19 abril, 2024
Sin duda volvería a asistir a esta noche de bruma roja, música de ensueño y luna llena

 

Comenzaba la noche fría y Holy Motors aparecía en el bar cerca de la Sala X donde minutos más tarde tocarían. Una extraña imagen, como si de una escena de la mismísima película que les da nombre se tratara, rodeados de cuadros de vírgenes, cristos y redobles de tambor se mezclan con sombreros de corte ruso.

Todo está preparado, una humeante luz roja invade el escenario, las tres guitarras están preparadas para el rever y entre nieblas va llegando un público selecto, donde la mayoría son músicos y componentes de otros grupos de la capital andaluza, que han oído a esta banda emergente, joven y sin pretensiones que apuestan por el rock melancólico y profundo, sin duda con algo especial y que, sin una apuesta fuerte de discográfica, están dándose a conocer alrededor del mundo.

Comienza el concierto, Eliann Tulve, Lauri Raus, Hendrik Tammjärv, Gert Gutman y Raspar Kiinvald entran en una nebulosa roja que envuelve el escenario y rompen el silencio lentamente con “Descending” un intenso sonido donde despuntan acordes de guitarra y recortes de batería que llegan a recorrer el cuerpo de la cabeza a los pies, la voz de Tulve mágica e íntima parece un canto profundo y desesperado hacia una salir a la que no es posible llegar, comienzan con fuerza y la sala empieza a calentarse con aplausos y silbidos.

Suena “Ghost of heart” y Tulve algo tímida susurra mientras los acordes de guitarra resuenan como en un campanario abandonado en medio del oeste, suena a polvo y a eco, a abandono y soledad, la batería trasforma los temas a medida que suenan, evolucionan como una onda expansiva, las repeticiones casi hipnóticas, juegan con la intensidad del sonido que entra en el cuerpo desbocado.

Mientras escuchas un disco de Holy Motors, el rever predomina y lo envuelve todo, pero el directo y los temas siguientes dejan brillar la batería que Raspar Kiinvald domina a la perfección. Los rever y punteos de guitarra siguen sonando canción tras canción haciendo un tándem perfecto; todos podíamos sentirlo, como suspiros y espasmos eléctricos que recorren cada palmo del cuerpo, la voz de Tulve que parecía aullar a la luna llena, hace entrar en un profundo trance que suena a desesperación y olvido. En cada tema parece que algo está a punto de suceder, una continua tensión, como si de una cuerda floja se tratara y alguien estuviera a punto de caer al vacío, de pronto en el último instante la batería rompe la tensión y redirige la melodía cómo alzando el vuelo de un pájaro hacia su libertad.

Sin duda volvería a asistir a esta noche de bruma roja, música de ensueño y luna llena, porque temas como “Sleeprydr” “Sings” y la última en sonar “Silently” dejaron relucir la sorpresa de este concierto que sin duda fueron los despuntes de batería, que galoparon al más estilo western.

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