16 abril, 2024
La sincronización que esos dos mantenían con su público era perfecta: se hablara de lo que se hablara, insultaran a quien insultaran…. Es decir, la gente aplaudía a un tío mientras escenificaba con soltura y encanto cómo le practicaba sexo oral a Massiel… Lo mejor de todo es que era creíble.

Fotografía por Nuria Sánchez

EL ESCÁNDALO ESTÁ SERVIDO

Unos cantan, otros piensan y otros… Otros sólo escriben. Y eso fue lo que al día siguiente de aquel compendio lleno de altibajos, hacía mientras disfrutaba de una buena y relajante ducha. Escribir.

Pero al grano. Todo el que hubiera decidido el pasado viernes 23 de enero visitar la Sala Cero Teatro de Sevilla, ya sabía que, probablemente, podría haberse equivocado de Musical. Pero y qué. Venidos a Menos, en ese momento, lo único que provocaba en las caras de la gente que esperaba a tomar asiento, era una mirada de intriga que me estaba poniendo nerviosa. No sabía lo que iba a pasar una vez atravesara la principal, y tenía que trabajar con los cincos sentidos alerta durante más de dos horas seguidas.

Alerta, una palabra que nadie pudo abandonar durante 130 minutos de espectáculo. Los nervios que recorrían la compostura de esas personas tan correctas, delataban cualquier tipo de inseguridad en el ambiente. Alerta, una palabra que, a medida que pasaban las risas, diagnosticaba un resultado muy cercano al éxito rotundo.

Desde el comienzo, Pablo Puyol y David Ordinas, estaban dispuestos a provocar todo tipo de sentimientos en la féminas del público. Porque el musical, señores, sin la presencia de la fémina en el universo no hubiera dado para tanto. Se notaba desde el martes por la mañana de esa misma semana, que los protagonistas de Venidos a Menos iban a crear mucho Más que una sucesión de risas por compromiso. Ellos buscaban la risa histérica, incómoda en ocasiones y completamente delatadora de personalidades protocolariamente incorrectas entre el público, que en otro contexto ni de broma…Ni de broma se hubieran abierto a ese tipo de humor tan… ¿Cómo definirlo?… ¿Y por qué hacerlo?…

“Cómo voy a reírles esta gracia delante de esta gente”… “¿En serio se están metiendo con las gordas”?… “¿Tampoco tabú para las tontas?”… Mi Yo interior no dejaba que mi Yo exterior se riera tranquilo, ni mucho menos pretendía dejarme pensar antes de reaccionar sin que me viera ya aplaudiendo algo que en la calle – en mi preciosa vida de ahí fuera -no hubiese aplaudido ni aunque el gracioso de turno me hubiera pagado con creces.

Porque reconozco que era automático. La sincronización que esos dos mantenían con su público era perfecta: se hablara de lo que se hablara, insultaran a quien insultaran…. Es decir, la gente aplaudía a un tío mientras escenificaba con soltura y encanto cómo le practicaba sexo oral a Massiel… Lo mejor de todo es que era creíble. Hubiese firmado en ese momento porque la cara del señor que tenía al otro lado del pasillo – acompañado de la que parecía su mujer – , se hubiera quedado conmigo toda la vida. Recordarla hoy se me antoja desternillante.

Eso es. Desternillante. Desternillada perdida y con el corazón nervioso, recordaba que:

 “detrás de cada broma, se esconde una gran verdad”, al mismo que pensaba a un ritmo casi caótico qué forma le iba a dar a esta crónica. Y muy desordenadamente llegaba a la conclusión de que no podía escribir sobre la crítica social, política, religiosa y humana en general que habían protagonizado dos personajes encima de un escenario… NO… No podía escribir sobre dos profesionales que un día se vieron en lo más alto y hoy reconocen, a través de canciones, estar obligados a montar este tipo de espectáculo para lograr, junto a todas las críticas anteriores, reflejar a la perfección la situación de muchos españoles que se han visto cayendo a lo más bajo debido al pozo en el que comenzaron a hundirse mientras avanzaba esta crisis de mierda – y económica – que les azotaba sin parar…NO… Ahí sentada, casi tumbada de lo cómoda que estaba, me decía que no podía escribir sobre eso. “Tipiqueces” no, por favor. Que para eso ya estaban ellos con la voz en alto.

Y lo siento, de verdad, lo siento, pero pasaba de resaltar en este escrito lo mismo de siempre. Aunque quizás fuera el motivo principal que daba vida al musical del que todos estábamos disfrutando, pasaba, pasaba de hacerlo. Y quizás estaba equivocada. Pero hoy tenía que hablar de la importancia de una risa irónica. De la verdadera necesidad de reírse que tiene el ser humano aunque las esté pasando putas entre uno y uno doce veces al año. Porque la gente que se había plantado a escuchar lo que esos dos tenían que cantar, era gente que, fuera la edad real, portaba brillo en la mirada. Era gente que se estaba riendo y no sabía por qué. Ellos creían no tener motivo para hacerlo. Ellos incluso se sentía mal por hacerlo. Culpabilidad que se detectaba claramente si sabías ver bien.

Pablo Puyol y David Ordinas, durante – repito – dos horas de musical, además de hacer uso de un saco de palabrotas muy importante; hablar de cocaína; piropear a Massiel; señalar los beneficios de ser católico/apostólico/romano…Además de hablar de sus infancias como el peor de los recuerdos jamás sincerados; escandalizar con lo políticamente incorrecto; elevar el sentido del “enchufazo” en toda profesión que se tercie, o criticar con gracia el asqueroso mercado de la TV, hicieron algo mucho más importante. Venidos a Menos recordaba, en directo, a toda esa panda que había llenado La Sala cero Teatro, que reír es una experiencia que nunca se olvida.

Que nos hicieran reír no fue gratis, pero seguro que todos los que se estaban echando fotos con los actores/cantantes/humoristas a la salida, habrían pagado de nuevo para disfrutarles aunque sólo fuera una vez más.

Yo sabía que esa dosis de risa incontrolada, sólo era el comienzo de mi noche.

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