24 abril, 2024
¿Qué puede ofrecer Barón Rojo a día de hoy? La respuesta es muy simple: una fantástica noche de Rock 'N' Roll.

Sala Fanatic – 7 de febrero de 2015

Fotografía por Alejandro de Lárriva

Traía yo hasta una sonrisilla condescendiente. Mis devaneos con el heavy quedaron muy atrás; no es que renegara del género -el penúltimo disco que compré es el estupendo The Mediator Between Head and Hands Must Be the Heart (2013) de Sepultura-, más bien renegué de mí mismo como el metalhead que nunca fui. Me gustan demasiadas cosas, y demasiado diferentes, para ceñirme a un solo credo. Ocurre también que ciertos sujetos de ciertos credos son particularmente cerrados.

Mediaban los noventa cuando empecé a juntarme con la panda de heavies del barrio, para desgracia de mi madre, que observaba mis entradas y salidas aterrorizada ante la posibilidad de que terminara alcohólico, drogadicto, delincuente o qué sé yo. Me llevaba de maravilla con ellos, la verdad, salvo por el roce ocasional que se da en cualquier grupo humano. Sin embargo, algo no encajaba: era yo, que no era heavy. Todos los intentos por convertirme acababan frustrados; por más discos de Iron Maiden, Metallica y Death que me metiera entre pecho y espalda (y disfrutara, por supuesto) no conseguía ver qué había de malo en los de Queen, Elton John o The Beatles. Eso creaba tensión (muy simpática, por otra parte), nunca acabaron de considerarme uno de ellos, y yo acabé distanciándome y considerando el metal un terreno incluible, pero excluyente. Un prejuicio absolutamente estúpido, no tanto hacia la música como hacia sus fans.

Más o menos por la misma época fui expuesto a la música de Barón Rojo. Siempre les consideré un buen grupo, con buenos temas, pero estaba ese algo que me impedía disfrutarlos enteramente, que tenía más que ver con los cánticos grupales intentando invocar una pasión que no me creía que con el material que salía de los altavoces de turno. Pues bien, esto ha terminado. Un concierto de Barón Rojo ha sido el mejor antídoto. Un excelente concierto, mejor dicho.

Y no es que no hubiera fallos; ni Carlos de Castro (voz y guitarra) ni Rafael Díaz (batería) tuvieron su mejor noche. El primero se las vio y deseó para dar la talla en más de una ocasión (en «Noches de Rock ‘N’ Roll» lo pasó mal para llegar a las notas altas, y no estuvo nada fino en «Tierra de nadie» o «La reina ácida»), y el segundo tenía un serio y palpable resfriado. Pero antes tocó el misterioso grupo invitado, no identificado en los carteles promocionales.

La incógnita resultó ser Rugido, joven quinteto metálico claramente emocionado por la oportunidad que se les brindaba. Sin embargo, el sonido era espantoso, por más que tras ese obstáculo se pudiera apreciar el entusiasmo y buenos arreglos en temas como «Trueno» o «Madre Tierra». Su cantante, Jesús Martínez, dio muestras de su valía en «Ícaro», pero en general su actuación, aplaudida por los asistentes, no pudo disfrutarse como es debido.

Tras un rato de escuchar a System of a Down y Black Sabbath, Barón Rojo atravesaron la pasarela elevada que les llevaba al escenario entre aplausos y gritos de júbilo. Comenzaron de forma arrolladora con «Caso perdido», del fantástico En un lugar de la Marcha (1985), donde desplegaron ya sus típicas coreografías un poco al estilo de The Shadows. La locomotora pesada de «Al final, perderán» fue la siguiente para calentar. Armando de Castro luce melenas blancas a estas alturas, se parece un poco a Brian May, y rockea de verdad. Aparte de emular los molinillos de Pete Townshend -de aquella manera- sabe tocar, como ha demostrado toda la vida y esta noche en particular en «Con Botas Sucias» y «Concierto para ellos», y al principio de «Hijos de Caín». Dio lecciones de uso del bottleneck en «Arma secreta» y en «Satánico plan (volumen brutal)» -con guiño al «How Many More Times» de Led Zeppelin-, e hizo un perfecto tándem armónico junto a su hermano en «El malo» y la preciosa «Siempre estás allí» para acabar. Hubo algo de scat, tapping e incluso jugó al rollo de pregunta/respuesta cantando, antes de un clásico en toda regla como «Cuerdas de acero». Enorme, Armando.

Fue en «Tierra de vándalos» donde comencé a fijarme en lo bueno que es el bajista Gorka Alegre. También un poco inquieto, aprovechando las pausas para afinar de los hermanos de Castro para dar muestras de su talento. Físicamente es como si viviera en los 80, mallas incluidas: un buen reclamo visual para un show donde la nostalgia juega un papel esencial. En este sentido su labor destacó en «Invulnerable» o cuando tocaba el bajo en posiciones invertidas, pero quedó clara su creatividad durante la jam pseudo-funk de «La reina ácida» y su dominio del slap.

Yo alucinaba. Despachaban un temazo detrás de otro, lo mismo daba que fuera del clásico Volumen brutal (1982) o de un disco tan inopinado como 20+ (2001). ¿Cómo había estado yo tan despistado? Barón Rojo me estaban enmendando la plana. Mientras mi pasado y yo rendíamos cuentas comenzaba la folladísima «Fugitivo». Rafa Díaz es un buen batería. Maneja a la perfección el doble bombo, aunque no me gusta su uso en «El rey del pinball». Mejor estuvo en «Las flores del mal» y sobre todo en la genial «Breakthoven», una interpretación realmente elaborada. También destacó en el medley de «Los rockeros van al infierno», donde todos aportaron su toque individual.

El público disfrutó de lo lindo de auténticos himnos como «Hermano del Rock ‘N’ Roll», «Concierto para ellos» o el explosivo e infaltable «Resistiré». Carlos ofreció muestras de su buen hacer a la guitarra en «Concierto para ellos» y se portó como el gran profesional que es durante todo el concierto. Las versiones de The Who sonaron un tanto extrañas en su adaptación al español, y más de un jovencito no sabía qué era aquello que escuchaba, pero igualmente fueron bien recibidas.

Al salir llevaba un tipo de sonrisa muy diferente. La de los buenos conciertos, mezclada con un cierto sentimiento de derrota de sabor muy dulce. Como el que acaba de descubrir algo evidente. Son Barón Rojo. Llevan en esto toda la vida – y se les nota, las más de las veces para muy bien. Sin embargo yo los descubrí de verdad esta noche. El problema, sin duda, es mío; pero qué dulce es llevarte sorpresas como esta.

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