Fotografías por Manuel Bermejo Dieguez
Teatro Quintero, Martes 17 de Marzo
Lo dice Carmona. Es una tarde plomiza, panzaburra, amenaza tormenta. Sobre las seis una tregua y en la calle Cuna, un río de almas bloquea la puerta frente a un “no hay entradas”. Ingresar en el templo no es cuestión de suerte sino de avidez. Solo los pacientes están invitados.
El teatro Quintero se descarna, retira sus gradas; es el sótano temporal de luz roja y que se llena, poco a poco, bajo un flujo constante. Hay sitio aunque no lugar para el retraso. La parrilla exige a los feligreses que bajen puntuales, sin demora. Emergen tras las siglas los tres reyes de este infierno. Hoy no escuchamos a Mike Barbwire dar la bienvenida a la parroquia; es Guadalupe Plata la que abre los micrófonos, a golpe de feedback.
Pedro de Dios en la guitarra, Carlos a la batería y Paco Luis sobre el barreño inician la ceremonia: acoples que suenan a gloria y los primeros compases, en tres por cuatro. No hay manuales para los no iniciados: la única consigna es el baile (y se baila). Para los incondicionales tampoco hay secretos: esta fórmula, tan conocida, nunca se acaba. Se consume, gota a gota.
Guadalupe rellena con la oscuridad del Mississippi los huecos entre preguntas formuladas a destiempo. ¿De qué pasta están hechos los ídolos? Por si acaso importara, ellos se encargan de encoger el mito, lanzando ráfagas de un anecdotario simplón. No, los presentes solo quieren oír deslizarse un acorde en re abierto, vibrar bajo el reverberante influjo de los graves y acatar las órdenes de una precisa baqueta.
Ángel Carmona y Diego RJ, fans privilegiados desde el escenario, son testigos de cómo el trío de Úbeda se hace amo de esta quinta. No hay redención; todos se despojan de sus ropas para recibir el bautismo. Ya no es calle Cuna, es la calle 24 la que anuncia que Guadalupe Plata ha vuelto con ganas de girar por territorios conocidos. Una gira que comienza en Sevilla, la ciudad maldita.
Y así es el final de las cosas: el micrófono calla y se cierran las ondas. Satisfechos oyentes y hambrientos presentes. El Ángel de este infierno lo confirma: brazos arriba anuncian otra plegaria. Y una vez más, y hasta dos, se eleva el espíritu. Y se acoplan las cuerdas. Son Guadalupe Plata y yo también creo.
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