19 marzo, 2024
“All the good” es la fragilidad, la indeterminación y la belleza de la complejidad humana, del caos de nuestro mundo.

Jan Lauwers es un ser especial y su teatro también. Es difícil acotar, definir con palabras lo que ocurre en “All the good”, es una pieza caótica, un caos organizado, que a veces desespera, a veces maravilla, a veces es incomprensible. Como la vida misma, es lo que ocurre cuando tratas con la complejidad del mundo, surge un rompecabezas donde emerge la belleza y lo político aunque no quieras.

Toda su familia está en el escenario, esposa, hija, hijo, primo, amigos de la familia, todos artistas, todos se aman y eso es evidente siempre. Entre todos ellos, sobresale el ex soldado israelí Elik Niv, que luchó y mató a trece personas. Quizás el momento más potente es cuando la mujer de Lauwers le pregunta inquisitivamente a cuántas personas mató y qué sintió.

No es una obra política, ni sobre el conflicto del Medio Oriente, el propio director en un monólogo inicial llega a decir “El teatro político mata la belleza de la política”. Pero a pesar de no ser una obra política está siempre presente en medio del escenario una escultura gigante, hecha con 800 vidrios circulares fabricados en Hebrón por el “último soplador de vidrio de Hebrón”. Con ella, uno de los conflictos, una de las tragedias más sangrantes de la historia la humanidad se encuentran en escena y presentes continuamente.

A pesar de  ello, “All the good” trata especialmente de lo personal, del amor y el dolor, del sufrimiento y el arte, de identidad, y de la belleza como corriente que nos puede llevar a entrever que se esconde en lo que no podemos explicar, en lo que es invisible a los ojos, a lo que está debajo de lo meramente exterior. Por eso, en la misma obra un personaje ya asume las críticas a la obra, porque no es lineal, no es una historia clara y literaria, es una pieza compleja, caótica, que sumerge al espectador en un espacio de indefinición constante, que no lo deja cómodo en su sillón. Y a la vez, es un verdadero placer lleno de belleza, alegría, vitalidad y energía. Es el placer de saberse en el caos y a pesar del miedo, ser capaz de bailar con él.

La necesidad del teatro, es la proeza de vivir una experiencia única, incomparable con cualquier otra expresión artística. Lo que se experimenta con el teatro es único de este arte, no es lo mismo que ver una película, ver un cuadro o ir a un concierto. El teatro nos ofrece un espacio y una vivencia que sólo es posible tener allí en momento presente, por eso nunca podrá desaparecer, por eso es especial. Y Jan Lauwers lo demuestra.

Es un privilegio que podamos disfrutar de artistas de la talla de Jan Lauwers en Sevilla, en el querido Teatro Central, que hace apuestas arriesgadas y valientes. Y sin embargo el teatro no estaba lleno. Parece que no interesa la complejidad humana. Y sin embargo 188.500 votaron en esta ciudad a favor del odio al otro. The winter is coming y no es culpa de Lauwers.

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