Fotografías por Andrea Martínez Núñez
Dentro del Festival Internacional de Danza del Teatro Romano de Itálica se vienen dando encuentro piezas representativas de la danza contemporánea; aún así, el festival sigue dando cabida a la danza clásica, lo cual es de agradecer. Este año hemos tenido la oportunidad de volver a disfrutar del Ballet Nacional de Letonia; única compañía de ballet superviviente del país y heredera de la metódica escuela de ballet rusa.
No es la primera vez que el Ballet Nacional de Letonia representa para el público sevillano. La representación fue llevada a cabo por el elenco de jóvenes talentos de la propia escuela. Aunque hubo oportunidades para que los solistas brillasen, la selección dramatúrgica de las escenas se concentró en las partes corales de «El Corsario» y «Giselle».
La pieza de «El Corsario» se caracteriza por una gran festividad; por ello, el contraste con la muerte de «Giselle», en el segundo acto, logra una mayor emotividad en el espectador. Debido a que la representación hubo de adaptarse a las condiciones especiales del emplazamiento en el Teatro Romano, el Ballet danzó al desnudo; esto es, con música grabada, parca escenografía e iluminación. En consecuencia, todo el peso recayó sobre la interpretación gestual y técnica de los movimientos. Aún siendo consciente del gran repertorio que posee la compañía,(de hasta 17 piezas) y del esfuerzo que conlleva la representación en el festival por sus condiciones especiales de representación, (que convierten a la pieza casi en una obra por encargo) veo, sobretodo en la parca escenografía, una decisión poco acertada si tenemos en cuenta que los bailarines aun están en el perfeccionamiento de su técnica.
Aún y con todo, la representación no dejó de hacer aplaudir al público al final de casi todas las escenas. Elza Leimane cumplió con las exigencias del personaje de Giselle y, junto con Alise Prudane, Reina de las Willis, hicieron justicia al segundo acto.
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