16 abril, 2024
Vinieron, vieron y vencieron. Un soplo de aire de Cádiz que viene cargado de psicodelia.

Se hablaba en aquellos días de la inercia psicodélica que aglutinaba el talento de varios músicos habituales de la bahía de Cádiz, músicos que se han instalado por derecho propio en una escena que comparte el impulso del renacimiento de la sevillana y la veteranía de la granadina. Acogidos en el seno de la Familia Palmer, El lobo en tu puerta y Holögrama se consagraron el pasado Monkey Week en lo que fue la última -o penúltima- edición portuense. Pero aún soplando vientos de cambio, el levante trajo a finales de año un grupo que presentaba las ideas de unos músicos más que conocidos a ambos lados del Estrecho. M.O.R hacía el lanzamiento de su álbum de debut The Magic Boooooom! y completaba la cuota psicodélica de un sello que está dando mucho que hablar por los mentideros.

De esta forma llegó el 12 de febrero, cuando muchos de los presentes en la Sala X  intentaban evitar el alcance de las flechas de Cupido.  M.O.R. les echaba una mano alargando la noche gracias a un cóctel generoso de pop psicodélico, espacial y envolvente, y que a más de uno le pudo recordar a Arcade Fire, The Maccabees o The Flaming Lips. Pero obviando que la música siempre habla de música, los allí presentes certificamos que la surgida de las profundidades de Grabaciones Sumergidas era capaz de brillar con carácter e identidad propia.

Tal es así que un comienzo crepuscular, con “Soho”, invitó a buscar el lugar de mejor sonoridad de la sala, en tanto que los ritmos de “Running Nude” -ya en los confines de la barra- desvelarían parte de la receta de Juan Antonio Mateos y compañía. Un muro sónico aupado por las cajas de la batería que empastaba las melodías vocales cuya posición, deliberadamente democrática, las situaba al mismo nivel que el resto de la música, cuya frontalidad únicamente se quebraría dejando espacios para los destellos de sus músicos, destacando a Álvaro Marabot en las guitarras envolventes y a José Luis de la Vega, que estuvo especialmente inspirado en el bajo.

Up Shaka Ohm” fue un buen ejemplo de ello, y de cómo se puede seguir la intuición en el proceso de la experimentación sin desorientarte ni sonar pretencioso, ya que acostumbrados como estamos a escuchar propuestas cuya ideas centrales se bastan para enterrar cualquier proyecto- por mucho que se revistan de efectismo- se agradece que toda la galaxia que conforma M.O.R. tenga el empuje suficiente para sacar todo el lustre a su honestidad. Porque “Phase and Soul” bien podría haberse escrito utilizando otra paleta sonora y nunca perdería el dramatismo y la fuerza de su catarsis final, de las que más de un grupo de krautpop o de noise se sentiría orgulloso.

Así que llegados al momento de las guitarras acústicas, en el que el falsete de la voz podría traer destellos de Bradford Cox, el pasaje más intimista y cálido del repertorio sacaría a relucir, de nuevo, melodías con vocación de estribillo, en la que  “Hold Me” -junto con el cover de The Velvet Underground– prepararía la despedida y cierre con la rotundidad que se acostumbra en estas citas. “Satellites”, con el bajo repleto de fuzz,  demostraría porqué se convirtió en el single de todo este universo y en torno al que giran, paradójicamente, el resto de su poemario. Un himno que, a costa de su “Reno Kids” final, dejaría en los presentes el regusto general y agridulce de haberse perdido algo o el deseo de saborearlo mejor. Lo que en el idioma de los insaciables significa querer más.

 

 

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