24 abril, 2024
Movistar + estrena hoy la miniserie protagonizada por María León, la ópera prima del guionista Rafael Cobos como director y creador.

Movistar + estrena hoy su nueva producción original, El Hijo Zurdo, la ópera prima del guionista Rafael Cobos como director y creador, una miniserie de seis capítulos protagonizada por María León, adaptación de la novela homónima de Rosario Izquierdo. Rafael Cobos (Goya al Mejor Guión Original por La Isla Mínima, Goya al Mejor Guión Adaptado por El hombre de las mil caras, habitual guionista de las películas de Alberto Rodríguez) ha construido la identidad creativa y estética de esta serie, en la que ha formado mancuerna con Paco Baños, director de cuatro de los seis episodios que estructuran el metraje.

El Hijo Zurdo, bendecida desde antes de nacer por el reciente premio a Mejor serie corta en el festival de Cannes, es un drama humano universal envuelto en los elementos clásicos del thriller. Un vía crucis por el que una madre Dolorosa carga con su hijo como una cruz por su propio calvario. Un juego de espejos familiares y sociales, un contrapunto de carencias emocionales y comunicativas, una búsqueda de la identidad, un ejercicio de fe y resistencia. Maternidad, rebeldía, amistad, sororidad. Una serie de personajes, más que de trama, que avanza cruda y asfixiante en una suerte de road movie sevillano, invitando a transitar el camino desde las entrañas de sus protagonistas.

A veces uno despierta demasiado tarde. Es lo que debió pensar Lola (María León) cuando se descubre recogiendo de una comisaría de policía a su hijo Lorenzo (Hugo Welzel), menor de edad, detenido por dar una paliza a un joven marroquí.  La espiral de fascismos contemporáneos abraza en su descenso a los infiernos al adolescente, cuya deriva reaccionaria como skinhead se presenta como una rebelde huida hacia adelante en busca de un lugar en un mundo complejo, más que como una bandera ideológica. Es en ese instante preciso cuando Lola cae en la cuenta: no conoce a su hijo, pero tampoco se conoce a ella misma. El fuerte contraste ideológico y la violencia escenifican las grietas que se han abierto entre madre e hijo; la incomunicación y el desapego que han aniquilado su relación.

Y así, las fracturas interiores devienen en precipicios externos. Lola es el timón de una familia acomodada, una madre imperfecta que arrastra el peso de la culpa y la amargura de haberse dejado a la deriva, cuyos miedos y conflictos se ahondan a través de los de su hijo. Frente a un ruin y egoísta padre ausente con ansias de poder político (Alberto Ruano), y amparándose clandestinamente en la literatura como mejor campo de batalla, ella es el único muro de contención para la tormenta que arrecia. Lorenzo es su ángel caído, el abismo que le devuelve la mirada, su propio reflejo en los pedazos rotos del espejo. De tal palo, tal astilla. Ambos están unidos por la hermosa metáfora hereditaria que define la historia: los dos han nacido zurdos. Un símbolo de estigma, la marca de caminar por el lado oscuro de la vida, de ser la oveja descarriada de las normas sociales, la cicatriz de resistencia ante la némesis que busca convertirlos en seres convencionales, la sombra del sufrimiento ante esta fuerza correctiva que presiona para condicionarlos. ¿Qué es lo normal? Se responden como un eco madre e hijo.

Pero hay más juegos de espejos. El que replica a madre e hijo: Lola y Lorenzo  tienen sus disímiles álter egos de una clase social más baja en el Loco (Germán Rueda), joven compañero de desventuras neonazis de Lorenzo, y Maru (Tamara Casellas), su madre (limpiadora en un polígono industrial); otro de los grandes personajes de la serie, con una interpretación sublime. Las dos jóvenes madres, unidas por la desgracia, representarán las fisuras que se abren ante una misma realidad en dos situaciones socioeconómicas muy diferentes y harán explícitos los prejuicios que éstas suponen. El retrato de las clases acomodadas frente a las desclasadas y marginadas subyace en la distinta forma en que afrontan el mismo problema, el nexo de unión que es la tragedia que les condena a traspasar las fronteras sociales que les distancian. El espacio entre la jaula de oro y el borceguí de lodo.

