18 abril, 2024
Su cantar flamenco, serio y profundo, vuelve y revive las emociones más íntimas; afloran y se inflaman en un radical, compungido y elegante quejio de melancolía.

El público se agolpaba en la entrada del Teatro Távora para ver concierto de Mayte Martín. Cuando una se acerca a ese espacio, un polígono con un estilo personal, parece estar visitando un barrio berlinés en el que la cultura respira en cada uno de sus ladrillos. Este  lo tenemos en Sevilla.

La gente vestida de colores ocupa los rojos asientos del teatro y la luz amarillenta destaca aún más sus vestimentas. Tres piezas rectangulares definen este mítico espacio de aspecto independiente. Al fondo un escenario austero y negro donde esperan erguidos los micros y los instrumentos que iban a sonar.

Se apagan las luces y el público aplaude, Mayte Martín entra en escena. Vestida acorde con el fondo, botas negras, pantalones, camiseta y chaqueta, es iluminada de forma cenital por un pelo blanco y rizado que la caracteriza. Los cuatro músicos entran, violín, guitarra, contrabajo y percusión. Mayte Martín, con una voz bien modulada, presenta el Teatro Távora y destaca la figura de quien se encarga con responsabilidad de los eventos, María Távora, hija del gran Salvador Távora que dedicado al teatro desde muy joven sacó adelante este lugar de encuentros y cultura con gran esfuerzo. Mayte, encantada de estar en ese lugar dice: “cuando me comentaron lo del Ciclo de Flamenco me ofrecí a venir, aunque no lo conocía” y da las gracias al personal que ha acudido “por venir al teatro a consumir cultura pagando”. Las risas se disuelven en el aire como un confeti, nada que ver con el ambiente serio y solemne del concierto que a continuación íbamos a escuchar.

Apagan las luces de las gradas y se ilumina el escenario con Mayte Martín en el centro, suena “Por la mar chica del puerto”, su voz profunda se disuelve con el violín, huele a arena y mar…se puede pasear por el puerto, y ya nada queda del ruido de lo colores, nos prepara para un momento de recogimiento, soledad y melancolía.

Agradece y explica de forma poética porque se reúnen de nuevo en torno a la obra de Manuel Alcántara: “ porque no me canso de ello”. Y lo dice de verdad, porque su tono es fiel a la rotundidad de sus palabras. De este poema el escritor y periodista malagueño comentó en el 2017, “mis poemas suenan mucho mejor cuando los canta ella”. Y quizás tenga razón, porque con su lectura se musican las emociones, y si es mediante el flamenco, su forma de hacer flamenco, no hay duda.

Al cantar A Manuel, es un álbum del 2010, grabado en Francia con World Village, un sello independiente, como todo lo que le gusta hacer a la autora desde sus comienzos. No es este un flamenco alegre, pero está vivo porque persiste en la memoria y en el alma como un quejido y un suspiro, de esos tantos con los que su boca nos deleitó esa noche.

Problemas técnicos con el contrabajo interrumpieron el arranque del concierto y Mayte Martín, de forma seca y rotunda hizo sentir su malestar en varias ocasiones; y es que interrumpir un estado casi de meditación e intimismo saca lo peor de nosotros y crea desconcierto. Y todo volvió a la normalidad, nada normal porque el público no se movía,  no respiraba.

Manuel Alcántara concibió esos poemas como una obra de vida y como tal lo ha hecho ella. “Los primeros poemas, que luego se convirtieron en canciones son los que más me gustan”, dice ella.

Suena el segundo tema, “A Miguel Hernández”. La percusión y la voz de Mayte Martín es la voz del pueblo que suena deslizándose en los campos que Miguel Hernández nos describía en sus poemas. Su quejio elegante y su emoción, son el sonido del polvo y “el pié del viento”, del alma…”Montes de Málaga tiraron todos sus versos y sus penas y sus cabras”, dice la canción. Después de esas palabras cantadas con tanto sentimiento y verdad podía haber caído una cortina de sangre y nadie se hubiera inmutado, ¡qué desgarro contenido!.

Le gustaban pocas cosas”, un tema que ella comparó con una perlita, porque es un poema condensado como el olor de los jazmines y un cerrar de pestañas.

En el cuarto tema, Belén Maya con falda de cola amarilla y top de encaje negro transparente baila “Excusas a Lola”. La voz y la música iluminadas con un cañón lateral perfilan la silueta de la bailaora que alagó Mayte Martín destacando su buen hacer. Y concluyendo en su estilo personal diciendo : ”Soy de extremos, o me gusta mucho o no me gusta nada”.

“En aquel tiempo” fue un bolero, quizás el único que por su ritmo de base de bulerías me sacó de mi encierro, por su ritmo y por su tempo.

