29 marzo, 2024
Los de Granada presentan en Sevilla su segundo LP en lo que será un inicio de lujo para el primer Ciclo Cardioide

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Dicen de Lou Reed que, cuando escribió “Heroin”, no se posicionaba ni a favor ni en contra del consumo de la heroína, sino que trataba de describir los efectos que ésta produce en el corazón: el vaivén entre la calma sosegada durante la preparación de la dosis y la aceleración impetuosa del subidón previo al clímax. Sin embargo, teniendo en cuenta lo controvertido del asunto, hablar en primera persona de la experiencia no hace más que convertirte en cómplice de sus virtudes y en deudor de sus resacas, por mucho que te empeñes en cantar que “sientes que no sabes nada”. Trepàt no es la Velvet Underground, pero la escucha de El amor está en la tierra (Miel de Moscas, 2015) puede sugerir una experiencia similar si nos ceñimos al efecto que una noche, la ciudad y sus vicios pueden causar en nuestros corazones. Y en eso, los granadinos, parecen tener conocimiento de causa.

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Desde que despegó más allá del 2011, Trepàt ha sabido combinar con maestría letras de vocación mántrica y espirales de guitarras envolventes, dibujando de oscuridad y lascivia los ritmos que podrían recordar a El columpio asesino, comparación que, por otra parte, se ha repetido hasta la saciedad. Pero en Trepàt dirán que Kraftwerk es el origen de todo y que ahora se acercan más a Echo & the Bunnymen. La clave de estos cambios, aparte de la producción de Marcos Muniz, puede ser la estrecha colaboración con la escena de Granada, que ha revestido de electrónica las melodías vocales de un Juan Luis Torné que sigue recordando a Germán Coppini, y que se traduce en nueve sugerentes cortes que evocan el desenfreno de una noche distópica. De hecho, ellos mismos se encargan de citar a Blade Runner o a Wong Kar-wai cuando tratan de enmarcar visualmente este viaje una vez que se le da al play.

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Así que “Onix” llama a filas e invita a destrozar la noche, dando paso a lo que fue el single de adelanto “Torturas en los bares”, cuyo estribillo es, a la postre, una “sobredosis para estallar”. Un comienzo explosivo que no da concesiones a la tranquilidad – ni a la luz-, en tanto que el humo de “Crack” se consume desde la calma de un sampler a una voz que proclama, otra vez, la destrucción como bandera. Pero si la noche debe seguir, “Retrofestiva” no es más que la confirmación de que la fiesta, lejos de agotarse, continuará nutriéndose de ritmo, ya que más tarde “El amor está en la tierra” bajará revoluciones entrando en un lugar más húmedo y masoquista donde una instrumentación compulsiva de guitarras nos golpeará con fuerza. Es quizá el momento en el que los mantras agonizantes evocarán un Kid A histriónico en “Pasión y visionario”, cogiendo aire para lo que volverá a ser la aceleración del “Caballo” -la heroína, otra vez- y que fue el primer tema que se compuso para este disco. Y en este punto, donde el vicio es ley, pasará como con todas las cosas: sobrevendrá el contraste, y con él, la paz y la luz. “Playa” y “Amanece”, divididos aunque inseparables, traerán un epílogo ambiental cargado de capas sonoras que dibujarán el final y traerán, quizás, la resaca.

De modo que El amor está en la tierra advierte de los peligros de la sugerencia y del hedonismo. Habla de la noche, del alma y de los suburbios, llevando en el corazón de una cinta cassette el ritmo de tres cuartos de hora y prometiendo un directo enérgico y oscuro como los latidos provocados por los vicios.

“and i guess that i just don’t know”

 

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