La actriz María León carga con la gran responsabilidad interpretativa de la serie. Sobria y con hondura, desbordando capacidad para asumir la profundidad emocional requerida. Derrochando expresión contenida en el silencio, sudando la tristeza en un grito que nadie oye. Porque la importancia de los silencios de Lola es mayor que la de sus palabras, todo el sentimiento está en aquello que no se dice. Su personaje es un clavel a punto de estallar. Una lágrima negra. Y lo borda. El verbo se hace carne en María y habita entre nosotros, le pone el cuerpo y la sangre al dolor, el alma a Lola, la mayúscula al Arte. Toca cumbre, la gloria misma.

El elenco es una verdadera celebración del talento sevillano. Casi en su plenitud autóctono, con la sumada excepción de la cordobesa Marisol Membrillo. Qué gustazo escuchar nuestro acento en las pantallas. A las dos grandes madres coraje se adhiere un trío de jóvenes tremendamente talentosos, los ya mencionados Hugo Welzel y Germán Rueda, y Numa Paredes, una perla bendita en esta serie, con una mirada tan poderosa que cuenta mucho más que un buen puñado de guiones. Tiene un hechizo ahí, te atrapa. Su personaje, Inés, es la hija protectora de Lola, su hija diestra, su punto de fuga, la otra cara de la moneda. El cable a tierra. Una universitaria que denota una especial madurez para su edad, siempre al cuidado y atención de su madre, con mano izquierda para acercarse a su conflictivo hermano, pero bajo el yugo invisible de ser la hija modélica, la infalible figura responsable de una ecuación familiar en ruinas. En el fondo, rehén de su propia esencia.

El conjunto de los personajes recoge una perspectiva intergeneracional rica y singular, unos recovecos sociales que permiten completar el retrato mostrando una Sevilla real. Más allá de la que sólo aparece en las postales y en las fotografías de los turistas. También aparece la Sevilla histórica, pero El hijo zurdo pone la mirada en los barrios, las periferias, los centros comerciales, los polígonos industriales. En el silencio y la lluvia de una Sevilla, por segundos, muy danesa. En las ratas que emergen de una zona noble, como la orilla del río. Las dos caras de una ciudad que bien conocían los Pata Negra. Sevilla tiene dos partes, dos partes bien diferentes / una la de los turistas y otra donde vive la gente.

Hablando de música, otra delicia de la serie es su banda sonora. Muy pertinente. La música de Julio de la Rosa inunda el desasosiego con un concepto incidental, sutil y elegante, completando los subtextos. Y las canciones aparecen como un elemento narrativo más, disruptivo y preciso, llevando de golpe al espectador a otra dimensión, un soplo de aire fresco en los segundos más asfixiantes. Los ramalazos techno electrónicos contrastan con la pasión de las cornetas y los tambores. Hay una cara urbana y otra tradicional. Suena Bronquio, Rocío Márquez, Dalila. ¿Por dónde llegará la calma?, se pregunta Nita de Fuel Fandango.

El formato de la producción es un gran acierto. Muy definido, concentrado en pequeñas cápsulas que favorecen la identidad propia que la serie rezuma. Seis capítulos de en torno a 25 minutos. Clave para que la tensión permanente y el ritmo vibrante no aplasten al espectador con un derroche de intensidad. Una propuesta magnética para llegar al público con la mayor comodidad. Muy a valorar hoy en día, cuando parece que la capacidad de síntesis empieza, desgraciadamente, a depreciarse como valor cinematográfico en pos del empacho gratuito.

El Hijo Zurdo es una obra de arte, una serie que viene a ocupar un espacio muy necesario en el audiovisual español. Su conflicto universal, con ese acercamiento tan íntimo, su desarrollo visceral y su cadencia palpitante se antoja una pieza imprescindible, un hito a enmarcar. Desde hoy, los seis capítulos de El Hijo Zurdo están disponibles en Movistar +.

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