser. La siempre poderosa Octavia Spenzer llena cada fotograma de la cinta en la que su personaje aparece con esa presencia dominante y firme, desafiante y a la vez correcta, que vuelven su personaje secundario de la misma energía que cualquiera de los principales. Las interpretaciones masculinas no son menos impresionantes, comenzando por un Michael Stuhlbarg en el papel de un científico patriota pero científico ante todo, con un deseo puro y sincero por el conocimiento, siguiendo por un Michael Shannon como un inflexible agente Strickland que llega a ser terrorífico pero que muestra su vulnerabilidad, su miedo al fracaso a la vez que su voracidad y deseo de poder; y terminando por el silencioso y no por ello inexpresivo Doug Jones, quien interpreta a la criatura anfibia presa. Un dato curioso es que Jones interpretó, también para del Toro, a Abraham Sapiens, el compañero de aventuras de Hellboy que comparte una apariencia casi total con la criatura anfibia de esta nueva obra del director mexicano, incluyendo su pasión por los huevos, con alguna diferencia notable como la capacidad de Abe para hablar.

Una cinta que podría considerarse un cuento de hadas moderno para adultos, una gran propuesta no solo del cine de este 2018, no solo del cine fantástico, no solo del cine romántico, sino del cine en su máxima expresión. Una cita ineludible entre el espectador y la gran pantalla. La magia está en el agua y en las salas de cine.

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