16 abril, 2024
La Librería del Gran Meliá Colón viajó hasta Cuba para cincuenta personas en el íntimo concierto del trío cubano en las Noches Icónicas.

El Malecón Colón no existe. O existe si tú quieres.  Puede ser un espacio finito, ficticio y efímero, ubicado en la Librería del hotel Gran Meliá Colón, convocado un jueves por el pianista cubano Alfredo Rodríguez para una recién llegada tripulación sevillana a una Noche Icónica más. Porque hay días en que la música es un viaje sin embarques.

El trío cubano reunió en la Noche Icónica del mes de marzo a las cincuenta personas que el íntimo aforo del hotel permite acoger. Con una ciudad candente que emerge veraniegas primaveras y aguarda sus fiestas grandes bajo el perfume del azahar. Y que comienza a sumar, por derecho, cada cita Icónica a su calendario de momentos principales de la vida sevillana. Con el festival de la Plaza de España a la vuelta de la esquina, quizás ya la tercera efeméride del año en Sevilla.

La noche del Alfredo Rodríguez Trío prometía altas revoluciones. Rebasó toda expectativa. Se unía a Antonio Reyes y Rycardo Moreno y Falete (los protagonistas de los conciertos de enero y febrero) y a los futuros del joven Will Santt, y las emblemáticas Martirio y Carmen París, completando un cartel que parece definir estilísticamente una línea clara a seguir. Aquello que en las grandes superficies, cuando se vendían discos (esos posavasos redondos para ahuyentar pájaros), etiquetaban con mayor o menor tino como músicas del mundo. Los ricos folklores de aquí y allá. Con auténticos representantes de lujo de cada palo. Llegó el flamenco, llegó la copla. Vendrá la bossa nova, la jota aragonesa. En esta ocasión llegaba Cuba y el jazz.

Se presento Alfredo Rodríguez con un concierto poderosísimo. Sorprendiendo gratamente por tratarse de un  tipo de pianista que hemos escuchado menos, fuera de la escuela de pianista cubano más frecuentado en los altavoces españoles, como Bebo Valdés o Gonzalo Rubalcaba. Alfredo Rodríguez es ya un músico del s. XXI, su jazz es nada clásico y, aunque dispare por sus poros el sabor añejo de su isla, afronta su música desde una perspectiva moderna. Conjugando virtuosismo y minimalismo. Con un latir tremendamente afro, derrochando juegos rítmicos desbordantes. Compás cool y groove cubano para el neojazz de esta joven formación con galones en la solapa de muchos años de experiencia.

Con Yarel Hernández en el bajo y Michael Olivera en batería. Dos genios de su instrumento. El peso de Yarel en el repertorio es espectacular. Aportando un carácter muy funky, todo viveza y dinamismo, sacándole al mástil más notas de las que tiene. Y Michael Olivera sirviendo el pulso, un habitual junto a los mejores músicos de ésta y la otra orilla. El trío brota de las raíces cubanas, extraen los recursos del jazz y cocinan, entre lo popular y la vanguardia, un destacable sonido muy original.

Despertaron la música improvisando sobre la pieza original Dawn.  Una voz profunda, con un timbre grave y contundente, tejiendo hermosas armonías vocales. Arrancó a trote de blues, funky y vacilón, el clásico Bésame mucho, marcando la estela entre obras originales del pianista y versiones de los sones más añejos de las olas de la isla que aguardó la noche. Floreció Bloom en los naranjos y se reclamó la presencia de Yumayá, diosa cubana de los mares; y la murga carnavalera – sambera de Ay mamá Inés rompió en chachachá y salsa dura, jugando con las voces del público como un instrumento más. No deja de ser sorprendente como una pequeña multitud puede sonar tan bien coralmente sin ensayo ni aptitud requeridos. Será porque la música es un instinto humano.

Cuando Alfredo lanza sus tiraderas free jazz, con menos disonancias, pero navegando locuaz e inflamable ese caos ordenado, el pianista se vuelve ingrávido levantándose de su banqueta a lo Jerry Lee Lewis (¡esto podría arder!). Se suceden quiebros en forma de cambios de ritmo electrizantes. Es un músico de contrastes, porque toda esa digitación virtuosa (excelsa de velocidad y fiereza, con ideas musicales muy claras y marcadas, carente de divagaciones o motivos balbuceados -ni atisbo de batiburrillo-) se empatan con pasajes de un minimalismo que alude a ciertos compositores new age o a minimalistas modernos del jazz como Wim Mertens. Propone un compás juguetón, picante, con armonías contemporáneas y desarrollos progresivos que confluyen con una sutil y sugerente chispa rockista en su acento habanero.

Terminó esta noche Icónica con dos victorias aseguradas. El Thriller de Michael Jackson, que el productor Quincy Jones recomendó versionar cubanamente a Alfredo, con un resultado aún más funky y sabroso que la original, desatado y extático. Y con dos banderas del son bailando en mancuerna para nuestras delicias: El Manisero y Guantanamera. Hasta Cuba nos llevó Alfredo Rodríguez en el Colón, hasta Brasil lo hará próximamente Will Santt. ¿Quién no gusta de viajar sin tragarse un mal jet lag?

Fotografías por Luis Rivera (cedidas por GreenCow Music)

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7 comentarios en «El Malecón Colón de Alfredo Rodríguez»

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