28 marzo, 2024
La banda histórica impartió una lección magistral de cómo dar un verdadero concierto de rock

Fotografías por Javier Sierra (Le Petit Patte)

«I’ve seen things you people wouldn’t believe» decía el replicante Roy Batty mientras llovía. El miércoles pasado sólo hacía frío y, más que al futuro, nos trasladamos al pasado, pero también vi cosas que no imaginaríais. La Sala X se convirtió en el lugar donde todo estaba permitido salvo ceñirse a la estructura clásica de lo que suele ser un concierto.

Entre la (larga) lista de excentricidades se encuentran las que siguen:

-Coreografías retro (muy retro).

-Espontáneo saltando de cabeza desde el escenario sin que nadie quisiese recogerlo.

-Acrobacias de Keith Streng  con la guitarra y contorsiones imposibles de Ken Fox con el bajo.

-Pogo instantáneo.

-Músicos deambulando sin rumbo por una sala abarrotada.

-Cantante subido encima de la barra ataviado como el Conde Psicodelia (la denominación es suya).

Y así durante toda la hora y media que The Fleshtones permanecieron dando el espectáculo ¿sobre? el escenario.

¡Ah, lo olvidaba! quien esto escribe se vio también involuntariamente cubierta durante un rato por la capa de nuestro protagonista. Pero eso queda entre él y yo.

No hubo ni un solo asistente que no disfrutara con el subidón del cuarteto de Nueva York. Y tampoco hubo ninguno que no participara. Sencillamente, porque era imposible abstraerse de la tolvanera que organizaron. Cualquier señor de su edad estaría alimentando a las palomas en un parque pero Peter Zaremba se sacudía como poseído por la enfermedad de Huntington (y en ocasiones nos hacía temer que no llegara al final del concierto) mientras repetía incansablemente we´re back, we´re back. 

El caso es que probablemente nunca se fueron. The Fleshtones llevan desde el 76 dando guerra ininterrumpidamente y si entrecerrabas los ojos, como cuando de pequeño intentabas ver Canal + codificado, podías contemplarlos hace 20 años, probablemente con la misma energía y, a buen seguro, con idéntico sonido. No existió problema técnico (y los hubo, créanme) que les plantara cara. Las tablas y la pericia de la banda se los saltaron todos a piola.

Es lo que tiene la veteranía, que uno se saca torpemente la armónica del bolsillo como si fuera un mechero y acto seguido se marca un solo imponente a lo Little Walter. Una cosa no quita la otra. Estos señores de la música montaron (y desmontaron) sus propios instrumentos, se hicieron fotos hasta con el apuntador y soportaron las felicitaciones en pseudo inglés de la mayoría de los presentes. Un espectáculo cercano, democrático y demoledor a cargo de esas estrellas que se dejan tocar con la punta de los dedos.

Comiéndose al público al borde del escenario, inauguraron el show con «Bigger Better» y «Back to school» pero fue en «Let´s go» cuando bajaron por primera vez. El setlist se desarrollaba sin apenas descanso entre canciones sucediéndose  «What you´re talking about», «Got to get away» o «Haunted hipster». Zaremba se mostró indudablemente como el catalizador de la escena y sus ausencias enfrascado en los problemas con el teclado o en otros menesteres fueron más que notables, pese a que guitarra y bajo trataban de suplirlo con buenas intenciones y mucho artificio.

«I Surrender» y «Remember the Ramones» serán recordadas como los momentos álgidos de una noche que no dio opción a otra cosa que no fuera seguir los pasos psicóticos de la banda. En varias ocasiones, hasta dejaron a su batería solo ante el peligro y a merced de los que también subieron al escenario. Juraríamos que Bill Milhizer estaba dormido si no fuera porque no perdió el compás ni una sola vez. Tras recordar a los Ramones se atrevieron con una en castellano, de su EP Quatro x Quatro, aunque llegado ese momento del show y con un Peter diluido entre la muchedumbre -y con una pronunciación complicada- resulta imposible especificar cuál fue exactamente.

Tardaron apenas cinco minutos en volver del descanso al que obliga el bis (y que, probablemente, estarían deseando) con cortes como «Alright», con la que nos obligaron de nuevo a participar coreando yeh yeh yeh yeh.  Cuando se fueron de verdad, una sonrisa ocupaba las caras de todos los presentes. The Fleshtones se mezclaron, remezclaron y contagiaron a raudales su papel como leyendas de la historia de la música. Se aprobó por unanimidad, por tanto, que asistir a tal lección magistral de rock and roll valía mucho más que el precio que pagamos por la entrada. Impagable fue, desde luego, la humildad, la clase y el brío de una banda de la que algunos shoegazes tendrían mucho que aprender.

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