25 abril, 2024
La música hablada, sentida y compartida. Que convierte un espacio al aire libre en lugar íntimo. Donde la distribución hace que público y artista se confundan con un grupo de amigos que han decidido reunirse. Todo eso y más es Live The Roof.

Fotografías por Mr. Hipérbole

La música hablada, sentida y compartida. Que convierte un espacio al aire libre en lugar íntimo. Donde la distribución hace que público y artista se confundan con un grupo de amigos que han decidido reunirse. Todo eso y más es Live The Roof, ciclo de conciertos que el pasado sábado cortaba la cinta de inauguración de su edición 2015.

«Podéis preguntar lo que queráis» aclara Enric Montefusco al poco de comenzar la actuación. Evidentemente, nadie tuvo valor siquiera de levantar la mano. Conteníamos la respiración por miedo a estropear lo mágico del momento, como si el concierto pudiera desvanecerse al alzarse otra voz que no fuera la suya.

En la azotea del Hotel Inglaterra de Sevilla le dan a uno ganas de pedir que le pellizquen, porque el lugar es tan exhuberante que parece un decorado. Una suerte de Síndrome de Sthendal que acelera el corazón cuando terminas de subir el último tramo de escaleras y las vistas de la ciudad en 360 grados te golpean las pupilas. Si a todo esto le sumamos la presencia de Enric y la coral que lo acompañaba, la cosa es de psiquiátrico directamente. El cantante de los ya casi extintos Standstill susurró una larga introducción en la que quedarse atrapado y dio comienzo a la selección de temas escogidos para este micro cénit.

«1,2,3 sombra», «Feliz en tu día» y una de las primeras que escribió en castellano, «Que no acabe el día», empiezan a reivindicar en la noche cerrada el poder de una guitarra y una voz rasgada. Enric habla del miedo, esa arma de la que sirven los que están arriba para no ceder espacio. Pero también habla de su antítesis, el amor, la fuerza que todo lo puede. En «Conjuro de todos los tiempos» y «Nunca, nunca, nunca» los cuatro miembros que lo acompañan, portando únicamente sus voces templadas, nos aclaran por qué están ahí. Son el marco idóneo, el colchón blando, el trampolín perfecto desde el que dar el salto mortal del sonido crudo, sin paliativos, que sale de la garganta de Montefusco.

Abierto en canal, con «Romper un silencio así no tiene perdón» lo escuchamos en solitario, defendiendo con solvencia y minimalismo los cambios de ritmo del tema original. Además, lleva dedicatoria. Para el señor del albornoz. Un huésped que, según nos cuenta, subió por la tarde indignado a la azotea del hotel porque no estaba de acuerdo con los decibelios de la prueba de sonido. A él habría que decirle lo contrario, que romper un sonido así no tiene perdón.

Tras un pequeño receso, la formación retoma el segundo bloque con el primero de los EP de Adelante Bonaparte, «Vida normal». Intento fallido que se culminaría finalmente en los bises y que nos dejaría con una delicada «Si vieras», que amenaza con sacar fuera una lagrimilla. Dulce y pautada llega «Me gusta tanto» y las campanadas que señalan las 11 casi nos desequilibran de la cuerda floja sobre la que los coros de «Un sitio nuevo» nos han hecho caminar. Divisándose el final, Enric diserta sobre el conflicto entre la libertad individual y la colectiva y se marca una versión en catalán de «Bird on the wire», del señor Cohen. Ahí es nada.

El tiempo corría y le llegó el turno a la ligereza de «Adelante, Bonaparte» y una divertida «Yo soy el presidente de la escalera». Cuando se acercó el momento de cerrar el setlist y bajarnos de las nubes de la azotea, sonó una canción protesta, «Vuela, Extranjero». Fin del encantamiento y de este mal del viajero chutado de belleza. Llega el turno de los selfies, los fans y las firmas. El blanco fácil del artista a ras de pista.

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