29 marzo, 2024
Noche festiva y saltarina con una pincelada de esperanza como moraleja

Fotografías por Nuria Sánchez

Lo más adecuado para comenzar a describir el concierto de Izal el pasado viernes en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo es recurrir a un hecho irrefutable. Y es que, le pese a quien le pese, la banda montó una fiesta de aúpa en un patio repleto. Y eso que había de todo por allí: desde el fan más incondicional con la barbilla pegada al escenario hasta el hater reacio que aseguraba haber ido casi obligado. La mayoría de ellos acabó coreando alguno de los temas. Que yo lo vi. Ya fuera con la boca llena o entre dientes para guardar la compostura (y también la imagen).

Porque, si aún no lo sabías y si te gusta Izal, para los adalides del postureo musical eres deleznable. Incluso equiparable a un seguidor de, un poner, Gemeliers. Es decir, una oveja sorda y con total ausencia de gusto a la que mirar por encima del hombro con el gesto torcido. Porque el mainstream no mola bajo ninguna circunstancia. Es mucho mejor pasar dos horas a pie parado viendo a cualquier iluminado retorcer un sinte hasta que desees una muerte rápida. Bailar y pasarlo bien sin más pretensiones está mal visto.

Eso sí, no quiero llevar a nadie a engaño. Copacabana me supo, desde la primera escucha, a arroz en blanco. Sin sal ni nada. Después de sus dos primeros trabajos llegó el ascenso a las cumbres de las entradas agotadas y los anuncios en televisión. Y una, que es de natural Espinete, esperaba una vuelta de tuerca que mostrara otra cara de los madrileños. Algo de versatilidad y un poco de riesgo para dejarlos en la lista de Spotify. Pero dicen que la expectativa es la asesina de la diversión. Y tienen razón. El disco hace honor a su nombre y, salvo algunas excepciones, parece como si hubieran metido en una coctelera y agitado los acordes y las codas de los anteriores proyectos. El resultado es previsible, tiene nombre exótico y se sirve, como no podía ser de otro modo, en copa de cóctel. Y con sombrillita.

Nada de lo anterior influyó en un directo de sonido excelente enlazando canciones de un ritmo trepidante. Envueltos en un considerable despliegue de medios (con su neón de fondo incluido) arrancaron a las 22.30 con el single homónimo, a tres voces y a todo volumen. Hubo ya desde el comienzo brazos en alto y expresiones de júbilo a juego con la actitud de la banda consolidada en la que ahora se han convertido. Copacabana trae consigo a un Mikel menos cantautor y más frontman. Bailando, relajado con la guitarra (como consecuencia del respaldo que le aporta la robusta formación) y conectando con el público.

«Arrímate» y «Hambre» lucieron al más puro estilo Satellite Stories mientras que «Aire y hueso» se mostró como toda una exhibición de voz y teclados. «Palos de ciego» (cuidadito con que este tema y su letra no te cojan con la guardia baja) y «Despedida» iniciaron la transición a una sección del show con más karoke que nunca. Se trató de «Prueba y error» y «Extraño regalo». Mikel sonríe mientras cede estrofas a las gargantas del CAAC. La historia les funciona como un metrónomo y el público responde a la intensidad. Qué despropósito, ¿no?

Con las cuerdas sentadas llegó el apartado blandito de la velada. Previa introducción en defensa de la importancia de la música en las salas, se dejan caer “Sueños Lentos. Aviones veloces” y “A nuestros rincones” (corte que hubiéramos preferido en formato menos acústico). Faltaba por salir el ukelele que, en manos de Mikel, parece casi de juguete. Con él llegó “A los que volveremos” y sus toques electrónicos que sirvieron para coger carrerilla.

Aquí un inciso. Se trata de «La piedra invisible». A nuestro juicio, una de las pistas que más se salvan de Copacabana. Una muestra del alma de cantautor que siempre nos ha gustado y que dio origen a los Izal de hoy en día. Sin menospreciar a la fantástica banda y sin metáforas enrevesadas, la voz al aire de Mikel cantándole al desamor continúa poniéndonos la piel de gallina.

Lo que vino después fue una huida «Hacia el norte» y el sorprendente silencio en el que se sumió el CAAC con un par de frases de «Tu continente» («…ahora hay solo silencio, solo silencio») antes de que Alba y su «one, two, ready, go!» dieran el pistoletazo de salida de la fiesta de «Agujeros de Gusano». «Y que viva Extremadura -(a cuya campaña publicitaria, por si aún no lo habíais visto, han puesto BSO- y Honduras» bromea nuestro chicarrón. Le toca a «Qué bien». Una de sus más exitosas propuestas porque, ¿quién no se ha sentido alguna vez así de bien? Ayudó mucho el cañón de confeti y las serpentinas, que sumaron aún más empaque al show.

El final era pan comido para Izal. Quedaba, como no, la infalible mujer de verde y engarzaron entonces una circular «Los seres que me llenan», otra de Copacabana que el público ya corea al dedillo. «Magia y efectos especiales» y «Pánico práctico» eran perfectas para dar la puntilla a los que aún tenían ganas de saltar y cantar antes de que la formación bajara del escenario.

Puede que Izal te parezca un subproducto que va camino de encasillarse en los clichés algo explotados que tanto rendimiento les aportan. O quizás eres una de las más de mil almas que el sábado se lo pasó pirata cantando sin complejos. En cualquier caso, la dicotomía entre ambas posturas es, a nuestro entender, perfectamente compatible. Una de cal y una de arena. Una de Izal y otra de perspectiva. La de que el éxito los empuje a dejar el claqué e internarse en nuevos caminos con algo más de arrojo y menos prisa. Queremos creer.

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