Y en mi boca, de siempre descontenta…” ,dice la letra cuando su voz viva y profunda se aferra a su amarillenta guitarra, mientras su fina mano blanca simula una flor inusitada.

Su austero rostro macilento brilla por su naturalidad, sin superfluos elementos de maquillaje que perturben ese momento. Suspira cuando la acaba.

Al escucharla cantar una se siente como si todo fuera a escapar, como si un ciprés no fuera el canal de ascenso de las almas, si, su voz. Quizás como dijo Lorca en su poema a Walt Whitman, “ni un solo momento,….he dejado de ver …tu voz como una columna de ceniza”.

Manuel” lo baila la bailaora vestida con pantalones de cuero, botas de militar con hebillas plateadas y una abanico blanco que se mueve arriesgado y desafiante. Mientras, Mayte Martín le canta, y su boca levemente sonríe mientras parecen pellizcarse sus finos labios en los giros.

Pide que le den más Re en la voz y las dos guitarras suenan, su rostro vuelve a inclinarse hacia la izquierda, se pega al micro y parece salir volando “La paloma de Picasso” mientras la canta. Nos lleva a la Plaza de la Merced de Málaga con su cante y su guitarra, prendido de una seriedad de cortejo fúnebre. Pocas veces simula una sonrisa mientras canta, se lo toma muy en serio, se mimetiza con lo que crea, tan solo al final de cada tema, cuando saluda a sus músicos. A estos los dirige y escucha con pequeñas gesticulaciones faciales. Todo parece estar controlado.

Al sur de los limones” es para ella un Requiem, “pocos poemas hablan tan detalladamente de la muerte”. Las baquetas golpean sobre el instrumento de barro y un rasgueo suave de violín opera un presagiado dolor. Mayte Martín abre su voz flamenca como debajo de la tierra, se retuerce con los ojos cerrados y una boca lineal con apenas un sutil color rosado, hablan de muerte. Sobrecoge porque canta como mimetizándose con el tema….”los muertos no conocen a los muertos”, dice la letra.

Al acabar, como hizo en anteriores ocasiones, deja escapar un suspiro, un hálito de vida, quizás ese sufrimiento que le ha atravesado el alma mientras cantaba. Y como no, hace la broma diciendo: “las alegres vienen a partir de las 11:15”, a lo que el público, en un remanso, responde riéndose.

El violín rasga las cuerdas y el otro músico toca deslizando sus manos sobre el bongo , si no lo viera pensaría que hay una gaviota y estoy frente al oleaje y el viento del mar, casi se huelen. Una guitarra con disipados acordes y un violín de silencio, me hacen tragar saliva. Una mujer aparece tendida en el suelo, con mímica Belén Maya dibuja las notas de una voz cadente y profunda, sin reloj, sin pausa y a tiempo. La boca de Mayte Martín se queda entreabierta para que cada palabra quede como un susurro, suena lejano. Ha sonado “No sabe el mar que es domingo”.

Su voz entra y sale en emociones rotas, saturadas de melancolía. Escuchamos el comienzo de “Carné de Identidad”. Ahora, como en pocas ocasiones sube el cuello y abre la boca hasta que se silencia escuchando al guitarrista acompañante, hunde el ceño y levanta las cejas. Dirige y está atenta a cada uno de los movimientos y los sonidos de todo de sus músicos. El público pétreo aplaude al acabar el tema.

Dice estar contenta por “este encuentro precioso que hace tiempo que esperaba” y agradece al público su confianza y fidelidad por seguirla en sus proyectos y “hacer posible el poder llevarlos a cabo tan exactos como los concibe en la mente”.

A continuación pide un aplauso para el contrabajo que no suena, no sin hacer un chascarrillo de la situación.

Alaga a los que la siguen en su proceso creativo, como el sensible percusionista Chico Fargas, Guillermo Prats al contrabajo, Biel Graells violín “y con frescura entra” el último en su vida Alejandro Hurtado, guitarra. Agradece a su familia de músicos su disposición para llevar a cabo el concierto que agradece a María Távora de nuevo por su ofrecimiento.

Sale el violín de escena, casi estamos llegando al final, suena “Niño del 40” y no se mueve ni el pliegue de una blusa.

Vuelve para tocar “No pensar nunca en la muerte”, un tema en el que la cantaora lo da todo con talante y talento, un talento de hacer algo diferente, te guste o no te guste su forma de cantar flamenco.

Acaba el concierto y la satisfacción de los que han actuado es evidente en sus rostros, como lo es en la pasión del público al aplaudir.

Aún guardo en mi retina, un día después del concierto, ese pelo blanco, esa ropa negra, esa guitarra amarilla y ese sonido, ese quejío flamenco de tristeza y de lamento.

Qué concierto de flamenco más denso, más austero, más lleno de emoción, sentimiento, solemnidad y esmero.

Mayte Martín en el Teatro Távora

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