28 marzo, 2024
Buika, mestiza y versátil, emocionó con su voz desgarradora en su concierto en el Teatro de la Maestranza.

 

Concha Buika gusta de nadar entre mil aguas. Siempre ha sido así. La mallorquina de ascendencia ecuatoguineano encontró, desde su niñez, en el flamenco un lenguaje único para expresarse. Años más tarde, con la colaboración del productor y guitarrista Javier Limón, se adentraría de lleno en el género, momento en que su carrera se vio catapultada. Jazz, copla, folklore sudamericano, pop y las músicas negras también habían pasado por el tamiz de su voz. Antes, ya en su primer disco, Mestizüo, había dejado claro que su música habría de ser siempre fruto del mestizaje.

Todos estos géneros estuvieron presentes en el concierto que Buika brindó en el Teatro de la Maestranza, que casi rozó el aforo completo. Con reggae y temas más jazzísticos salió a escena acompañada de un multicultural cuarteto de mujeres: Yoonmi Choi en teclados, Porcia Angelina en bajo, Nicole Glover en bajo y Camellia Akhamie Kies en batería.

 

Desgarradora, enérgica y versátil, brilló en una primera parte del concierto, lleno de matices, especialmente con su Vete que te quiero y las versiones de Puro teatro y Oro Santo, en una reencarnación más comedida y cercana al bolero. Porque, si bien Buika tiene capacidad de sobra para ser una cantante superdotada en cualquier registro e idioma, cuando lo hace en español y adentrándose en raíces más latinas o flamencas, es arte de otro mundo. Una pena que hasta que no salieron al escenario sus improvisados invitados locales (sus amigos Ramón Porrina al cajón flamenco, Isidro en percusiones y Paco en guitarra flamenca) no se corrigió el sonido del micrófono de la cantante, que no era especialmente fino, escuchándose su voz muy por debajo del resto de la banda.

La segunda parte del concierto se tornó más flamenca, más dinámica, más popular. Llena de improvisación a raudales, las notas se demarraban con emoción de la garganta con arena de Buika. Sueño con ella y Nostalgias dieron paso a varias rumbas que la cantante enlazaba, en ocasiones casi a capela, con otras canciones como la ranchera En el último trago o su himno Jodida pero contenta. Complació con el bis los deseos de su público que esperaban una siempre hermosa Mi niña Lola como guinda final a la noche.

Ovacionada por las gentes de Sevilla, ciudad en la que reconoció tener muy buenos amigos y en la que le encantaría quedarse a vivir, salió de nuevo al escenario para despedirse con una desnuda versión de Ojos Verdes que tambaleó los pilares del teatro y cerró una bonita noche en la que el mestizaje cantó con voz propia, en qué mejor voz que la de Buika.

 

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