23 abril, 2024
Te citaban en Santa Marina de San Luis a las nueve menos cuarto para la previa y el repaso de asistentes. Una Plaza del Casco Antiguo famosa y querida en toda Sevilla. El tiempo mejoraba por minutos, el viento parecía tomar protagonismo, pero el barniz a la estampa lo pondría Fiebre en cuanto el directo callara.

Fotografías por Sara Robles

Te citaban en Santa Marina de San Luis a las nueve menos cuarto para la previa y el repaso de asistentes. Una Plaza del Casco Antiguo famosa y querida en toda Sevilla. El tiempo mejoraba por minutos, el viento parecía tomar protagonismo, pero el barniz  a la estampa lo pondría Fiebre en cuanto el directo callara.

El lugar elegido era Rompemoldes, un patio de vecinos donde encuentras diversos talleres especializados en distintas disciplinas artesanas. Un sitio tan único como familiar. Tienes que darle una vuelta.

Pero esa noche las persianas estaban bajadas y el público que gastaba sus fichas en la barra quería sentir la electricidad recorrerle al aire libre. Nosotros estábamos allí, sí, allí había mucha gente y Leonardo, Arturo, El niño del guiño, Seda y Marta Mapache estaban preparados. Los indios despertaban.

Acción.

Sin concentración, ni aviso, ni intuición, son las caricias instrumentales las que te llevan a ese clima de bosque verde, marrón y naranja en el poco a poco con el que Fiebre da la bienvenida a su público. Aterrizas en la tierra de la floresta como OVNI despistado, sintiendo que caes a toda mecha. «Ella es esa que pone platitos de leche a los leones». Y te toca su Psicodelia.  La recibes hipnotizado. Ya estás. «Lo prometido es duda…Deuda, duda, deuda, duda…»

El olor en los poemas te arrastran a descifrar las letras. Aún así, el mensaje no es cosa de palabras, la mirada Mapache -esa mirada- tiene un efecto sublime, etéreo y sutil, y muy intangible. Por más que quisieras darle alcance, siempre se escaparía con elegancia.  Tan pronto está contigo como sin ti. Tan pronto aquí como allí. Por más que quisieras darle alcance, siempre se escaparía con elegancia.

Reacción.

La oscuridad entre el público era bella. Una noche de verano donde niños medio dormidos, padres divertidos y amigos entregados intercambian miradas de complicidad. Estaba allí, la felicidad existe. A más vida, más Poesía. Aquello iba tomando el cuerpo del vino que saboreaste aquella vez con esa persona. Aplausos, guiños a la música, aullidos y la llamada del indio formaban la banda sonora del otro lado. La Fiebre se hacía con Sevilla. Y a vibrar comenzaba el viento.

Fe

Salías de allí con la creencia aferrada a ti. Ahora ya a través del juego podías desobedecer. Sintiendo que la respiración, cuanto más poética, mejor. Y notando que la búsqueda instrumental te había encontrado. Volvías a pisar San Luis y las farolas estaban más encendidas que nunca. La Fiebre te había conquistado.

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